Gaza y Palestina: ¿El fin del humanismo?

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Gaza y Palestina: ¿El fin del humanismo?
Gaza.
El autor esJuan González-Posada
Juan González-Posada
Lectura estimada: 4 min.

Vivimos un momento histórico en el que el humanismo, entendido como respeto universal a la vida y la dignidad de las personas, está en grave retroceso. Avanza una internacional reaccionaria que normalizan la violencia, priorizan intereses estratégicos sobre la vida humana y promueven la indiferentes social. Esta erosión ética se refleja en genocidios y violaciones de derechos humanos, y exige nuestra atención y acción inmediata.

La filósofa Judith Butler señala la gravedad de la indiferencia ante la violencia sistemática: "Parece mentira que aún discutamos si esto es un genocidio; ese debate mismo se ha vuelto una forma de encubrir lo evidente". Desmond Tutu recuerda que "Si eres neutral en situaciones de injusticia, has elegido el lado del opresor", y la escritora Toni Morrison advierte que "El silencio nunca nos protege. El silencio nunca nos salva". Estas voces nos obligan a reconocer que la crisis ética se manifiesta en la vida concreta de millones de personas.

En Palestina, y de manera especialmente visible en Gaza, se materializa el extremo de esta degradación ética. No es un episodio más de violencia: es un genocidio, reconocido por la Comisión Independiente de Investigación de la ONU y documentado por Amnistía Internacional y Human Rights Watch. Más de 682.000 víctimas en Gaza y otras zonas de Cisjordania, entre muertos, heridos, desplazados y desaparecidos. Los hospitales arrasados, escuelas destruidas y barrios reducidos a escombros no son daños colaterales; evidencian una estrategia de crueldad deliberada, sostenida por la venganza y la propaganda. UNICEF advierte que Gaza se ha convertido en "el lugar más peligroso del mundo para un niño". Cuando los cuerpos más frágiles son blanco de la violencia, se está negando la continuidad de la humanidad.

Es cierto que Hamas ha cometido asesinatos contra civiles, hechos condenables. Pero estos actos no justifican ni explican el genocidio en curso. La historia recuerda que, durante la Segunda Guerra Mundial, los nazis asesinaron poblaciones enteras como castigo colectivo. Ese tipo de violencia indiscriminada nunca puede justificarse y hoy encuentra ecos en Palestina.

Décadas de bloqueo, restricciones de movimiento y ofensivas militares periódicas agravan el sufrimiento cotidiano. Alimentarse, acceder a cuidados médicos o enterrar a los muertos es una lucha diaria. Millones de personas viven en condiciones extremas. Como señala el historiador Ilan Pappé: "Cuando se niega la historia y se despoja al otro de toda humanidad, los crímenes dejan de parecer crímenes". A esto se suma un ecocidio cultural: bibliotecas, universidades, archivos y patrimonio destruidos, borrando no solo vidas, sino también memoria colectiva, identidad y futuro.

El legado de intelectuales judíos que narraron el Holocausto debería estremecer nuestra conciencia. Primo Levi advirtió: "Ha sucedido, y por consiguiente puede volver a suceder". Hannah Arendt mostró cómo la banalidad del mal se instala allí donde los ciudadanos dejan de pensar críticamente. Ignorar estas advertencias traiciona la memoria y la base moral de la civilización europea. Europa, que proclamó el "nunca más" tras la barbarie nazi, traiciona hoy esa memoria si tolera este genocidio en silencio. Europa tiene la obligación ética de liderar una respuesta global, movilizando su influencia política, cultural y económica para detener la violencia y proteger a la población palestina. Como recuerda la película 'La zona de interés', basada en la obra de Martin Amis: el mal se vuelve cotidiano y burocrático cuando la humanidad se acostumbra a la violencia sistemática, recordándonos que la indiferencia es también complicidad.

La devastación actual es absoluta. No quedan casas, escuelas ni hospitales; solo ruinas y gente perdida sin saber a dónde ir ni cómo sobrevivir. Una madre que busca a sus hijos entre los escombros dice: "No sé si aún están vivos... no sé dónde ir ni adónde nos llevarán mañana". Esta situación recuerda, en su dimensión sistemática, a los campos de concentración del siglo XX: no como paralelismo directo, sino como una versión contemporánea de una humanidad despojada de todo resguardo, viviendo bajo control y violencia extrema. Mientras Gaza concentra la destrucción más evidente, otras zonas de Palestina sufren desplazamiento, bloqueos y violencia sistemática que refuerzan la estrategia genocida en todo el territorio. Palestina es también una advertencia para la humanidad entera: aceptar esta impunidad abre la puerta a que otros pueblos sufran lo mismo.

Por eso, la responsabilidad no recae solo en gobiernos o cancillerías. Todos los que tienen contacto con otros ciudadanos —políticos, maestros, profesores, periodistas, escritores, líderes sociales— deben hablar, analizar y debatir públicamente lo que ocurre. Europa, cuna de la Ilustración, no puede permanecer pasiva: debe liderar una movilización mundial de decencia. Si las democracias europeas aceptan en silencio este exterminio, su legitimidad queda dañada de manera irreparable. La complicidad pasiva es también barbarie. La movilización ciudadana, como ya ocurrió con el boicot contra el apartheid sudafricano, es hoy un deber ético ineludible.

La acción ciudadana puede tomar formas diversas y concretas: desde campañas culturales y académicas hasta presión política y económica sobre gobiernos y corporaciones vinculadas al conflicto. Cada acción cuenta: visibilizar, denunciar, boicotear y exigir responsabilidades son formas legítimas de actuar. La ética exige no permanecer indiferente y actuar en todos los ámbitos posibles.

La tarea es clara: denunciar, visibilizar, presionar y actuar con ética frente a la injusticia. Ignorar la responsabilidad sería aceptar que un gobierno que se proclama democrático pueda asesinar a mujeres y niños sin consecuencias, certificando el fin del humanismo.

Palestina nos coloca ante un límite histórico, con Gaza como epicentro visible de una violencia sistemática que afecta a todo el territorio. Aceptar esta impunidad sería un golpe devastador para la humanidad entera: demuestra que la comunidad internacional tolera genocidios, y normaliza la destrucción de pueblos indefensos en cualquier lugar del mundo. La responsabilidad no es opcional; debemos actuar antes de que sea demasiado tarde.

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