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Eso ya lo oí mañana
Palabras contra el olvido 463
Arcadi Volodos tiene sonido propio. Llegó a la Sala de Cámara del CCMD, se sentó en una silla de andar por casa, empezó a sonar Mompou y desparramó todo su talento por la sala. Tiene el tío talento para regalar a 'puñaos'. Dicen que ha sido un "gran tímido a quién la cerrazón no ha permitido muchas veces romper las barreras que su talento justamente merece". Esta tarde aquí en Valladolid todo es distinto.
Vive en Madrid y se ha contagiado de alegría de la gente. La gente que no sale en la tele ni en ningún sitio, a quién se le ocurre. Su sonido, un sonido que se te mete hasta el tuétano, le sale de dentro. Es como si el aliento produjera notas musicales. Las primeras notas de Scénes d´enfants (1918) de Mompou llegaban al patio de butacas misteriosas, profundas, con un significado y riqueza nunca visto ni oídos en este centro cultural.
La vida es demasiado corta para comprender completamente a Mompou. Para comprender a cualquier compositor. Una vida para escuchar música. Otra para leer y otra? para pasear. Pero Volodos es capaz de todo. Es capaz un lunes en Valladolid con lluvia y un frío que pela trasladar su visión de la vida a la música. ¿Cómo se consigue esto, dirá usted, desconocido lector? Pues a través del sonido, querido amigo. Un sonido que es capaz Volodos de "robar" al Steinway&Sons que te lleva a descubrir otra dimensión mental, imaginaria, sensible, nostálgica, juvenil, fantástica? paro.
Luego llegó Alexander Scriabin y se desató la tormenta perfecta. Le preguntaron a Volodos si era perfeccionista? ¿Perfeccionista? Ni por asomo. El perfeccionismo mata la música. Supone rendirse cuando crees haber alcanzado algo convincente y siempre debes mostrarte abierto a otros caminos con sus matices, colores, estado de ánimo. La música no es simple estudio, ni gimnasia, ni deporte, es un acto espiritual.
Los preludios, Estudios, Dance y sonatas de Scriabin en las manos de Volodos llevaron al público que se dejó embaucar a profundidades submarinas nunca visitadas. Por momentos le acercaron al caos y también al orden, al júbilo y al olvido.
Muchos aplausos, salidas a saludar y cuatro propinas, lo nunca visto. La inteligencia, el equilibrio, la sensibilidad y el criterio de un excepcional pianista que se ha incrustado en los afortunados espectadores como un sello en su corazón. ¡Ave, Volodos!
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