27/12/2025
Los caballos que llevaron a lomos a emperadores
Lectura estimada: 8 min.
Las crónicas muestran que muchos grandes guerreros de civilizaciones antiguas y personajes relevantes de los anales de la historia llegaron a establecer una estrecha relación con su caballo. Así, en casos muy señeros el animal ha pasado a la posteridad por su nombre propio, ligado para siempre al de su amo. Seguro que a todos se nos ocurre algún ejemplo, aprendido desde niños.
Así, en su conquista del imperio persa, Alejandro Magno estuvo siempre acompañado por Bucéfalo, un caballo negro azabache, con una mancha blanca con forma de estrella en la frente. Se ignora su raza con exactitud, aunque se cree era oriental.
Existen diferentes hipótesis sobre cómo llegó este equino a la corte de Filipo II de Macedonia, padre de Alejandro Magno. Algunos textos afirman que fue un obsequio para el rey, y el Pseudo Calístenes incluso asegura que era antropófago, por lo que el soberano macedonio lo había encerrado en una jaula de hierro y lo alimentaba con enemigos y criminales.
Pero la versión más extendida es la que cuenta Plutarco en su vida de Alejandro: el príncipe conoció al corcel en su Pella natal, cuando un mercader tesalio llamado Filónico lo intentó vender a su padre el monarca por la astronómica suma de 13 talentos de plata, que equivalían a 335 kilos. Dado que nadie había logrado montar al indomable cuadrúpedo, el rey declinó la oferta, pero Alejandro, de solo 12 años, le pidió comprarlo si él era capaz de doblegarlo.
Filipo aceptó con la condición que su hijo pagase el precio en caso de fracasar, y Alejandro se dirigió hacia la indómita criatura, a quien por su gran tamaño llamaban Bucéfalo (que significa cabeza de buey, bu-céfalo). El joven consiguió tranquilizarlo encarándolo hacia el sol, lejos de su sombra que le inquietaba, y despojándose de su capa para que no se espantase. Así logró subirse a su grupa, y al iniciar la marcha la multitud le aclamó. Se dice que Filipo le dirigió entonces esta solemne y profética frase: "Macedonia se te queda pequeña".

Alejandro y Bucéfalo se volvieron inseparables. A lomos de él, Alejandro obtuvo su primera gran victoria, derrotando a los griegos en Queronea, y cuando ya ocupaba el trono macedonio, lo llevó a la campaña de Asia. Reservaba exclusivamente a Bucéfalo para el combate, cabalgando sobre otros rocines durante las extenuantes caminatas. Cuando unos persas se apoderaron de Bucéfalo, Alejandro montó en cólera y arrasó aldeas, sin cejar en su desproporcionada reacción hasta serle devuelto.
Su último triunfo juntos fue en la batalla del Hidaspes (326 a.C.), cuando el Magno atacó al ejército del rey indio Poro, con su caballería por el flanco y su infantería por el frente. En el choque contra los carros y los jinetes, Bucéfalo, ya de 30 años, fue herido de muerte y su dueño fue también alcanzado, pero sin revestir gravedad.
Alejandro, lleno de dolor, fundó en honor de su carismática montura una ciudad llamada Alejandría Bucéfala, donde el corcel había sido derribado y cerca de su tumba, que hasta el momento no ha podido ser localizada. Se especula que se construyó en la orilla occidental del río Hidaspes, en las proximidades de la actual localidad de Jhelum en la región de Punjab, al noreste de Pakistán.
El fallecimiento de su querido Bucéfalo pareció presagiar el ocaso del soberano macedonio. Al poco, sus soldados se amotinaron en el río Hífasis negándose a seguir, perdió a Hefestión, su mejor amigo, y murió en el 323 a.C., con 32 años.
