Bodas de sangre

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Bodas de sangre
El autor esSonsoles Sánchez-Reyes Peñamaria
Sonsoles Sánchez-Reyes Peñamaria
Lectura estimada: 8 min.

El 31 de mayo de 1906, Madrid se preparaba para vivir lo que la prensa había denominado "la boda del siglo": el enlace entre el rey Alfonso XIII y la princesa inglesa Victoria Eugenia de Battenberg. Pero poco sospechaban contrayentes, invitados y curiosos que los festejos iban a tornarse trágicos, con un atentado anarquista que los ensombrecería para siempre.

La capital de España estaba engalanada para los esponsales del monarca con la nieta de la reina Victoria de Inglaterra. La mañana de aquel jueves 31 de mayo de 1906 se había iniciado a las 11 horas con la solemne ceremonia nupcial en la iglesia de San Jerónimo el Real, con asistencia de representantes de todas las dinastías regias europeas. Al término de aquella, la comitiva, con 40 carrozas de gala, se dirigió hacia el palacio real. La calesa de los novios iba tirada por ocho caballos bayos, distribuidos en cuatro troncos.

El itinerario recorrió diversas calles de Madrid, ataviadas profusamente para la ocasión con guirnaldas de flores y luces de colores, en las que una multitud de decenas de miles de personas aclamaba a los recién casados. La calle Mayor estaba especialmente bien ornamentada, con dieciocho arcos coronados por las iniciales de los novios, A.V. Una brillante ostentación de belleza para una relevante vía, que magnificó aún más el contraste con el sangriento episodio que estaba a punto de ocurrir.

Cuando la comitiva regia llegaba a la calle Mayor, un anarquista originario de Sabadell, Mateo Morral Roca, aguardaba en el balcón de la habitación en la que pocos días antes se había registrado, en una casa de huéspedes del número 88, actualmente 84 tras el cambio de numeración. Tenía en su poder una bomba casera de fabricación propia, de las conocidas como 'Orsini' por el nombre de su inventor, un revolucionario italiano, y que en las últimas décadas había sido una mortífera arma empleada en diversos atentados a lo largo de Europa.

 

Cinco días antes, el planeado magnicidio había sido anunciado de una curiosa forma, con una inscripción grabada a cuchillo en un árbol del Retiro de Madrid, en el que se había habilitado un espacio circular retirando la corteza, y que decía así: "ejecutado será Alfonso XIII el día de su enlace". La firmaba "un irredento" y la acompañaba de unos dibujos y de la palabra "dinamita". Quienes la vieron, no le dieron ninguna verosimilitud hasta después de ocurrir el suceso.

Mateo Morral, de 26 años y soltero, había llegado a Madrid el 21 de mayo, alojándose bajo la identidad falsa de Manuel Martínez, viajante de lanas, en el Hotel Iberia de la calle Arenal, al creer erróneamente que el recorrido de los reyes de regreso al palacio real incluía el lugar. Una vez en poder de la información correcta, el día 24 se mudó a otra pensión en la calle Mayor, regentada por José Cuesta, en cuyos bajos se ubicaba un almacén de vinos, actualmente el célebre restaurante Casa Ciriaco.

La policía tenía clasificado a Morral como "poco peligroso", lo que le proporcionaba libertad de movimientos. Esos días, frecuentó la horchatería de Candelas, en la calle Alcalá, en la que se reunía una tertulia literaria a la que eran asiduos Pío Baroja y Ramón María del Valle Inclán. Aunque ninguno habló con Morral y Baroja lo recordaría como "oscuro y silencioso", ambos autores posteriormente le dedicarían espacio en su obra, en el caso de Baroja la novela La dama errante y en el de Valle-Inclán, la poesía 'Rosa de llamas' y la escena sexta de su obra de teatro 'Luces de Bohemia', en la que el protagonista, Max Estrella, tiene un encuentro con un preso anarquista llamado Mateo.

