20/11/2025
Médicos
Médico de familia. (Foto archivo)
Lectura estimada: 4 min.
Lleva mucho tiempo agobiada, arrastra una sensación de ansiedad de la que no puede aliviarse, está hasta arriba de trabajo y hoy, pese a que lleva 15 horas seguidas al pie del cañón aún le queda "corte". Le ocurrió otro tanto el fin de semana pasado y fue lo mismo este miércoles. Sólo ella es consciente. Parece que a nadie le importe.
Necesita un café... o dos... para seguir despierta. No se le ha pasado, en toda la semana, el dolor de espalda, salvo pequeños ratos tras tomarse el analgésico más fuerte que ha encontrado. Por culpa de estos analgésicos tiene, quizás, tan revuelto el estómago; sabe que se está alimentando mal, casi no tiene tiempo, y se mantiene a base de café junto a unas barritas energéticas que saca de la máquina de vending. Le están cayendo mal esas pastillas.
Escucha una llamada. La requieren de nuevo. Vuelve a sudar. Nota el nudo en el estómago. Otra vez. Está cansada, muy cansada. Tiene que dejar de cumplimentar el formulario en el que estaba trabajando. Es la segunda vez que le ocurre esta noche. No le dejan acabarlo. Quizás se ha levantado demasiado rápido, porque nota un mareo. Cuenta hasta diez, agarrada a la silla. Seguro que pasa. Se pone en marcha y se desploma. El vacío. Ya no hay sonidos a su alrededor, ya no hay prisas, ni angustia.
Acaban de avisarle urgentemente. Siempre es urgente. Lo tiene asumido. Sabe que no es baladí que pierda un minuto o dos, que cada segundo cuenta. No espera el ascensor, sube de dos en dos las escaleras hasta la tercera planta. La paciente está preparada. ¡Joer, le suena! No puede ver bien quién es realmente. Hay un movimiento frenético en la sala, como cada vez que es necesario salvar una vida. Quizás hay más. Con la información que le pasan tiene la certeza de que la decisión correcta es optar por una angioplastia; quizás un cirujano cardíaco habría elegido un bypass, él es hemodinamista. Tiene experiencia más que sobrada para asegurarse un excelente porcentaje de éxitos, pero está cansado, de hecho, cuando recibió la llamada estaba pasando un momento malo, le faltaban fuerzas tras una jornada de esas que llaman maratonianas. Tuvo que pasar consulta por la mañana, a renglón seguido de haber asistido a una reunión del departamento y después tuvo que enganchar con la guardia que le habían adjudicado. Tres guardias en los últimos 10 días. ¡24 horas de trabajo, sin descanso, y ni siquiera las jornadas de guardia computan para su jubilación! ¡Y todavía hay quienes creen que con esto de las guardias se hacen de oro, cuando incluso las horas que le dedican se pagan peor que las horas de jornada tradicional! ¡Pero, en verdad, éso es lo de menos, lo principal es que cada minuto que pasa sus capacidades disminuyen y éso podría repercutir en una peor atención a su principal responsabilidad: salvar vidas! ¿Es que nadie lo entiende? No quiere ganar más, sólo quiere tener una vida y las mejores herramientas para salvar otras. Por eso se hizo médico, por eso estudió como un esclavo durante seis años, por eso hizo cinco años más de residencia. Saca esos pensamientos de su cabeza, enfoca lo que viene, vence al cansancio recuperando fuerzas no sabe de dónde. Es consciente de que este sobreesfuerzo continuado le pasará factura algún día, su cuerpo le dirá ¡basta!, de alguna manera, seguro, quizás (Dios no lo quiera) incluso acabe viéndose sobre la camilla en la que hoy se encuentra alguien a quien cree conocer...
Hay gritos fuera. Se oyen desde la sala. Alguien está insultando gravemente al personal sanitario, no sabe si a un médico, aunque lo parece. ¡Qué lejano aquel tiempo en que recibían aplausos desde las ventanas! Sí, se jugaban la vida a cada minuto y la sociedad fue consciente de ello. De alguna manera. Quizás el elevado número de muertos hizo que las mentes se abrieran, surgiera la conciencia y con ella el agradecimiento. En realidad, aunque les llenase de orgullo ese reconocimiento, sólo hacían su trabajo, como ahora, sin echarse atrás, sin que el miedo les desestabilizara, haciendo acopio de coraje, cuidados y conocimientos. Durante un tiempo recibieron respeto, puede que hasta cariño. ¡Qué pronto se ha acabado todo éso!
La intervención ha sido un éxito. Otra vida salvada. La paciente necesitará, de por vida, controlar factores de riesgo (hipertensión, diabetes, sobrepeso, tabaco...), habrá de ser observada periódicamente en consulta y llevar una vida saludable (dieta adecuada, algo de ejercicio, evitar el stress...). Una persona normal puede hacerlo, sin duda, ha sido testigo ya, en su larga carrera, de numerosos ejemplos de ello. Le suena la paciente, piensa mientras se cambia. ¡Dios, ya sabe quién es! Es la doctora Maribel Gómez, de Urgencias.
Los médicos en nuestro país se han visto obligados a acudir a la huelga. Es lo último que quisieran. Desde el Gobierno se les fuerza a un Estatuto Marco inaceptable en el que llegan a empeorarse sus condiciones laborales que ya son desfavorables en origen. Entre otras cosas, se mantienen guardias prolongadas de hasta 24 horas (que no se compensan justamente), faltan descansos y se hace imposible de conciliar vida familiar y laboral. Entretanto, no se amplían plantillas y la fuga de profesionales hacia otros países de nuestro entorno (hartos de sacrificios sin reconocimiento, ahítos de incomprensión, malos modos y tensiones) no deja de fluir.
Cada uno de nosotros, ciudadanos normales, poco podemos hacer respecto de su Estatuto Marco, pero sí está en nuestras manos hacerle el trabajo más sencillo a quienes cuidan de nuestra vida, a quienes, en último término, nos la salvan. Acaso bastase con ser respetuosos, con reconocer siquiera su labor, aunque llevemos 40 minutos esperando para entrar a Consulta.
Si nos rompíamos las manos a aplaudirles, no las usemos ahora para agredirles.
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