Olmedo Clásico
Sale uno de ver La Dama duende en la decimonovena edición del Festival Olmedo Clásico y se da cuenta de que algo grave está pasando en el teatro clásico. Es grave porque lo que estoy viendo esta noche mata el teatro y al público que lo ve.
El teatro es algo fascinante, es una fuente de inspiración diaria, se vea donde se vea, una fuente de indagación, de placer y de pensamiento. En el teatro se ejerce la libertad y la lucidez. Se experimentan formas y manera de vivir. Se suscita el humor y la comunicación con nuestros semejantes más allá de las conversaciones triviales de ascensor.
Entra uno a las diez y media al Palacio del Caballero de Olmedo para ver La Dama duende y sale cerca de la una de la madrugada sin alegría. Dice Borja Rodríguez, el director de La Dama duende: "Elegimos a los clásicos, entre otras cosas, porque sus conflictos y sus personajes son complejos, perdurables, y sobrevuelan por encima de nosotros para enseñarnos el mundo".
Pues no será por lo que estoy viendo esta noche. Nada de lo que estoy viendo estimula mi pensamiento. El montaje me deja completamente indiferente. No destacaría a ningún personaje que sale a escena. Durante las dos horas que dura la obra estuve sumido en una sensación de pérdida de tiempo y de sueño de la que no sé si me voy a poder recuperar.
Ese estudio de radio con una iluminación bastante pobre y ese vestuario que lo mismo vale para un roto que para un descosido no reflejaba ni la época ni nada que se le parezca. Hace tiempo que el teatro clásico no crea nada nuevo. Estas adaptaciones realizadas con fórceps que mezclan cachivaches y performers con un resultado tan decante aburren al respetable que sale sin saber qué pensar.
En resumen, La Dama duende que estoy viendo esta noche carece de gracia y naufraga a las primeras de cambio. Ese conflicto que se tiene que producir entre el escenario y el público brilló por su ausencia. Porque el buen teatro clásico tiene que enfrentarse al patio de butacas, tiene que enfrentarse a cada espectador y a ser posible huir de los lugares comunes, los sentidos comunes y los discursos refritados.
El ser humano tiene que reconocerse en los fragmentos de verdad que hay en el teatro. Esta noche se va uno a casa de vacío. El teatro tiene que combatir con muchos focos de entretenimiento y no se puede dormir en los laureles. Aquí, en la Dama duende el espejo en el que el espectador se contempla está hecho añicos.