El niño de la Catedral de Segovia

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El niño de la Catedral de Segovia
Fotografías: Gabriela Torregrosa.
El autor esSonsoles Sánchez-Reyes Peñamaria
Sonsoles Sánchez-Reyes Peñamaria
Lectura estimada: 8 min.
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En 2025 se cumplen 500 años de la construcción de la magnífica catedral de Segovia. En este medio milenio transcurrido, de muchos episodios han sido testigos sus muros, custodios de innumerables y valiosas piezas devocionales y artísticas, pero pocas de sus historias han conmovido más a los segovianos y visitantes que la de un niño pequeño cuyo sino fue yacer allí para siempre, en una de sus frías estancias.

Las crónicas refieren la trágica muerte de un infante, Don Pedro Enríquez, que a muy tierna edad veía su vida segada por un desgraciado accidente. Era hijo extramarital del rey castellano Enrique II, no habiendo trascendido a los libros de historia la identidad de la madre. Enrique II instaló su residencia en el alcázar de Segovia, aunque debía permanecer fuera de ella durante largos períodos debido a la guerra civil que desde hacía años le enfrentaba a su hermanastro Pedro I "el Cruel" o "el Justiciero", disputándose ambos el trono de Castilla. La confrontación venía del hecho de que, mientras Pedro era el heredero legítimo del rey Alfonso XI, Enrique había sido concebido por este con su amante, Leonor de Guzmán. A la muerte del padre, Pedro había ceñido la corona y acto seguido apresado y ejecutado a Leonor, una afrenta de sangre que su hijo Enrique jamás perdonó.

La contienda finalizaba en 1369 con la victoria de Enrique II tras matar con sus propias manos a su hermano, por lo que sería apodado "el Fratricida", instaurándose la dinastía Trastámara, que continuaría a lo largo de dos siglos, hasta la reina Juana I, la tercera descendiente de los Reyes Católicos.

La infausta muerte del pequeño infante Don Pedro ocurrió el 22 de julio de 1366. Aunque los historiadores de los siglos XVI y XVII popularizaron la denominación de "infante" para su figura, nunca gozó oficialmente de ese título, al no haberle sido concedido por su padre. Posiblemente, de haber vivido más años, Enrique II se lo hubiese otorgado, al contar solo con un hijo varón nacido dentro del matrimonio y a juzgar por su reacción de sincera aflicción al perder a este vástago.

 Fotografías: Gabriela Torregrosa

La narración que se ha transmitido en Segovia de generación en generación sostiene que la criatura, como el resto de sus hermanos en ausencia del padre, ocupado en las campañas militares, se encontraba al cuidado de su ama en el alcázar, cuando se precipitó accidentalmente desde una de las ventanas de la Sala de los Reyes, causándole la muerte la caída desde tan elevada altura. Desesperada, la nodriza se habría arrojado al vacío a continuación, eligiendo perecer en el mismo instante que su pupilo, aterrada por lo ocurrido y las previsibles consecuencias sobre su persona.

Enrique de Trastámara convocó Cortes en Burgos, antes de enfrentarse a su hermano Pedro I en la batalla de Nájera. El Cabildo de la catedral de Segovia envió a las Cortes al canónigo Fernán García, arcediano de Sepúlveda y capellán del rey, para dar cuenta a este de las actuaciones seguidas por los segovianos en los funerales y sepelio del infante.

Apenado por la muerte de su hijo, en la capital burgalesa el monarca expedía un privilegio rodado el 26 de enero de 1367 para levantar un sepulcro en un espacio preferente -el centro del coro- de la antigua catedral segoviana, situada frente al alcázar, honrando así la memoria de su hijo en atención a su linaje regio. El documento instituía cuatro capellanías perpetuas dotadas con 8.000 maravedíes, prescribiendo que el túmulo estuviera iluminado por dos hacheros de día y de noche, y custodiado continuamente por dos porteros de confianza del Cabildo. 

El privilegio, actualmente parte de los fondos del Archivo Capitular segoviano, tenía además la función de mostrar la vinculación del soberano con la catedral de Segovia y su gratitud hacia la ciudad por brindarle apoyo.

 Fotografías: Gabriela Torregrosa

Tras la Guerra de las Comunidades, por la que entre 1520 y 1522 los comuneros se levantaron en armas contra el gobierno de Carlos I, doliéndose de que lo pusiera en manos de extranjeros, la primitiva catedral quedó dañada y se decidió erigir una nueva en el lugar actual, bajo la doble advocación de la Asunción y San Frutos. El 25 de agosto de 1558, con los trabajos de construcción de la nueva seo ya avanzados y dicha la primera misa, se trasladaron en solemne procesión desde el lugar que ocupaba la antigua los restos del infante Don Pedro, así como los de otro señalado personaje del acervo segoviano, María del Salto, y los de varios canónigos y obispos.

El infante fue sepultado en el centro de la antigua capilla de Santa Catalina, contigua al claustro, en el cuerpo bajo de la torre, en una nueva sepultura, de estilo renacentista, acorde a la época, rodeada de una reja de hierro policromado y dorado, en cuyo friso superior se lee la inscripción: "AQVÍ IAZE EL INFANTE DON PEDRO FIJO DEL SEÑOR REI DON ENRIQUE SEGUNDO -ERA-1404- AN 1366".