Hacia las dos de la tarde de ese soleado 31 de mayo de 1906, el desfile de las carrozas procedentes de los esponsales de los reyes pasó por debajo del balcón donde se ubicaba Morral, en el cuarto piso, quinto si contamos el entresuelo. El 29 de mayo, el gobernador civil de la provincia, Joaquín Ruiz Jiménez, había publicado un bando prohibiendo, por motivos de seguridad, "que se arrojen en ningún momento y desde ningún sitio ramos de flores ni objeto alguno a la vía pública durante el paso de los cortejos oficiales". Pero Mateo Morral desoía el mandato y lanzaba a la calle, justo al paso del vehículo de los monarcas, un ramo de rosas pálidas que escondía en su interior un artefacto explosivo. Había encargado a su patrona comprarle flores diariamente con la excusa de ser afecto a ellas y desear decorar su balcón para el histórico momento.

 

La trayectoria del objeto se desvió por impactar con el cableado que cruzaba la calle, por lo que la bomba caería sobre el lomo de uno de los caballos que tiraban de la carroza real, atenuando la fuerza del estallido, y dirigiendo parte de sus efectos hacia el edificio de origen, propiedad del duque de Ahumada. Fallecieron quienes se encontraban en sus balcones contemplando el evento: en el primer piso, la marquesa de Tolosa (María de la O Queralt) y su sobrina de 14 años Teresa Ulloa, hija de la condesa viuda de Adanero; en el segundo, el administrador del duque, Antonio Calvo, en el tercero la sobrina de este, la niña de 8 años Carmen Prieto, y en el cuarto, el estudiante Eusebio Flores, hospedado en el establecimiento hotelero. Entre las bajas se encontraban soldados del séquito real, miembros del Regimiento Wad Ras, guardias municipales o un palafrenero. En total, una veintena de víctimas mortales y un centenar de heridos.

Los caballos tordos claros que arrastraban el carruaje de los reyes, espantados por la detonación, emprendieron una carrera en la que aplastaron mortalmente a un caballo de varas, haciendo caer al cochero. Los monarcas resultaron ilesos, aunque su imagen no podía ser más elocuente: la reina con su vestido y zapatos manchados de sangre, y el rey con el collar del toisón de oro partido y el uniforme desgarrado a la altura del pecho. Un fragmento de la bomba entró en la carroza, incrustándose en el asiento. Sería entregado por la reina madre, María Cristina, a su cuñada la infanta Paz, hija de Isabel II, elaborándose con él una placa votiva como ofrenda para la patrona de Alemania, Nuestra Señora de Altötting, en Baviera.

Cometido el intento de regicidio, Morral, aprovechando la confusión, bajó corriendo las escaleras de su alojamiento para alejarse del lugar, abandonando allí su equipaje. Se dirigió a la redacción de El Motín, en la calle Ruiza, n.º 4, un periódico caracterizado por sus ataques a iglesia y a la monarquía, dirigido por José Nakens Pérez, a quien pidió ayuda para ocultarse. Ya anochecido, este lo llevó a la casa de su correligionario Bernardo Mata García, diciéndole que Morral era un periodista italiano evadido de un penal.

A las cinco de la tarde se reunieron los ministros en la casa del presidente del Consejo, Segismundo Moret. Durante dos horas debatieron temas relacionados con el atentado. Cuestionaban las medidas de seguridad, pues varios de ellos habían recibido anónimos anunciando el suceso, y a Palacio habían llegado amenazas. Se decidió seguir con las celebraciones (solo se suspendió en señal de duelo la recepción en palacio tras el enlace y el baile del día posterior) y dejar en manos de las Cortes determinar la adopción de medidas represivas contra el anarquismo.

 

La policía obtenía la descripción de Morral de testigos de la casa de huéspedes ('alto, muy moreno, bigote fino y muy delgado'). Al día siguiente, su fotografía apareció en la prensa y el ministro de la Gobernación, el conde de Romanones, ofrecía la astronómica recompensa de 25.000 pesetas a quien lo descubriera. Una fotografía que dio la vuelta al mundo, publicándose en un sinfín de periódicos, fue tomada por un joven estudiante de medicina de 17 años, Eugenio Mesonero Romanos. Captaba un expresivo instante, con el humo de la explosión, y los caballos del carruaje real iniciando la estampida. ABC le pagaría por la instantánea, no las 10 pesetas prometidas a los fotógrafos colaboradores, sino la elevada cifra de 300 pesetas. 

