Cuando la historia se convierte en canciones y leyendas infantiles

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Cuando la historia se convierte en canciones y leyendas infantiles
Fotografías: Gabriela Torregrosa y Manuel de Arriba.
El autor esSonsoles Sánchez-Reyes Peñamaria
Sonsoles Sánchez-Reyes Peñamaria
Lectura estimada: 8 min.

Muchas canciones y leyendas infantiles con las que llevamos familiarizados desde que nos alcanza la memoria están dotadas de un trasfondo de verdad histórica que causa perplejidad cuando se descubre. Pueden recoger una simple anécdota o un modo de vida pasado, o reflejar un suceso relevante para toda una época.   

Este es el caso de la pegadiza tonada que muchas generaciones han cantado, "Mambrú se fue a la guerra, / qué dolor, qué dolor, qué pena. / Mambrú se fue a la guerra, / no sé cuándo vendrá. / Do-re-mi, do-re-fa, / no sé cuándo vendrá".

La letra alude al general británico John Churchill, primer duque de Marlborough, azote de los franceses durante la Guerra de Sucesión española que tuvo lugar entre 1701 y 1714, a la muerte del rey Carlos II sin heredero, enfrentando a los ejércitos de los dos pretendientes, el Borbón francés y el Habsburgo austriaco, ayudados por naciones europeas alineadas con uno u otro según conviniera a sus propios intereses. Inglaterra era aliada de Austria, con miras a frenar las ambiciones expansivas del monarca galo Luis XIV, que deseaba poner a su nieto Felipe en el trono hispano.

Fotografías: Gabriela Torregrosa y Manuel de Arriba

Aunque finalmente prevalecería Francia y la corona sería ceñida por Felipe V, Marlborough salió victorioso el 11 de septiembre de 1709 en la batalla de Malplaquet, en Nord-Pas-de-Calais. No obstante, aquel día, entre los derrotados franceses se dio credibilidad a la noticia de que el general enemigo había muerto. Eufóricos con la información, cuya falsedad se probaría más tarde, al finalizar la jornada bélica y ya de repliegue en Quesnoy, algún soldado, cuyo nombre se desconoce, tuvo la ocurrencia de componer una letrilla alusiva, como oración fúnebre burlesca en 22 coplas, para ser cantada con una melodía de origen árabe popular desde hacía mucho tiempo, y afrancesando el apellido del general en Malbrou.

El paso de los años hizo que la traviesa canción fuera olvidada, hasta 1785, momento en que la reina francesa María Antonieta dio a luz a su tercer hijo, el príncipe Luis Carlos, que más tarde, tras la prematura muerte de su hermano mayor, sería nombrado Delfín, por su ascenso al primer puesto como sucesor de la dinastía.

La nodriza del pequeño Luis, madame Poitrine, acostumbraba a cantarle la rítmica canción de Marlborough. Los reyes se aficionaron a ella, y poco a poco se convirtió en favorita entre los moradores del palacio de Versalles, extendiéndose con celeridad por todo el país e incluso por Europa, donde se extrapoló a diversas versiones en diferentes lenguas.

La canción se puso tan de moda, que se denominó Marlborough a productos varios de consumo como joyas, abanicos, tapices, peinados, prendas de vestir o comidas. Poco después llegó a España, a través de la Casa de Borbón, y el nombre del protagonista se españolizó a Mambrú.

Cuando Ludwig van Beethoven compuso "La victoria de Wellington" para conmemorar la victoria británica sobre las tropas napoleónicas en España en la batalla de Vitoria en 1813, eligió como característica del ejército de Francia la melodía de "Mambrú se fue a la guerra", y los himnos "Rule, Britannia" y "God Save the King" como los más propios de las tropas inglesas. 

La canción de Mambrú logró introducirse hasta tal punto en el acervo cultural internacional, que encontramos referencias a ella o al personaje en títulos señeros de la literatura universal, como Crimen y castigo de Dostoyevsky, Guerra y paz de Tolstoi, Cien años de soledad y El otoño del patriarca de García Márquez, el poema "La vuelta de Mambrú", de Benedetti, dos novelas de Fernán Caballero, entre ellas la célebre La gaviota, Escenas de la vida parisina de Balzac o Les Châtiments de Víctor Hugo.