La mención de ambas fechas puede resultar confusa para un espectador actual. La alusión a 1404 es en el cómputo de la llamada "Era hispánica", que se comenzaba a contar desde el año 38 antes de Cristo, por causas no establecidas inequívocamente; posiblemente fuera por el hecho de que en ese año Hispania fue declarada provincia tributaria de Roma. En la Corona de Castilla se eliminó su uso sustituyéndose por la Era cristiana, cuyo punto de partida es el nacimiento de Cristo, por acuerdo de las Cortes de Segovia de 1383, reunidas en el alcázar, durante el reinado de Juan I, hermanastro del malogrado infante. Así, sustrayendo 38 años, la defunción de este habría tenido lugar en el 1366 de nuestra era.

El sepulcro está realizado en mármol policromado, destacando los colores negro, rojo y dorado, con decoración pintada que también imita piedras marmóreas. Se levanta sobre un zócalo de piedra de granito y está compuesto por dos bloques de caliza. El que sirve de base, que encierra en su interior los restos del infante, y el que hace las veces de tapa, que lleva tallada la figura yacente de un niño de unos diez años, sujetando una espada con ambas manos. Por esa imagen, siempre se ha dado por sentado que al pequeño le habría sobrevenido la muerte con esa edad aproximada.

 Fotografías: Gabriela Torregrosa

La capilla de Santa Catalina, situada bajo la torre, para cuyos cimientos se usó piedra de la antigua seo, fue una de las primeras partes construidas de la catedral, siendo concebida como capilla funeraria. La bóveda sigue el diseño original del maestro de obras del templo, Gil de Hontañón. Desde 1924 la capilla dejó de utilizarse para el culto, convirtiéndose en museo catedralicio, uno de los primeros de nuestro país ubicados en el interior de una catedral.

Ya en el siglo XXI, se impulsó la intervención integral en este espacio, con el objetivo de acondicionarlo como sala para albergar una colección de orfebrería. Dentro de este contexto, se llevó a cabo la restauración de la tumba entre octubre y diciembre de 2019 por Paloma Sánchez y Graziano Panzieri, con un presupuesto de 11.305€, financiado por el Cabildo.

En ese momento, el sepulcro estaba oscurecido, y presentaba pérdidas de piedra entre la base y la tapa, probablemente originadas por intentos infructuosos de abrirlo en siglos pasados. El rostro del niño estaba desfigurado por golpes, y las manos también habían perdido material original. Estos daños se habían reparado en el pasado reconstruyendo la nariz con cera y la boca y los ojos con mortero gris. La policromía de la reja estaba deteriorada, debido a la humedad por condensación en la capilla. Los trabajos conllevaron limpieza, eliminación de adiciones inadecuadas y reintegración de las pérdidas de soporte pétreo, así como de las lagunas cromáticas empleando acuarelas y tonos neutros. 

Para mejorar el acceso a las partes interiores de la reja e intervenir en la figura yacente, se decidió abrir el sarcófago. La apertura tuvo lugar el 18 de noviembre de 2019, 461 años después del traslado del infante a esa capilla, procedente de la antigua catedral. Dentro reveló tener un cofre de pequeño tamaño forrado de terciopelo rojo, encajado en un hueco rectangular tallado en la base del enterramiento, que guardaba sus restos mortales e indumentaria medieval de bebé.

 Fotografías: Gabriela Torregrosa

Aparecieron tres huesos humanos: un fragmento de un fémur izquierdo, el extremo distal de un fémur derecho y una tibia derecha, la seleccionada para el estudio genético, debido a su mejor estado de conservación. No se encontraron las fracturas esperables tras una caída desde una gran altura, aunque pudieran localizarse en otras partes del esqueleto no preservadas. De la terna ósea se realizó un escaneado en 3D e impresión con miras a exponer las reproducciones en la musealización de la capilla, tras haber vuelto a introducir los originales en la cajita dentro del sepulcro.

Según la investigación llevada a cabo en la Universidad de Granada, los tres huesos corresponderían al mismo individuo, y su edad en el momento de la muerte sería entre 6 meses y un año y medio, lo que da un giro a la interpretación histórica que lo consideraba mucho más crecido. El infante podría haber padecido raquitismo. 

La indumentaria descubierta en el cofre, enrollada individualmente, consistía en tres piezas: una túnica con botones de tela, un faldón de mayor tamaño y una banda relicario de tejido del mismo color, que protegía los tres huesos. Fue rehabilitada en el Centro de Restauración y Conservación de Bienes Culturales de la Junta de Castilla y León en Simancas.

La túnica abotonada, en seda azul y amarilla, presenta decoración geométrica de rombos. La túnica larga es de seda en tonos verdes, azul y ocres, con hilo rojo para las costuras. Sus motivos ornamentales son aves enfrentadas y rosetones, en tonalidad ocre sobre fondo verdoso, con elementos florales y trilobulados. Tras la musealización de la capilla, inaugurada el 1 de diciembre de 2023, en una vitrina se exhiben las vestimentas y una reproducción de los tres huesos hallados.

 Fotografías: Gabriela Torregrosa

En los 500 años transcurridos, la propia pujanza de los tiempos y los nuevos modos de vida han transformado profundamente las disposiciones de un consternado padre, Enrique II, por la muerte prematura de su retoño. Hoy no cabe esperar que, como el monarca ordenó, el mausoleo esté iluminado por antorchas las 24 horas del día, ni custodiado constantemente por dos "porteros de confianza" del Cabildo. Las nuevas tecnologías lo han trocado por limpias luces LED y cámaras de seguridad que jamás parpadean ni pierden detalle, en el cenit de la eficiencia, que habrían maravillado a nuestros ancestros de la Edad Media. Pero el corazón humano nunca cambia, por mucho que la vorágine de los siglos lo vapulee. Y contemplar a ese niño durmiendo plácidamente hasta el final de los días aún conmueve las entrañas, como si su trágico destino hubiera acaecido solo ayer.

Fotografías: Gabriela Torregrosa

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