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Escenas de la vida conyugal
Una nueva edición de la crónica cultural 'Palabras contra el olvido'
Los ojos rasgados de Ricardo Darín y la enigmática mirada de Andrea Pietra encierran el misterio de Escenas de la vida conyugal que esta noche estamos viendo en el Teatro Calderón. El personaje de Johan (marido) lo encarna Darín y el de Marianne (mujer) lo hace Pietra. Tiene mucha razón Emilio Gutiérrez Caba cuando dice que los actores no interpretan, los actores crean. Esta noche lo estamos comprobando en directo.
La vida de un matrimonio, dentro de reglas que este exige, puede ser poco atractiva. El matrimonio no es para gallinas. En la primera media hora de Escenas de la vida conyugal se muestra eso. Hay que cumplir horarios, cumplir el protocolo, vamos, y no meterse en jardines que luego no vas poder mantener. Todo aparentemente tiene el beneplácito de la familia, Mientras se mantenga la costumbre de ir a comer los domingos donde los suegros/padres y llevar a "los nenes" -como dice Darín- al futbol no hay por qué preocuparse nada.
Lo atractivo (parece ser) está fuera del matrimonio. Enamorarse de una mujer joven... "No es su cuerpo, es su mente sin cinismo ni crueldad, su frescura..." escribe Suketu Mehta, el autor de ese libro imprescindible titulado Ciudad total. Pasada la media hora en el matrimonio de Johan y Marianne todo empieza a ser cinismo, mentira y crueldad, mucha crueldad.
Es una celebración de la vida, dice Johan/Darín, que una mujer joven tenga una relación con un hombre mayor y casado. Uy, que empieza la tormenta... Y es a partir de aquí donde Ricardo Darín y Andrea Pietra se asoman al abismo de sus creaciones. El amor, único y maravilloso del matrimonio ha desparecido; aparece el terrible desamor que todo lo destruye.
¿Hay personas tan ingenuas que son capaces de dejarlo todo por amor? Parece ser que sí. Llegados a este punto "cuando aparece la mujer de 28 años" es cuando todo se va al garete. Ya no cuadra nada y la vida puede convertirse en un infierno, sobre todo para el infiel. Y es cuando Darín y Andrea Pietra iluminan a los espectadores del Teatro Calderón.
Y hacen los dos (porque los dos están magníficos) algo dificilísimo, que es la de expresar con miradas, con silencios repentinos, como si de golpes estuvieran poseídos por el sonido de las palabras que llegan nítidas al patio de butacas, qué pronunciación, madre mía, de un hombre devastado y con el futuro hecho trizas y una mujer que atrapa con cada palabra y lo que hay en ella, toda la felicidad e infelicidad por la que atraviesa por momentos y todo el dolor de ver a un hombre, su exmarido, el padre de sus hijas, hecho una piltrafa por su "mal vivir".
Resumiendo: A Ricardo Darín y Andrea Pietra da gusto verlos. Bordan sus personajes porque tienen un talento descomunal y eso no se encuentra en El Corte Inglés.
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