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Tragicomedia española
El artículo de Diego Jalón de este viernes para Tribuna Valladolid
Parece ser que fue Tito Maccio Plauto el primero que acuñó el término, hace más de dos mil años, para definir esas obras de teatro que mezclaban elementos cómicos y trágicos. Pero el que fundó y estableció las reglas de la tragicomedia fue Lope de Vega. Y Cervantes superó las fronteras del teatro y alcanzó en El Quijote la cumbre de la novela con este género tan español, en el que la primera reacción es reírse de lo que ocurre, pero que invita al llanto y la pesadumbre cuando uno lo piensa mejor.
Y eso es lo que ocurre últimamente con la política española, que parece un chiste, pero en el fondo no tiene ni puñetera gracia. Todo es una desazonadora gilipollez si no fuera porque en el fondo es una faena abyecta y casi cualquier cosa acaba siendo un disparate. Por ejemplo, la última de la alcaldesa de Barcelona, otra vez imputada, que ha decidido por decreto suspender las relaciones de Barcelona con Israel y Tel Aviv, en contra de todo el resto de los partidos con los que gobierna el Ayuntamiento.
Esa es su forma de entender la democracia, la de ir en contra de la mayoría. Pero, sobre todo, la de romper relaciones con el único país de Oriente Medio en el que hay un sistema democrático. Y con la única ciudad de la zona en la que se celebra un día del orgullo LGTBI, ese colectivo al que tanto defiende la alcaldesa de una ciudad que sigue hermanada con San Petersburgo y con Abu Dabi. Dice Colau que es un "estado apartheid", igual porque no sabe que mientras que los judíos tienen prohibida la entrada en Palestina, en Israel viven dos millones de árabes, entre ellos uno de los jueces de la Corte Suprema y el presidente del Banco Leumi, el mayor del país. Un poco como si Mandela en vez de estar en la cárcel hubiese sido el presidente de De Beers.
Casi todo lo de Colau es puro teatro, pero del malo. Y lo mismo le ocurre al jefe del partido que permite que sea alcaldesa con solo 10 concejales de un total de 41, que por cierto es también el presidente del Gobierno, ahora dedicado a tiempo parcial a la producción de sitcoms. La última entrega, "Un café en Parla con los muy cafeteros? ha superado todas las expectativas tras los estrenos de "Un domingo cualquiera jugando a la petanca" o "Las bicicletas son para ir a contramano", ésta coprotagonizada por Óscar Puente, que ha recuperado con Sánchez su pasión de juventud por las artes escénicas.
Sánchez se apareció, como la virgen en Fátima, en casa de unos jóvenes mileuristas, a los que no conocía de nada, "¿entonces tú eres de Parla de toda la vida?". Y se sentó en el sillón, como los protas de Friends, pero no había carcajadas de fondo cuando Mari Carmen le dijo eso de que "ahora te hacen indefinido más pronto". Y más pronto aún, fijo discontinuo. Vamos que los jóvenes españoles, si son de Parla y hermanos de un asesor de Moncloa, están felices en un país con el 30% de paro juvenil, el doble que la media europea. Ponte otra tacita Pedro, pero no le eches mucho azúcar, que ha subido un 42% en un año.
Quizá la mayor decepción de esta semana para el presidente ha sido no recibir ningún Goya en esa gala en la que tan feliz se le veía. El presidente se mueve a sus anchas por sus palacios y en el Falcon, rodeado de figurantes del PSOE. Y goza también con los actores, directores y productores del cine español, esos que hace unos años gritaban a favor de la autodeterminación del pueblo Saharaui y en contra de la guerra de la Guerra de Irak. Este año, curiosamente, se les pasó hacer algún chiste soez sobre Mohamed de Marruecos o mencionar la invasión de Ucrania.
La directora iraní Mira Farahani y el director español Juan Antonio Bayona sí rompieron una lanza por "los hombres y las mujeres iraníes que están sufriendo la represión, el silencio e incluso la muerte". Y nos explicaron que "el día que los fascistas sean expulsados, que se vayan como cucarachas golpeadas, estaremos salvados". Porque como todo el mundo sabe, el problema de Irán no es el islamismo de los ayatolás sino el fascismo. Y no hay nada como llamar a las cosas por su nombre. El Palacio de Exposiciones y Congresos de Sevilla rompió en un emocionado aplauso.
Por supuesto, la gran reivindicación de nuestros cómicos fue la defensa de la sanidad pública "ante la barbarie que se está llevando a cabo en Madrid", como nos recordó entre sollozos el genial manchego Almodóvar, "aunque algunos tengamos la suerte de acudir a la sanidad privada". El presentador, Jordi Évole, al que aquella gala del no a la guerra le enseñó "a no callarse", convocó a la manifestación del día siguiente en Madrid contra Ayuso: "a las 12 horas hay una manifestación a favor de la sanidad pública". Mientras, la organización de los premios agradecía a Quirón Salud, una de las empresas que colabora con Ayuso para desmantelar la salud pública, "servicio médico oficial de los premios Goya 2023, por velar por la salud de nuestros invitados e invitadas".
Son las cosas del mundo de la comedia, que siempre dan para echarse unas risas. Lo trágico es que la realidad es un poco menos graciosa. Y aunque Sánchez disfrutó mucho su partida de petanca, su paseo en bici, su café y la soirée del cine patrio, su día a día de aquí a fin de año se presenta más complicado. Sus amigos los rufianes, oteguis, iglesias y Yolanda, "¿dónde estás, donde estás, Yolanda?" no se cansan de repetir que hay que "cuidar de la coalición", pero lo que quieren es tener bien vigilado al presidente y atarlo en corto.
Como ha podido comprobar esta semana, Sánchez está encadenado a sus socios, que no le van a dejar moverse a gusto y le van a seguir exigiendo que pase por caja cada vez que necesite su apoyo. De momento lo de resolver la sangría del sí es sí, que no lo digo yo, lo dice Patxi, es urgente. Pero sus compadres se van a tomar con mucha calma lo de volver "al Código Penal de la manada". Ya si acaso en marzo, en abril, o en mayo en plena campaña.
Sánchez debería darle un premio a Bolaños, que según cuentan es el artífice de esa genial estrategia que consistía en empaquetar todos los marrones y las cuentas pendientes con sus extorsionadores para dejarlos resueltos antes de fin de año y dedicarse de enero a mayo a rozarse piel con piel con los españoles, engrandecer su perfil humano, su cercanía con la clase media y trabajadora y presumir de sus grandes logros socioeconómicos.
Su raid para poner patas arriba el Código Penal, solucionar las sediciones futuras de ERC o de Bildu, arreglar lo de la malversación de Junqueras y poner el Constitucional a buen recaudo no está resultando precisamente una hollywoodiense galopada triunfal del séptimo de caballería hacia las urnas, sino más bien una escena de "800 balas" o de "Aquí llega Condemor el pecador de la pradera". Cine español cargado de tragicomedia.
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