Historia de siete manos cortadas

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Historia de siete manos cortadas
El autor esSonsoles Sánchez-Reyes Peñamaria
Sonsoles Sánchez-Reyes Peñamaria
Lectura estimada: 7 min.

La preciosa villa de Simancas, declarada Conjunto Histórico-Artístico en 1980 y ubicada en las proximidades de Valladolid, atesora una leyenda que hunde sus raíces en sucesos ocurridos hace muchos siglos y que aún se conmemoran. Qué parte sea realidad y cuál invención, no puede determinarse con precisión, pero el relato, que celebra la valentía y el arrojo de unas jóvenes en una época en que la mujer no tenía voz propia, ha logrado preservarse y transmitirse de generación en generación hasta nuestros días.

Aún hoy, en Simancas resuenan los ecos de un injusto impuesto creado en el año 783 por el rey Mauregato, el hijo extramatrimonial que Alfonso I de Asturias concibió con una esclava suya musulmana. Su nombre, que significa literalmente "moro godo", según una teoría podría subyacer a la denominación de la Maragatería leonesa. El pago se instituyó como muestra de dependencia y gratitud al emir de Córdoba, Abderramán I, por la ayuda que proporcionó al monarca para acceder al trono astur, cuya capitalidad residía en la localidad de Pravia. La exacción se conocía como "el Tributo de las Cien Doncellas", pues consistía en otorgar a los musulmanes un centenar de vírgenes cristianas, cupo al que Simancas contribuía aportando siete, escogidas por sorteo. Se dice que la dotación se dividía en cincuenta nobles y cincuenta plebeyas, siendo las primeras destinadas al martirio o al matrimonio y las segundas al concubinato. Se ha especulado que se trataría de una estrategia de Abderramán I en aras de la fusión de moros y cristianos.

El ejército de los seguidores de la cruz quedaba comisionado para escoltar a las damiselas hasta el punto de intercambio, el pueblo asturiano de El Entrego, cuyo topónimo haría alusión a la transacción. Allí, las jóvenes pasaban a supervisión de una mujer musulmana conocida como hotadera o sotadera, que las custodiaba hasta Córdoba, instruyéndolas en artes amatorias, poesía y danza.

Los parientes planeaban excusas para impedir una cesión que suponía perder a la chica para siempre: así, para evitar el mal mayor, preferían despojarla de su virginidad o ingresarla en un convento. Quienes entregaban una doncella percibían de los árabes en desagravio quinientos sueldos si provenía de la aristocracia, y trescientos si era del pueblo llano. Muchas familias, afrentadas, rechazaban el dinero y lo tiraban al suelo, peleándose los soldados por recogerlo.

La resistencia popular a esta dolorosa imposición iba en aumento. Así, en el año 790, reinando Bermudo I, el linaje asturiano de los Miranda se negó a plegarse a él. Alvar Fernández de Miranda y su familia atacaron a los soldados que retenían a las cautivas, y las liberaron. En recuerdo de esta acción, la casa de Miranda añadió cinco caras femeninas a su blasón. En la población coruñesa de Abegondo, donde se afirma que en la Torre de Peito Bordel eran encerradas las desdichadas antes de embarcarse hacia Córdoba para servir de moneda de pago del nefando tributo, cuando una hija de los Figueroa sufrió el cautiverio con ese fin en el año 765, cinco de sus hermanos atacaron a los musulmanes con ramas de higuera hasta hacerles huir abandonando a las jóvenes, por lo que cinco hojas de higuera se hicieron constar en el escudo heráldico de su apellido para memoria del logro.

El rey Mauregato sería asesinado cinco años después de su coronación por los nobles Arias y Oveco. Sus sucesores, Bermudo I y Alfonso II El Casto, rehusaron seguir con la carga y la trocaron por la garantía, cada año de feudo y fuero perpetuo, del pago de veinte mil onzas (la mitad de oro y la mitad de plata), diez mil caballos y otros tantos mulos, y un millar de lórigas, espadas y lanzas, respectivamente.

Pasaron los años hasta llegar a los tiempos de Ramiro I, monarca asturiano. Cuando este partió de la corte hacia Castilla para contraer segundas nupcias tras el fallecimiento de su primera esposa, los nobles de su reino conspiraron para destronarlo, ocasión que aprovechó Abderramán II para desestabilizarlo, reclamándole reanudar el pago del tributo de las cien doncellas.

Las siete elegidas por Simancas, mientras se encontraban presas en una celda, decidieron resquebrajarse los cabellos, desfigurar sus rostros y amputarse las manos (unos documentos hablan de una mano, otros, de las dos), para afear su aspecto y así ser repudiadas por los recaudadores. Se cuenta que el soberano cordobés, al recibirlas tras infligirse esta transformación, pronunció una célebre frase: "Si mancas me las dais, mancas no las quiero". Las siete pasarían el resto de sus vidas profesas en un convento de monjas.

Ramiro I, al ver que los emires árabes exigían otras siete jóvenes para sustituir a las anteriores, se negó a claudicar, lo que de facto significaba la guerra. Abderramán preparó un numerosísimo ejército, con un gran contingente venido de África, a lo que reaccionó su homólogo cristiano con una política de tierra quemada: arrasó campos, poblaciones y bosques, para dejar yermo cualquier refugio del que pudieran valerse los efectivos árabes. La colisión de ambos contendientes tuvo lugar en La Rioja.