En el municipio de Arbeteta, en la provincia de Guadalajara, la veleta de la torre de la iglesia, originalmente ubicada allí en 1787 y que representa a un granadero, se conoce popularmente como el Mambrú.

Fotografías: Gabriela Torregrosa y Manuel de Arriba

Igualmente famosa en nuestro país es la canción "Ya se murió el burro de la tía Vinagre / ya lo llevó Dios de esta vida miserable. Que tururururú, que tururururú". Existen variaciones de la letra que sustituyen "el burro de la tía Vinagre" por "el burro que llevaba (o acarreaba) la vinagre". Se trataba del asno del Tío Silguero, conocido en toda España como el burro de Villarino, por aludir la coplilla a un animal de Villarino de los Aires, una localidad salmantina en la frontera con Portugal.

Allí se producían vino, vinagre y aguardiente, que se vendían portados sobre borricos, en pueblos cercanos como Pereña. La canción fue compuesta como pasacalles satírico por los mozos dedicándosela a la Tía Joaquina, con ocasión de la muerte del pollino con el que transportaba las mercancías su difunto marido, Francisco Silguero. El burro actualmente cuenta con un monumento conmemorativo en el sitio.

Más allá de las canciones, existen historias que han llegado a convertirse en legendarias en el contexto infantil. Es el caso del Tío Camuñas, una especie de coco, sacamantecas u hombre del saco, con el que se asusta a los niños para coaccionarles a ser obedientes, profiriendo la amenaza "¡Que viene el Tío Camuñas!".

Aunque esa interpretación tergiversada no casa con las gestas realizadas por la figura auténtica que subyace a esa expresión. Los hechos reales hablan de un hombre natural de Camuñas, una población en la provincia de Toledo, llamado Francisco Sánchez Fernández, alias Francisquete. Al estallar la Guerra de la Independencia, Francisco y su hermano Juan Pedro plantaron cara a los invasores napoleónicos. Pero un edil de Camuñas, Vicente Hidalgo, que buscaba vengarse de un pleito que le había enfrentado a los hermanos años atrás, los denunció ante los franceses, y en 1809 Juan Pedro fue apresado, fusilado y colgado de las aspas de un molino.

Ante el cuerpo inerte de su hermano, Francisquete juró no descansar hasta vengarse, y así nació no un bandolero, sino un héroe de la guerrilla, conocido por doquier con la apelación de su pueblo, el Tío Camuñas.

Conformó una partida de una treintena de amigos, que iría incrementando componentes con el tiempo, y con su conocimiento exhaustivo de la orografía y su dominio ecuestre por haber sido mensajero, logró causar pavor entre los ocupantes galos, porque los sorprendía en emboscadas por la espalda, en terrenos agrestes. Sus hombres llegaron incluso a relevar a la guerrilla de El Empecinado para escoltar en su largo camino el paso de información de la Junta Central de Madrid a Andalucía.

Pero en 1811, tras dos años de escaramuzas, los franceses comandados por el general Armagnac interceptaron a su partida en Belmonte, Cuenca. Tras plantar una feroz resistencia, el Tío Camuñas fue herido, capturado y fusilado en la muralla de Belmonte apenas dos días después, el 13 de noviembre. Tenía 49 años. Fue enterrado en la iglesia colegial de Belmonte por mandato del general. Hoy, su lugar natal le ha erigido un busto como homenaje.

Fotografías: Gabriela Torregrosa y Manuel de Arriba

Y todos los niños españoles han oído la existencia del simpático personaje "Ratoncito Pérez", que según una arraigada tradición, cuando a un pequeño se le cae un diente de leche y lo deja bajo su almohada durante la noche, se lo cambia por una moneda o un pequeño regalo. Así, lo que puede ser un momento desagradable o traumático para un niño de perder un diente, se torna en motivo de ilusión.

Esta historia, que forma parte del acervo cultural infantil de nuestro país, fue invención del jesuita, escritor y periodista jerezano Luis Coloma Roldán (1851-1915), consejero espiritual de la Corona y miembro de la Real Academia Española, que la vertió en un cuento dedicado a un niño de ocho años a quien se le había caído un diente, y que vivía con su madre y sus dos hermanas, habiendo perdido a su padre poco antes de nacer. Lo especial es que ese niño estaba llamado un día a convertirse en rey de España, con el nombre de Alfonso XIII. Eso hizo que el relato cobrase celebridad, pasando de generación en generación hasta nuestros días.

