Nueva entrega de la sección 'Palabras contra el olvido' de Ágreda
El barbero de Picasso
Nueva entrega de la sección 'Palabras contra el olvido' de Ágreda
Sale uno de el Teatro Calderón de ver El barbero de Picasso, descorazonado. Se ha trivializado tanto la figura de Picasso que hasta Pepe Viyuela se permite el lujo de ridiculizarlo. La mercantilización de su figura llega hasta extremos inimaginables. Porque El barbero de Picasso es la completa banalización del teatro. Su autor: Borja Ortiz de Gondra.
Son más de noventa minutos de continuos disparates. El teatro ocurre gracias siempre a la presencia "del otro". Pero aquí al "otro" le dan ganas de salir corriendo del teatro y dirigirse al departamento de reclamaciones, o, a la comisaria más cercana y poner la correspondiente denuncia.
Hay escenografía, vestuario y espacio sonoro. Todos en dos metros cuadros y con dos puertas. Por una entran y por otra salen. La barbería donde discurre la acción no tiene ni gracia, ni encanto, ni na, de na. Esto que estamos viendo no emociona a nadie, es tubazo de dimensiones galácticas.
Aquí no hay pensamiento ni nada que se le parezca. Chistes y más chistes (malos) sobre Picasso. Uno acaba odiando el teatro con todas sus fuerzas. El barbero de Picasso posiblemente sea la obra más superficial que me "tragado" en estos últimos tiempos. Teatro artificial que tenía que estar prohibido por ley.
Donde no hay no se puede sacar. Mezclar churras y merinas. Toros con cubismo; republica con espuma de afeitar; arte con analfabetismo; muerte con chistes malos; la Internacional con una cabra, y todo ello con un elenco encabezado por Pepe Viyuela (Picasso) que se está imitando a sí mismo todo el tiempo; Antonio Molero (Eugenio Arias) plano y sin gracia toda la noche; José Ramón Iglesias, vocinglero y a destiempo y luego Mar Calvo (Jacqueline).
La interpretación que hace Mar Calvo de su personaje, todavía a esta hora que escribo estas líneas, no se me ha ido de la cabeza y eso que un amigo médico, al que tuve que llamar avanzada la noche, me recetó algo que ahora no me acuerdo del nombre, pero que no me ha hecho nada. Y desde que salí del teatro todavía no he pegado ojo. Imaginasen ustedes en qué estado me encuentro: calamitoso. Ese tono, esa pronunciación, ese francés que se oía en las películas de Alfredo Landa tan estomagante, tan fuera de lugar, tan de todo que todavía resuena en mis oídos, es el causante de todos mis males. Estoy malísimo. Acabo de llamar al 112: Este tipo de teatro MATA.
Ya sabemos que todos los males vienen por salir de casa. Pepe, Borja, Antonio, Mar, lo siento mucho, pero no me volvéis a ver el pelo. Todo tiene un límite.
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