Del 10 al 13 de julio, el patio de la Hospedería acoge cuatro noches de música en directo que exploran la tradición desde nuevos lenguajes
La vida secreta de la música
La opinión de Ágreda para Tribuna Valladolid
Llegan los primeros compases del Bolero de Ravel a los oídos del público que abarrota la Sala Sinfónica Jesús López Cobos del CCMD y me recuerda aquello que decía Aristóteles en su Metafísica: todos los seres humanos tienden por naturaleza a entender.
Los sonidos, el aire sonoro lleva implícito un aire semántico. Los sonidos también nos obligan a entender. Siempre que se escucha un sonido pasa algo. La batuta de Roberto González-Monjas que dirige esta esta tarde a la OSCyL en el último concierto de la temporada, busca en el primer movimiento del Bolero de Ravel un equilibrio entre la tensión inicial y las emociones que van surgiendo a poco que uno ponga de su parte.
Emociones que provoca la música de manera abstracta pero que calan en oyente de manera placentera. El placer es el primer requisito del arte. La música surgió antes que la palabra. Durante los 15 minutos y 4 segundos que duró el Bolero estuve disfrutando a lo bestia, casi de manera violenta y física de lo que llegaba a mis oídos. Da exactamente igual en que se inspiró Ravel para componer su Bolero, lo importante es lo que quiere decir para que el que lo está escuchando.
Luego llegó Concierto para piano de Ravel a cargo de la talentosa pianista Yeol Eum Son que logró el milagro de cargarse al público a sus espaldas y llevarnos al lugar de ?los sueños olvidados? allí, en ese lugar solo impera la fantasía y no existe ni el dolor ni la muerte. Veintitrés minutos, más la propina de madrina generosa sirvieron para nos dijera todo lo que tenía que decirnos: pónganse cómodos y adquieran la sensibilidad necesaria para disfrutar de esta atmosfera única e irrepetible.
La Consagración de la primavera de Stravinski resultó fácil de disfrutar pero difícil de explicar. Disfrutar, porque para disfrutar de la primavera lo que hay que hacer es repanchigarte en la butaca, abandonarse, vamos y dejar que aquello que estás escuchando saque brillo a la tarde. La OSCyL sacó brillo a la música y a la vida.
Para alejarse del mundo no hace falta subirse al faro Bengtkär. Escuchando a Ravel y a Stravinski se tiene la posibilidad de liberarse de la tiranía de la memoria y de uno mismo gracias al mosaico de profundos sentimientos que son capaces de generar.
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