En 1894, el Padre Coloma recibió el encargo de la reina regente María Cristina de Habsburgo de redactar una narración para hacer más llevadero al heredero de la Corona española, el niño Alfonso, quien en casa recibía el apelativo cariñoso de "Buby", la caída de su primer diente. Coloma escribió poco más de una decena de páginas, en las que mezcló datos reales de la vida cotidiana del príncipe con elementos de fantasía. 

En la historia, el protagonista es el rey Buby I, quien pierde su primer diente de leche y lo pone bajo su almohada mientras aguarda la visita del ratoncito Pérez, a quien se describe como "un ratón muy pequeño, con sombrero de paja, lentes de oro, zapatos de lienzo crudo y una cartera roja".

Cuando éste aparece y toca al niño regio para hacer la magia de convertirle en ratón por unas horas, Buby y Pérez recorren Madrid para ir recogiendo los dientes de los demás niños y llevarlos a la casa del ratoncito, que es una caja metálica de galletas de la marca inglesa Huntley and Palmers, las preferidas del futuro rey, situada en el sótano de la pastelería-ultramarinos Carlos Prast, donde vivían Pérez, su esposa Katalina, y sus tres hijos, Adelaida, Elvira y Adolfo (lo que recuerda al príncipe y sus dos hermanas), "frente por frente de una gran pila de quesos de Gruyère, que ofrecían a la familia de Pérez próxima y abastada despensa".

Cuando el rey Buby convertido en ratón, junto con Pérez, recoge el diente del niño Gilito, que malvivía en una buhardilla, Coloma traslada la moraleja al futuro monarca de que todos los niños son iguales en miedos e ilusiones, pero muchos pasan hambre y frío y no disfrutan de la suerte del príncipe. El autor define al rey Buby como "grande amigo de los niños pobres".

La historia no era enteramente original, pues la tradición oral de los países anglosajones habla de las hadas de los dientes de leche, que traen regalos a los niños cada vez que pierden uno, o de ratones en los países sudamericanos y en Francia (la llamada "petite souris"). En Italia el ratoncito se conoce como topino o topolino dei denti, y el hada como la fatina

Fotografías: Gabriela Torregrosa y Manuel de Arriba

Ratón Pérez ha logrado hacerse universalmente ilustre, y su historia publicada cientos de veces, traducida a muchos idiomas. Para elegir su denominación, Coloma pudo basarse en un relato de su amiga la escritora Cecilia Böhl de Faber, bajo su seudónimo Fernán Caballero, titulado "La cucarachita Mondinga y el Ratón Pérez". El roedor fue popular desde ese momento, pues ya en 1884 Benito Pérez Galdós lo menciona en su novela La de Bringas.

El cuento de Coloma se publicó por vez primera en 1902, en el volumen Nuevas lecturas, y posteriormente en 1911 como relato independiente, con ilustraciones de Mariano Pedrero. El manuscrito original se conserva en la biblioteca del Palacio Real, así como un ejemplar de la edición de 1911, dedicado de su puño y letra por el autor a quien por entonces ya era monarca, con las siguientes palabras: "A mi rey y señor Don Alfonso XIII para que recuerde y encomiende a Dios a este pobre pecador que tanto le ha querido y tanto ha rogado y trabajado por la salud de su alma y el prestigio de su nombre".

En el número 8 de la calle Arenal, en Madrid, una placa recuerda: "Aquí vivía dentro de una caja de galletas en la Confitería Prast el Ratón Pérez, según el cuento que el padre Coloma escribió para el rey niño Alfonso XIII". En la galería interior se ubica una pequeña estatua de metal del roedor, así como su casa-museo.

Y es que los niños, además de ser el futuro, son los depositarios del legado del pasado, encargados de recogerlo de sus mayores y transmitirlo a las siguientes generaciones, para perpetuar aquello que sea loable o evitar volver a pasar por aquello que nunca debió ocurrir.

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