Por su parte, se cuenta que Napoleón Bonaparte siempre tenía disponibles una treintena de monturas. A lo largo de su década imperial se valió de alrededor de 130, y de ellas unas veinte murieron en escenarios bélicos. Su maestro de caballería entrenaba a sus corceles para la refriega, recreando contextos de guerra para acostumbrarlos: disparaban cañones cerca de sus cabezas, desenvainaban espadas, utilizaban bayonetas, tocaban tambores y trompetas, agitaban banderas ante ellos y soltaban perros y otros animales a cruzarse entre sus patas.

El más popular de sus caballos fue Marengo, que vivió alrededor de 38 años, un lapso considerable para un equino. Fuerte, de pequeña alzada, pues medía 1,45 metros, había sido importado desde Egipto con 7 años de edad.
Cuando Napoleón Bonaparte se enfrentó al ejército del país del Nilo, el 21 de julio de 1798, en la batalla de las Pirámides, quedó asombrado ante el esplendor de la caballería egipcia: ejemplares árabes, criados allí desde hacía siglos. Vencidos los mamelucos, Napoleón trasladó a Francia algunos de aquellos corceles para sus cuadras. Aunque le gustaban los trotones bárbaros y rusos, a partir de la expedición de Egipto prefirió ya siempre los de raza árabe.
Entre los elegidos, había un tordillo que descendía de la legendaria yeguada del sultán Al Malik Al Nassir Muhammad ibn Qalawun, quien reinó en Egipto durante tres periodos, entre 1293 y 1341, y fue un apasionado de la cría caballar.
El caballo fue embarcado hacia Francia en agosto de 1799, y en octubre ya estaba en las caballerizas de Napoleón. Pero mientras el corso realizaba su expedición a Egipto, Austria había invadido la península itálica, por lo que Bonaparte preparó una acción militar para recuperarla. El 14 de julio de 1800, en Marengo, una región del noroeste de Italia, contra todas las expectativas, las fuerzas napoleónicas obtuvieron una victoria que marcaría el destino de Bonaparte, quien se convertiría en emperador en 1804.
Su cabalgadura en la batalla de Marengo era el caballo árabe traído desde Egipto, que desde ese día recibió el nombre de Marengo, convirtiéndose en el compañero de Napoleón, el cuadrúpedo con el que se le asocia.

Marengo era inteligente y muy rápido: en sólo cinco horas, recorrió con Napoleón los 130 kilómetros que separan Valladolid y Burgos. Llevó al emperador en varias contiendas como la de Austerlitz, donde sometió a las fuerzas mucho mayores de Austria y Rusia. A lo largo de esas confrontaciones, Marengo fue herido ocho veces.
Tras su derrota en Waterloo, a finales de junio de 1815 Napoleón firmó su abdicación y fue al exilio en la isla de Santa Elena, donde murió en 1821. Marengo, conocido por su coraje y resistencia, maltrecho por las lesiones del embate, quedó a su suerte en el campo de batalla de Waterloo, que enfrentó al ejército napoleónico, junto al prusiano del mariscal de campo von Blücher, contra las tropas británicas, holandesas y alemanas dirigidas por el duque de Wellington.
Allí, Marengo fue capturado por el teniente británico Guillermo Henry Francis Petre, 11º Barón Petre, quien reconoció al caballo por los motivos imperiales que portaba. Lo vendió al regimiento de infantería de Guardias Granaderos, y fue estabulado en una granja de Somerset, Inglaterra, hasta su muerte en 1831, propiedad del teniente coronel de dicho regimiento, William Angerstein.
Este donó el esqueleto, y posiblemente también su piel gris, al museo del Royal United Services Institute y transformó sus dos cascos delanteros en cajitas de rapé en plata. En los años 60 del siglo XX, la osamenta fue transferida al Museo Nacional del Ejército, en Chelsea, Londres, donde se exhibe actualmente. Fue restaurada en 2017 para devolverla a la posición del afamado lienzo de Jacques-Louis David, una de las cinco versiones del retrato que muestra idealizadamente el cruce ecuestre de los Alpes por Napoleón en 1800.
