Y si Zohran Mamdani se presenta para ser alcalde de Valladolid
Imaginemos que Zohran Mamdani, el joven político que revolucionó la política neoyorquina con un programa cívico, aterrizara en Valladolid decidido a ser alcalde. No llegaría con promesas vacías ni carteles gastados; traería una libreta en la mano, dispuesto a escuchar a quienes rara vez son escuchados: los jóvenes que no pueden emanciparse, las mujeres que sostienen la vida cotidiana, los trabajadores precarios, los vecinos de los barrios más olvidados, la gente mayor que suele quedar al margen y también la clase profesional y culta, marginada de las decisiones que moldean la ciudad. Su campaña no empezaría con un mitin, sino con una conversación.
Su método sería sencillo y disruptivo: puerta a puerta, comunidad a comunidad, plaza a plaza. No buscaría el voto, sino el vínculo. Su equipo no estaría formado por asesores, sino por vecinos organizados, estudiantes, sanitarios y madres que conocen la ciudad mejor que muchos políticos. Su lema, en lugar de un eslogan, podría ser una pregunta: ¿Qué ciudad podríamos construir si el Ayuntamiento trabajara para todos?
El programa de Mamdani sería una radiografía de las carencias estructurales de Valladolid, pero también una hoja de ruta posible. Comenzaría por lo más básico: la vivienda. Ningún vallisoletano debería destinar más del 30% de su salario a pagar un alquiler. Se impulsaría un parque público de viviendas con unidades nuevas y rehabilitadas, con prioridad para jóvenes, familias monoparentales y personas mayores, y una fiscalidad justa: impuestos mayores para quienes mantienen pisos vacíos y bonificaciones para quienes los cedan al parque público.
En paralelo, aplicaría otra gran bandera: transporte público gratuito y digno. Mamdani no se limitaría a prometer más autobuses, sino que los haría gratuitos en toda la red municipal. La gratuidad, lejos de ser utópica, se convertiría en un derecho financiado con un modesto recargo a grandes superficies y empresas que se benefician del tráfico urbano. Con ello, reduciría emisiones, facilitaría la movilidad laboral y haría la ciudad más humana y sostenible.
Otro pilar sería sanidad y bienestar comunitario. El Ayuntamiento abriría centros de atención primaria de proximidad, con atención psicológica y programas de salud mental en colaboración con asociaciones locales. Las políticas de salud se integrarían con actividades culturales, deportivas y sociales en los barrios. Valladolid volvería a sentirse viva no por grandes eventos, sino por la intensidad de su vida cotidiana y la participación de jóvenes y mayores.
En cultura, Mamdani impulsaría talleres vecinales, bibliotecas con vida social y ciclos de cine y música en plazas y parques. No se trataría de llenar un calendario institucional, sino de acercar la cultura a todos los rincones y edades.
En urbanismo, aplicaría una visión ecológica y social: rehabilitación energética de edificios, techos solares en colegios y mercados, huertos urbanos y arbolado continuo en avenidas. Cada calle sería un espacio de encuentro, no un corredor de paso. Menos coches, más sombra, más vida pública: Valladolid volvería a ser humana.
En el corazón de la ciudad, Mamdani vería el centro histórico no como un escaparate, sino como una comunidad por recuperar. Apostaría por viviendas habitadas, no vacías; por comercio local frente a franquicias; por plazas y patios abiertos a la vida cultural y vecinal. La conservación del patrimonio no sería un gesto nostálgico, sino un acto de justicia con la memoria compartida. En su mirada, el casco antiguo de Valladolid dejaría de ser un decorado para volver a ser un lugar donde se vive, se conversa y se cuida lo común.
El programa también incluiría alimentación pública. Mercados municipales y cooperativas venderían productos básicos a precio justo, priorizando alimentos de cercanía. Escuelas, comedores y centros de mayores se abastecerían de estas redes, fortaleciendo la economía rural y reduciendo la dependencia de grandes cadenas.
En lo económico, Mamdani aplicaría un principio innovador: redistribuir para liberar. Salario mínimo local ajustado al coste de vida, convenios que garanticen salarios dignos en todas las empresas contratadas por el Ayuntamiento y fiscalidad progresiva donde grandes empresas y fortunas contribuyan proporcionalmente a la ciudad. Valladolid podría liderar una economía municipal verde y cooperativa, con incentivos a proyectos sociales, energías renovables y redes de cuidados.
En seguridad y convivencia, cambiaría el paradigma: policía suficiente y más prevención. Equipos de mediadores, atención a urgencias de salud mental, apoyo a víctimas de violencia machista y justicia restaurativa. La seguridad se mide por la confianza que inspira una ciudad donde nadie se siente solo.
En tecnología y digitalización, Mamdani impulsaría el acceso equitativo a internet y la modernización de servicios municipales. Todos tendrían Wi-Fi gratuito en espacios públicos, y trámites digitales fáciles desde cualquier barrio. Plataformas permitirían presupuestos participativos y seguimiento de proyectos en tiempo real, reforzando la implicación ciudadana. La tecnología dejaría de ser un lujo para ser una herramienta de igualdad y democracia.
Por último, habría un compromiso con igualdad y diversidad: oficinas municipales para inmigrantes, formación antirracista y becas de acceso a la universidad o a formación profesional. En lugar de miedo al cambio, orgullo de ser una ciudad abierta.
Todo este proyecto tendría una condición: la responsabilidad ética de los ciudadanos. Mamdani no creería en una política que lo hace todo por ti, sino contigo. Pediría a cada vecino implicarse, informarse, cuestionar y cuidar. No hay transformación sin comunidad, ni justicia sin compromiso. Valladolid no se reinventaría solo desde un despacho, sino desde la conciencia colectiva de quienes entienden que la democracia no es un servicio, sino una tarea compartida.








