TORDESILLAS, CLAVELES DEL AYER
Mayorga se llena de magia un año más en la noche de El Vítor
Miles de personas fueron testigos de la centenaria tradición en honor a Santo Toribio de Mogrovejo
Mayorga se vistió de fuego y memorias este sábado, 27 de septiembre, para celebrar una de sus noches más intensas: la tradicional procesión de El Vítor, una fiesta tan luminosa como cargada de historia que marca para los mayorganos el fin de un ciclo y el inicio de otro.
Antes del alba: el preludio en la ermita
La atmósfera, ya desde horas antes de las diez de la noche, hervía de expectativa. En la Ermita de Santo Toribio, el punto de partida ritual, comenzaron a congregarse los fieles del rito: vecinos que desempolvan ropas viejas, sombreros de paja, guantes, preparándose para cubrirse del gotear del pez encendido. La tradición manda proteger la piel ante la sustancia negra que caerá de los pellejos ardientes durante el trayecto.
La procesión arrancó a eso de las 22.00 horas, iluminada por la llama de cientos de pellejos que pendían de largos varales, y con el eco de cánticos que agitaron la noche.
Entre llamas y himnos: el recorrido del fuego
Las calles de Mayorga se transformaron en un escenario denso de humo, resplandor y resonancias antiguas. Portando sus varales encendidos, los participantes avanzaban en paso firme, coreando al unísono el canto del 'Vítor' y el himno a Santo Toribio, mientras el olor a pez quemado impregnaba el aire.
Se calcula que en esta edición ardieron entre 500 y 800 pellejos. En tramos estratégicos del recorrido, se sumaron hogueras para reavivar los odres o activar quienes aún no ardían. El estandarte de El Vítor, con su policromía y signos simbólicos (V, T, R), cerró el cortejo acompañado de los mayordomos y la música que animaba el paso.
Sobre la medianoche, en la Plaza —tras acceder por la calle Cuatro Cantones— los fuegos artificiales estallaron como coronación efímera del ritual. Allí se cantó el himno, arrodillados frente al balcón del Ayuntamiento, símbolo del vínculo entre pueblo y tradición.
El regreso al templo: clausura con emoción
Con el primer albor, la procesión continuó su marcha: desde la plaza por la calle Derecha, luego por Cuatro Cantones y, finalmente, ascendiendo por Santo Toribio hacia la ermita. En las primeras luces del día, quienes llevaban los pellejos ya apagados colocaron en lo alto del varal sus sombreros, rendido homenaje final. Allí, en la ermita, se interpretó la Salve y el himno, sellando la dedicación del pueblo hacia su patrón.
La madrugada encontró a Mayorga en silencio tras la algarabía, pero el aire todavía vibraba del fuego vivido.
Fuego, identidad y comunidad
La noche de El Vítor no es solo espectáculo pirotécnico ni simple rito devocional: es memoria viva, manera de afirmarse como comunidad en torno a algo más que tradición. El fuego, los cánticos, el aroma del pez y el estandarte actúan como puente entre generaciones: los más jóvenes heredan la responsabilidad de mantener viva la llama (literal y simbólica).
Que esta edición tuviera lugar en sábado —con una mayor llegada de visitantes y cobertura televisiva a través de La 8 Valladolid entre las 22.30 y las 00.30 horas— solo acentuó la dimensión colectiva del acontecimiento.
Más allá del calendario, más allá del fuego puntual, la noche se convierte cada año en un puro vínculo: entre los que se marchan y los que vuelven, entre los que recuerdan y los que descubren por primera vez esas llamas que cantan.