Algunos cuestionan la historia, al no encontrarse su nombre en los registros de los establos del emperador. Esto podría deberse a que "Marengo" fuera un apodo. Napoleón era dado a ponérselos a sus cabalgaduras.

En lo que se refiere a Genitor, el equino nacido en las cuadras de Julio César, se dice de él que sus pezuñas delanteras se parecían a pies humanos, con unas malformaciones que semejaban dedos. Los sacerdotes de la Antigua Roma conocidos como arúspices predijeron que quien se adueñase del animal poseería el mundo. A partir de ese momento, Julio César no se separó de él, cuidándolo con celo, sin consentir que fuera montado por nadie más, y lo bautizó como Genitor, cuyo significado es creador, aparentemente en recuerdo de su padre, muerto cuando él tenía 14 años.
Sobre Genitor, César vivió multitud de hazañas, la más conocida el paso del Rubicón en la noche del 12 de enero del año 50 a.C., durante la Guerra de las Galias. Hasta tal punto llegó su relación, que Julio César hizo levantar una estatua en honor de Genitor delante del templo de Venus Genetrix.
Pocas décadas después, otro emperador romano se mostró igualmente afecto a su corcel. Calígula arrastraría una mala reputación de déspota cruel, con sus caprichos y locuras; una de las más famosas, su intención de nombrar a su caballo cónsul, una de las máximas magistraturas romanas.
La montura preferida del singular emperador era Incitato. Siempre prevalecía en las carreras hípicas y Calígula dormía a su lado la noche anterior a una competición, para asegurarse de que descansase bien. A este fin, decretaba silencio general en Roma; incumplirlo se castigaba con la pena capital. La única ocasión en la que Incitato perdió en el hipódromo, Calígula ordenó eliminar al auriga que lo conducía, y alargó su sufrimiento al ensañarse en una lenta ejecución.
El historiador Dion Casio recoge los lujos que disfrutaba el animal: se nutría de avena, marisco y pollo; se vestía con mantos de púrpura y se adornaba con joyería; y habitaba una villa con sus sirvientes exclusivos, en unos cobertizos de mármol con pesebres de marfil. En ocasiones el caballo era invitado a comer en la mesa del emperador y si este hacía un brindis en su honor, los comensales debían sumarse, so pena de muerte si se negaban.
Según el historiador Suetonio, su intención de nombrar a Incitato sacerdote y cónsul buscaba ridiculizar a los senadores. Se duda de la veracidad de esta anécdota, ya que Suetonio y Dion Casio vivieron después que el emperador y pudieron estar influenciados por la contraria opinión pública hacia su figura, o quizá solo fuera una broma de Calígula, que nunca pudo poner en práctica: fue asesinado por su guardia pretoriana, instigada por senadores.
Otro célebre equino es Babieca, la cabalgadura del Cid Campeador, que tras ganarla al rey de Sevilla siempre le acompañó en sus batallas, a lo largo de dos décadas. Era un caballo andaluz de pelaje blanco, obediente y ágil, del que una teoría sugiere se trataba en realidad de una yegua.
Un hito pétreo honra su memoria a las puertas del monasterio burgalés de San Pedro de Cardeña, donde se cree fue enterrado, igual que el Cid y su esposa, doña Jimena. A mediados del siglo pasado, el duque de Alba impulsó sin éxito una excavación arqueológica en el lugar, al objeto de hallar sus restos.
Se dice que el cuerpo sin vida del Cid fue atado a la silla de Babieca y marchó frente a las tropas, lo que le granjeó la victoria al levantar la moral de los soldados cristianos y llenar de temor a los musulmanes, quienes pensaron que el Cid había vuelto de entre los muertos.
Tras el deceso de Rodrigo Díaz de Vivar, Babieca no volvió a ser montado por nadie, muriendo dos años después, a una muy longeva edad para su especie, 40 años. Su fama póstuma estaba llamada a perdurar de forma aún mucho más matusalénica.
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