11/10/2025
La rebelión de los conejos
Fotografías: Ana Santero.
Lectura estimada: 7 min.
Cuando pensamos en conejos célebres, solemos representarnos algunos de ficción, como el conejo blanco de la obra maestra de la literatura Alicia en el país de las maravillas; Peter Rabbit, de la genial autora inglesa Beatrix Potter; Bugs Bunny, el conejo de la suerte de la Warner; Roger Rabbit, el protagonista de la película homónima; o Tambor, el personaje de Bambi.
Pero además, esta especie animal se ha relacionado con una comentada anécdota histórica que implica a Napoleón Bonaparte y parece basarse en hechos verídicos.
El suceso habría tenido lugar en julio de 1807, cuando el emperador galo estaba en el apogeo de su poder, habiendo derrotado al ejército ruso en la batalla de Friedland y rubricado los dos Tratados de Tilsit, que pusieron fin a la guerra que enfrentaba al Imperio napoleónico con la Rusia imperial y Prusia, respectivamente.
Para celebrar la favorable coyuntura y festejar sus victorias, Napoleón habría solicitado a quien era su mano derecha, el mariscal Louis Alexandre Berthier, jefe de Estado Mayor del ejército, organizar un entretenimiento consistente en una cacería de conejos con un almuerzo al aire libre, en un parque de su propiedad situado a las afueras de París. Ya que la finca no contaba por sí misma con piezas de caza menor, Berthier, complaciente con su jefe, optó por aprovisionarse de un gran número de ellas encomendando a su gente comprarlas.
Así lo detalla el general de división Paul Thiébault en sus Memorias, publicadas póstumamente por su hija en 1893. Habría presenciado el episodio personalmente, y describe que al inicio de la partida, con el emperador ya presente, los centenares de conejos, que otras fuentes cuantifican en tres mil, apenas fueron liberados de sus jaulas no procedieron a huir como se esperaba, para ser perseguidos por los cazadores; bien al contrario, se dirigieron hacia el emperador y los acompañantes de su pasatiempo cinegético, abordándolos frenéticamente, como si se tratase de una cacería a la inversa.
Siendo los conejos demasiado numerosos para poder reprimir su empuje, comenzaron a trepar por las piernas del contingente humano hasta hacer tambalearse a sus componentes, incluso llegando a meterse por debajo de sus chaquetas y casacas. La horda zoológica, dividida en dos partes, avanzó por los laterales del grupo que flanqueaba a Bonaparte hasta alcanzar el mismo carruaje imperial. Algunos lograron acceder a él, mientras el emperador trataba con su fusta de conminarles a bajar del vehículo, y su séquito intentaba sin éxito ahuyentarlos con palos. Al ver que su elevado número resultaba incontenible, Napoleón ordenó a los cocheros que partieran rápidamente, y escapando de allí, cedió la ocupación de las tierras a las improvisadas tropas conejiles.
El misterio de la reacción inesperada de los animales quedó aclarado cuando se supo que el encargado de la adquisición de las presas por Berthier no había adquirido conejos salvajes, sino domésticos, que no temían a las personas y estaban acostumbrados a ser alimentados por ellas. De ahí que, hambrientos por estar encerrados unas largas horas en cajas sin haber comido, se acercasen a los hombres que pretendían dispararles con la errada expectativa de recibir hierba o pienso.
Detractores y enemigos de Napoleón interpretaron la escena como motivo de chanza y burla, lo que serviría para perpetuar su memoria en el tiempo, incidiendo en que esta retirada del campo de batalla había sido más deshonrosa que el propio Waterloo, y que, en una suerte de justicia universal, el conquistador había sido conquistado, y además de una forma muy sui generis, porque lo que no había logrado la fuerza de los cañones, sables y bayonetas, lo habían conseguido los dientes prominentes, las orejas largas y las patas cortas de los conejos.
Pero la aparición de seres de este pelaje en la biografía de Bonaparte no estaba llamada a terminar aquí, y su curiosa vinculación con el famoso corso ha continuado hasta el día de hoy por un fenómeno de índole muy diversa.
Cuando el emperador falleció en el exilio en la isla de Santa Elena en 1821, fue enterrado inicialmente allí. Sin embargo, un resurgimiento de la valoración de su figura hizo que en 1840 el rey Luis Felipe de Orleáns, en un período de inestabilidad política, y como gesto para contentar a la opinión pública, reivindicar su legitimidad y ganarse a los nostálgicos del Imperio, recurriese a promover la repatriación de sus restos hasta París, en lo que se conoce como 'el retorno de las cenizas', que fueron trasladadas al Hospital de los Inválidos, donde actualmente Bonaparte tiene su sepultura junto con otros miembros de su familia.
El complejo de Los Inválidos, de 16 hectáreas, fue construido por Luis XIV en el siglo XVII, para acoger a soldados retirados y veteranos de guerra. Allí residía durante la Segunda Guerra Mundial un funcionario francés de la Oficina Nacional de Veteranos y Víctimas de Guerra llamado Georges Morin, junto a su esposa Denise y su hija Yvette. Había luchado en la Primera Guerra Mundial, contienda a resultas de la cual perdió un ojo y sufrió daños pulmonares.