El soberano quiso calmar la alarma social dando imagen de serenidad y normalidad y paseó junto con su esposa por la ciudad en coche descubierto en la mañana del día siguiente, 1 de junio, sin escolta, acompañados por otro coche ocupado por el presidente del Consejo de ministros. La gente vitoreaba a los monarcas. A las cuatro de la tarde llegó Alfonso XIII al Hospital del Buen Suceso, a presentar sus respetos en la capilla ardiente de los difuntos y visitar a los heridos.

Mientras tanto, la mujer de Mata adquiría ropas de mecánico para hacer pasar desapercibido a Morral, quien abandonó Madrid y anduvo por el campo casi dos días. El 2 de junio llegó a Torrejón de Ardoz, con la intención de tomar el tren a Barcelona. Hambriento, entraría en el Ventorro de los Jaraíces, cercano a la estación, cuyos dueños eran Jenaro Chamorro Méndez y Fermina Treissaz Gómez, esta última de ancestros franceses.

Morral infundió sospechas por su acento catalán, la falta de correspondencia entre sus finos modales y su mono de mecánico, y sus dedos vendados, pues la prensa había divulgado el detalle de que tenía una pequeña herida en la mano derecha, producida al manipular la bomba. Salieron a dar aviso a la Guardia Civil; mientras tanto, llegaba el guarda jurado de la finca de Aldovea, Fructuoso Vega, hombre corpulento, rubio y con ojos azules, armado con una Remington, a quien se participó de las malas impresiones sobre el desconocido. Este pidió a Morral que lo acompañase al cuartelillo, lo que el anarquista hizo sin oponer resistencia. Pero nunca llegarían: no lejos del lugar, según declaración de la posadera, el forastero extrajo una pequeña pistola Browning con la que dio muerte a Vega y acto seguido, se disparó fatalmente. Morral evitaba así el garrote vil o la muerte por fusilamiento. Sin embargo, investigaciones recientes, basadas en las fotografías del sumario, descartan el suicidio, decantándose por la conclusión de que, por la distancia y tamaño del impacto, alguien empuñó el arma de fuego, de mayor calibre que la que portaba Morral. Ese hipotético asesinato habría sido útil para impedir conocer la trama oculta tras la acción, contradiciendo la teoría de tratarse de un lobo solitario.

 

El gentío intentó atacar el cuerpo del anarquista, por lo que se necesitó la intervención de las fuerzas del orden para evitarlo. Las 25.000 pesetas de gratificación fueron entregadas a la viuda del guarda, que quedaba con cinco hijos. En honor a su heroica actuación, Rodrigo Figueroa Torres, duque de Tovar, propietario de la finca de Aldovea, costeó una cruz en su memoria que se colocó en el km 4 de la carretera de Torrejón a Arganda del Rey, y se mantuvo allí hasta la Segunda República.

En varias jornadas de junio de 1907 tuvo lugar el juicio por el magnicidio frustrado, en el que se condenó a nueve años de prisión a José Nakens y a Bernardo Mata, por haber facilitado la huida de Mateo Morral. Fueron indultados un año después, con ocasión del primer cumpleaños del Príncipe de Asturias, por el gobierno de Antonio Maura, a raíz de una campaña de prensa que suscitó un clamor popular a su favor, dentro y fuera de España, basado en la publicación de artículos de Nakens, quien aseguraba que solo había ayudado a Morral por humanidad, relatando las terribles condiciones de vida en la cárcel.

En recuerdo de las víctimas del atentado, en 1908 en Madrid se levantó un monumento del arquitecto Enrique Repullés Vargas y el escultor Aniceto Marinas. Demolido en la Guerra Civil, cuando la atípica situación histórica propició que se renombrase durante un breve período la calle Mayor como calle Mateo Morral, el escultor Federico Collaut-Valera llevó a cabo en 1963 el monumento actualmente presente en el emplazamiento original, frente a la casa desde donde se arrojó la bomba.

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