Ramiro ganó Nájera, continuando hacia Albelda, donde Abderramán aguardaba la batalla en una enorme desigualdad de fuerzas, pues sus huestes eran diez veces mayores en número. Levantado su campamento en las laderas del monte Laturce, esa noche del 23 de mayo del año 844 el rey Ramiro fue visitado en sueños por el apóstol Santiago, quien le prometió que saldría en su ayuda al día siguiente, y que en consecuencia resultaría victorioso. Anunció que aparecería sobre un corcel blanco, asiendo un pendón del mismo color, y por último, le pidió que al amanecer, él y sus hombres se confesasen, comulgasen y oyesen misa, y después atacasen a sus enemigos.

Así se hizo. Animados por la presencia del Santo, los cristianos emprendieron la mítica batalla de Clavijo, persiguiendo a los árabes hasta el enclave riojano de Jubera, desde donde Santiago, vencidos los musulmanes, ascendió al cielo, quedando impresas en una peña las huellas del caballo.

En acción de gracias por la decisiva intervención del discípulo de Cristo, Ramiro hizo voto de ceder en agradecimiento, a perpetuidad y anualmente, a la Iglesia de Santiago de Compostela una medida de trigo por labriego, y otra de vino por recolector. Y juró anular el tributo de las doncellas.

Desde ese día, asevera la leyenda, el municipio vallisoletano, en recuerdo perenne de las siete mancas que con su acción lograron espolear el desenlace de la dramática situación, pasaría a llamarse Simancas. Filólogos e historiadores, sin embargo, aseguran que el topónimo deriva de Septimanca (séptima vía romana, que iba de Mérida a Zaragoza), un asentamiento del pueblo prerromano de los Vacceos situado en la zona central de la cuenca del Duero, dentro de la Tarraconense. El puente medieval de piedra con 17 arcos que se conserva en el emplazamiento, parte de la calzada romana de la antigua Septimanca y es atravesado por un tramo del Camino de Santiago.

Un siglo después, en el año 939, tuvo lugar, en el vado que forma el Pisuerga en sus inmediaciones, la batalla de Simancas, en la que las tropas de Ramiro II de León derrotaron a las de Abderramán III, un importante hito en el avance de la reconquista. En 1085, Simancas concluiría su condición de fronteriza, al ser tomada definitivamente por Alfonso VI.

La mayoría de los estudiosos mantiene que el impuesto de las damiselas nunca existió, siendo una leyenda inventada en el siglo XII para justificar el arbitrio bautizado como "Voto de Santiago", en beneficio de la Iglesia compostelana. Pero el tributo de las cien doncellas aparece en la literatura oral y en manifestaciones artísticas como el "Tímpano de Clavijo", en el interior de la catedral de Santiago de Compostela, que muestra al apóstol rodeado de seis féminas en actitud de agradecimiento, tres a su izquierda y tres a su derecha, que por su indumentaria, estarían diferenciadas en ricas y humildes. Tras la victoria de Clavijo y la derogación del tributo, las cristianas habrían salido gozosas en procesión religiosa, cantando y bailando, tradición mantenida hoy con las "cantaderas", que todavía desfilan en León el domingo previo a la festividad de San Froilán, el 5 de octubre, en una ceremonia denominada Foro u Oferta. Una vía urbana de la capital leonesa lleva el nombre de Calle de las Cien Doncellas.

Lope de Vega habría recogido este acervo popular en la comedia "Las doncellas de Simancas". Y en la actualidad, cada 6 de agosto, día de la Transfiguración del Salvador, patrón de la villa simanquina, el pueblo representa desde 1988 el llamado Requerimiento de las Siete Doncellas. Siete jóvenes, de entre 14 y 18 años, son reclutadas una a una en sus domicilios por el cortejo municipal que recorre la villa, encabezado por el alcalde junto al Mantenedor de la Tradición nombrado ese año, acompañados de danzantes que escenifican danzas de paloteo en su honor. Las muchachas, que visten trajes medievales con los colores del arco iris, son seleccionadas de entre las que lo hayan solicitado dentro del plazo establecido, preferiblemente empadronadas en Simancas.

En torno a la noche de San Juan del año siguiente las mismas doncellas, junto a un elenco de actores no profesionales de la localidad, protagonizan la Jura del rey Ramiro I, una recreación histórica que se celebra desde 1994 en los aledaños del Archivo General de Simancas, y que hace referencia al juramento que se tomó al soberano para abolir el gravamen de las cien doncellas. Cada edición, una persona es designada para encarnar la figura del Magistrado, que representa al pueblo de Simancas y solicita el compromiso del Ramiro I para terminar con la injusticia.

La tradición sigue tan viva en la población, que en el escudo de Simancas se ven siete manos derechas en recuerdo a la gesta, y un monumento a las valerosas jóvenes, realizado en bronce por el escultor Gonzalo Coello en 2009, preside la Plaza de la Cal en el municipio.

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