En 1940, en el momento del colaboracionismo del gobierno francés de Vichy con el régimen nazi, la familia Morin se unió al clandestino Movimiento de Resistencia Francés. A pesar de ser plenamente conscientes del riesgo que corrían, de 1942 a 1944 escondieron en las instalaciones de Los Inválidos a pilotos aliados ingleses, estadounidenses y canadienses, mientras se producían las circunstancias propicias para desplazarlos con documentación falsa a España o Gran Bretaña.
Debido a la dificultad de hacerse con provisiones para el sostenimiento de los prófugos sin levantar sospechas, la señora Morin tuvo una ingeniosa idea: criar conejos salvajes, para poder abastecerse de su carne. Por lo repetido del menú, no es de extrañar que los aviadores acabaran por apodar cariñosamente a Denise 'Mammy Rabbit'.
Pero el 5 de julio de 1944, tras ser denunciados, los tres Morin fueron arrestados por la Gestapo y deportados en primer lugar al campo de concentración de Buchenwald, desde donde fueron separados para ser enviados a dos instalaciones diferentes: Georges a Mittelbau-Dora, donde falleció el 26 de diciembre de 1944, y Denise y su hija Yvette a Ravensbrück, donde pudieron sobrevivir. Actualmente, en Los Inválidos existe una placa en memoria de Georges.
Y aquellos conejos salvajes que fueron introducidos por la señora Morin con motivaciones pragmáticas han continuado reproduciéndose y completando el ciclo de la vida, y conforman a día de hoy una populosa colonia de cerca de cuatro centenares, que ha proliferado en los jardines de Los Inválidos, y se les considera un homenaje a la valentía de Mammy Rabbit y una atracción para los turistas.
Sin embargo, su superpoblación ha traído consigo preocupación por la posible degradación del espacio ajardinado y por razones de salubridad, lo que ha conllevado que en años recientes haya habido operaciones diseñadas para capturar y transportar a otros emplazamientos del cercano departamento de Seine-et-Marne a una parte de estos conejos, acciones que se han topado con la oposición de asociaciones de protección animal. El grueso de la población de lepóridos sigue allí visible, entrando y saliendo de sus madrigueras, en especial en los jardines de la fachada norte, pero habiéndose expandido ya hasta los del Intendente y de la Abundancia.
Aunque la peculiar confrontación de Napoleón con los conejos no ha sido la única ocasión en la que un gobernante de un país se ha tenido que enfrentar de manera inesperada a un animal de su categoría. En los Estados Unidos de América aún se recuerda el llamado 'incidente del conejo' sufrido por el 39º presidente norteamericano, el demócrata Jimmy Carter, asunto que fue apodado grandilocuentemente por los medios de comunicación, en tono de mofa, como "el ataque del conejo asesino".
El 20 de abril de 1979, Carter había salido en un bote por una zona pantanosa, con la intención de pescar. Descansaba en un punto que conocía muy bien, su casa de su ciudad natal, Plains, en el Estado de Georgia, del que había sido gobernador y senador. Era el sitio donde encontraba paz y calma. Nadie le acompañaba en la embarcación. De pronto, un conejo de pantano, que huía desenfrenado de unos perros, nadó flechado hasta la barca con la intención de subirse a ella, lo que el presidente evitó valiéndose de uno de los remos para salpicarle con agua, tras lo que el animal cambió de idea y reanudó su travesía a nado hasta la otra orilla. Un fotógrafo de la Casa Blanca obtuvo una imagen del insólito lance.
Días más tarde, ya en Washington, el mandatario pasaba unos instantes de asueto con sus colaboradores en el llamado Balcón Truman de la residencia presidencial y, mientras se refrescaba con una limonada, les narró lo ocurrido. Entre ellos se hallaba su propio secretario de prensa, Jody Powell.
Semanas después, la noche del 28 de agosto de 1979, Powell estaba tomando unas copas en un bar con unos periodistas, y en un ambiente distendido y amistoso les relató el gracioso sucedido del presidente con el conejo que pretendía asaltar su barco. Pero no sospechaba que el corresponsal de la agencia Associated Press, Brooks Jackson, consideraría la historia material valioso y la publicaría la mañana del 30 de agosto en la portada del diario The Washington Post, bajo el ampuloso titular 'El presidente, atacado por un conejo', junto con una caricatura que establecía un paralelismo con la embestida del tiburón en el famoso film. El tema se volvió viral a nivel nacional, copando los periódicos.
Cuando Jimmy Carter se presentó a la reelección al año siguiente, el partido republicano utilizó en el debate de la campaña el acontecimiento del conejo como metáfora de la debilidad del presidente y su incapacidad para encarar una crisis. Y todo sumó: las urnas se decantaron aplastantemente en favor del candidato Ronald Reagan, y Carter no pudo revalidar el puesto en un segundo mandato, como habría sido su deseo. Aunque la Casa Blanca siempre se había negado a hacer públicas las fotografías, alegando la irrelevancia del incidente y su carácter meramente privado, Reagan al llegar al despacho oval las publicó, bajo pretensiones de transparencia.
Se dirá en la cultura popular ancestral que la pata de conejo es un talismán que atrae la buena fortuna; pero tanto Napoleón Bonaparte como Jimmy Carter podrían añadir que, en el caso de ir conjuntamente con el conejo entero, el amuleto causa el efecto contrario.
Fotografías: Ana Santero
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