Tiempo de desconfianza
En nuestras democracias contemporáneas, pocas palabras describen con tanta precisión el clima social como la que elige Victoria Camps en 'La sociedad de la desconfianza'. La filósofa advierte que la sospecha se ha convertido en el aire que respiramos, la lente a través de la cual interpretamos la política, las instituciones y nuestras relaciones. Este fenómeno no es pasajero: "la desconfianza se ha generalizado hasta convertirse en el sentimiento más extendido y el más difícil de revertir". Donde debería existir un mínimo de confianza capaz de sostener la cooperación y la vida democrática, la sospecha se ha instalado como norma.
Camps subraya que confiar no equivale a ingenuidad, sino que constituye la base de toda convivencia. "Confiar es la condición de posibilidad de la vida en común". Sin confianza, la cooperación se debilita y la democracia pierde su fundamento. Confiar significa otorgar crédito al otro, reconocer la legitimidad de su palabra y compromisos, y aceptar que la autoridad no se sostiene solo en la imposición del poder. La confianza es el tejido que mantiene unida a la sociedad.
Hoy, la desconfianza parece la respuesta natural: sospechamos de políticos con intereses ocultos, de medios atrapados en la lógica del espectáculo, de la ciencia ante la incertidumbre de la pandemia e incluso de quienes nos rodean. Este recelo erosiona vínculos, cooperación y compromiso ciudadano. Camps cita ejemplos claros: casos de corrupción que minan la credibilidad de las instituciones, promesas electorales incumplidas que generan desafección política, o situaciones cotidianas en las que acuerdos colectivos no se respetan, como conflictos vecinales o laborales. Pero el ecosistema digital amplifica rumores y teorías conspirativas, generando la sensación de que nada es fiable. La paradoja es que esta desconfianza termina reforzando aquello que pretende combatir: apatía política, descrédito de la palabra pública e indiferencia cívica. "La desconfianza absoluta conduce al escepticismo paralizante".
Frente a este escenario, Camps propone modular la desconfianza. No toda desconfianza es negativa: la desconfianza crítica vigila el poder y exige transparencia. "La desconfianza es necesaria para vigilar el poder, pero no debe convertirse en un hábito universal". Diferenciar entre desconfianza útil y paralizante requiere virtudes cívicas —prudencia, responsabilidad, disposición al diálogo— y prácticas institucionales que encarnen transparencia y rendición de cuentas. La confianza no se impone: se gana, y los ciudadanos tienen un papel activo en sostenerla.
La confianza es un bien relacional: depende del vínculo que une a las personas, no solo de quien confía ni de quien la recibe. "Es un acto consciente de lucidez y de valentía". Implica exponerse al riesgo de ser defraudado sin renunciar a la cooperación. Quien nunca confía se aísla; quien confía sin medida queda vulnerable. La democracia necesita ambos polos: vigilancia crítica y disposición a cooperar, equilibrio que permite construir sociedades más justas y solidarias.
La ausencia de confianza alimenta el populismo y la polarización, creando narrativas simplificadoras que presentan al ciudadano como víctima y al líder como salvador. Camps observa cómo la pérdida de confianza facilita que ciertos líderes exploten el miedo a la corrupción o la inseguridad para consolidar su poder. La respuesta no puede ser fe ciega en instituciones, sino la construcción de una cultura de confianza crítica, capaz de reconocer errores sin renunciar al compromiso con el espacio común. Desde un enfoque progresista, esto implica fortalecer la participación ciudadana, promover la transparencia y garantizar que todas las voces influyan en la toma de decisiones colectivas.
Camps recuerda que la confianza se construye en lo cotidiano: del respeto a los acuerdos, de la disposición al diálogo y del reconocimiento de responsabilidades compartidas. Cada acto de cooperación y cumplimiento de compromisos reconstruye un tejido social debilitado. Entre los ejemplos que cita, se encuentran acciones colectivas vecinales que solucionan conflictos de convivencia, cooperación en el entorno laboral para cumplir objetivos comunes y colaboración en iniciativas educativas o comunitarias. Confiar deja de ser ingenuidad y se convierte en un acto de resistencia cívica, un ejercicio activo de ciudadanía que sostiene la democracia participativa y un proyecto social inclusivo frente al cinismo y la sospecha que caracterizan nuestro tiempo. "Confiar no es ingenuidad ni simple optimismo: es un ejercicio de responsabilidad, lucidez y valentía que sostiene la vida en común".