Nueva entrega de 'Mientras el aire es nuestro' escrita por Juan González-Posada
La 'ilustración oscura'
Nueva entrega de 'Mientras el aire es nuestro' escrita por Juan González-Posada
Aunque nos parezca sorprendente, en los márgenes de la alta tecnología, la filosofía especulativa y el desencanto político contemporáneo, se consolida un relato alternativo del futuro: uno que ya no promete libertad, justicia o comunidad, sino pura supuesta eficiencia. Una nueva élite intelectual -más cercana a Silicon Valley que a los parlamentos- sostiene que ha llegado el momento de abandonar la democracia como forma de organización y pensamiento. No por nostalgia autoritaria, sino por convicción tecnocrática.
El término Ilustración Oscura no es una paradoja retórica: es un programa ideológico. Allí donde la Ilustración histórica luchó por liberar al pensamiento de la superstición, extender derechos y dignificar la razón, su versión invertida propone una racionalidad puramente instrumental, sin ética, sin comunidad. Si Kant animaba a "atreverse a pensar", Nick Land y sus herederos parecen sugerir lo contrario: atrévanse a acelerar, a despolitizar, a abandonar cualquier forma de deliberación si no resulta funcional al rendimiento.
Este giro ideológico tiene nombre: Dark Enlightenment. El término, acuñado por el filósofo británico Nick Land, representa una ruptura explícita con los valores ilustrados. Land, figura central del colectivo Cybernetic Culture Research Unit (CCRU) en los años noventa, articuló un pensamiento aceleracionista radical, mezcla de teoría crítica, ficción especulativa y darwinismo digital. Abandonó la academia para abrazar una postura antidemocrática que propone sustituir el gobierno político por sistemas autorregulados. Su crítica radical a la igualdad y a la deliberación lo alinea con corrientes tecnorreaccionarias que racionalizan el poder como selección y rendimiento.
En su visión, el futuro pertenece a las máquinas: la política debe ceder ante la programación, la ética ante el algoritmo. La cultura, si no genera resultados medibles, es irrelevante. Esta filosofía, que comenzó como provocación marginal, ha permeado sectores de la economía digital y el pensamiento político contemporáneo. Su influencia ya no es solo teórica: resuena en modelos de gobernanza que promueven eficiencia por encima del juicio, cálculo por encima del conflicto, y que se complementan con estrategias de captura institucional como las descritas anteriormente.
Junto a Land, Curtis Yarvin -programador estadounidense nacido en 1973, más conocido por su seudónimo Mencius Moldbug- ha dado forma política a este imaginario. Desde su blog Unqualified Reservations, Yarvin propone reemplazar la democracia liberal por una "monarquía accionarial", es decir, una empresa-Estado gobernada por un CEO soberano, libre de rendir cuentas al voto o la deliberación pública. La ciudadanía no debe participar en el gobierno, sino comportarse como usuarios de un sistema cerrado, competitivo y optimizado.
Este modelo considera el disenso como disfunción, y la cultura crítica como un lujo improductivo. No es una distopía literaria: ha encontrado resonancia directa en figuras del poder real. El actual vicepresidente de Estados Unidos, J.D. Vance, ha citado a Yarvin como influencia y promueve la doctrina RAGE (Retire All Government Employees), destinada a desmantelar la burocracia pública y sustituirla por estructuras verticales más eficientes. El respaldo de Peter Thiel, empresario y principal financiador del Partido Republicano, confirma que estas ideas no son solo teoría: son doctrina en construcción.
Lo que une a Land y Yarvin es su desprecio compartido por la democracia deliberativa. No critican sus disfunciones, sino sus fundamentos: la igualdad, la discusión, el cuidado institucional. Ambos abogan por un mundo gobernado por algoritmos, inteligencia artificial y jerarquías empresariales. La cultura, en este marco, deja de ser espacio de sentido para convertirse en interfaz, plataforma o contenido utilitario.
Estas ideas no han llegado mediante imposición, sino por infiltración. Se filtran en modelos de gestión pública, en proyectos urbanos que miden su éxito en datos y no en vínculos, y en discursos que reducen el pensamiento a estrategia. La lógica del Dark Enlightenment no necesita censurar: le basta con convertir la conversación en irrelevante. La cultura, sin espacio institucional ni legitimidad simbólica, se vuelve mercancía o ruido.
Las ciudades -y en especial las intermedias- son hoy un campo de disputa entre dos racionalidades. Una, que defiende el juicio, la complejidad social y la pluralidad simbólica. Otra, que promueve la selección técnica, la supresión del conflicto y la automatización del entorno. Las políticas culturales públicas, en este contexto, no pueden limitarse a la gestión simbólica o presupuestaria: deben defender el derecho a la diferencia, a la expresión no funcional, al pensamiento que no rinde cuentas al mercado.
Frente a esa amenaza, las ciudades aún pueden ser refugios de lo humano. No nodos de supuesta eficiencia, sino espacios donde el pensamiento se cultiva y la cultura no obedece solo al rendimiento. Allí donde se preserva la memoria, la diferencia y el derecho a disentir, sobrevive la posibilidad de una razón compartida. Mientras haya lugares que sostengan la palabra, la fragilidad del vínculo y la lentitud del juicio, no todo estará perdido. Aún es posible otra ilustración: lúcida, colectiva, profundamente humana. Como escribió Diderot, "solo los hombres libres pueden aprender; los esclavos sólo pueden ser instruidos".
"Lo que más me llamó la atención recorriendo sus salas es el aura que se crea en torno a su obra", destaca Ágreda en su crítica cultural
Con 17 años ya ha logrado llevarse el primer premio y el premio del público en el prestigioso certamen Shigeru Kawai International Piano Competition en Tokio
La cita se enmarca dentro de la programación del V Festival 'Escenario Patrimonio de Castilla y León'