Cuba 2025. Primera parte: De La Habana a Santiago

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Cuba 2025. Primera parte: De La Habana a Santiago
El autor esGretell Leyva Salazar
Gretell Leyva Salazar
Lectura estimada: 6 min.

"Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre,

un tal Pedro Páramo."

Juan Rulfo

 

Vine a Cuba a pesar de que me dijeron que la cosa estaba realmente mala. Que había muchos apagones, y que no había comida ni leche para el niño, ni combustible, ni agua embotellada para tomar. Esto último también es importante. Porque cuando te desacostumbras a los anticuerpos de la isla, toca beber agua mineral si no quieres disfrutar poco el viaje. Pero yo le había prometido a mi virgencita de la Caridad que le llevaría a mi hijo antes de los cinco años y siempre cumplo. Así que, allá que nos lanzamos. En plena canícula de agosto, nos aventuramos en un coche recompuesto de la Habana a Santiago de Cuba. Para encontrar una isla de contrastes, que se agita entre congelados en el lejano pasado y los que luchan por alcanzar un futuro.

De la Habana a Santiago

Partimos al amanecer. Todavía no habían comenzado las colas del pan cuando atravesamos el túnel de La Habana. Bajamos la ventanilla para sentir el mar. Pero la Habana no olía a mar, sino a la mezcla de carburantes que mantiene rodando las carrocerías que sobreviven gracias a la inventiva cubana. Como el camino era largo me había llevado de compañero al Pedro Páramo de Rulfo. Pero los baches de la autovía nacional hacían brincar las letras de tal forma que era imposible leer, escribir o siquiera pensar.

La falta de combustible y la escasez de vehículos, se hacía presente en la soledad de la carretera y en la gente esperando. Al borde del camino estaban varados demasiados hombres, mujeres, niños y ancianos. Simplemente esperando a algún o ningún transporte que los llevara alguna o ninguna parte. Cargaban diferentes bultos y se resguardaban del sol debajo de los puentes y las paradas de las guaguas. Con sus rostros cansados estiraban un brazo mostrando unos pesos en la mano. Ofrecían lo que tenían a cualquier medio de transporte que los acercara a su destino.  Algunos se cansaban de esperar y se iban caminando. Otras veces nos cruzábamos con algún coche, una bicicleta y hasta carretones tirados por bueyes, burros o caballos raquíticos.

Esparcidos por tramos de carretera vimos los más variopintos comerciantes. Vendedores estáticos y ambulantes con grandes sombreros de paja y camisetas de manga larga para protegerse del sol. ¿Qué vendían? Ristras de ajo y cebolla, quesos caseros, guayaba, plátanos, aguacates, galleticas, calzoncillos, neveras de distintos tamaños, gorros, pizzas, pan con lechón, gorras, sombrillas, refrescos, tamales. De todo.

A medida que nos alejábamos de la capital nos adentramos en la naturaleza salvaje de la isla. Entonces nos rodearon de golpe framboyanes, ceibas, caguairanes, plataneras, helechos, cañas de azúcar, pinos, ficus, laureles, palmas barrigonas y palmas reales. También vimos muchísimo marabú. Esa planta invasora, que se le ocurrió a Fidel traer desde África para separar los cultivos y terminó por engullirlos. Espinosa hasta en sus minúsculas florecitas, crece en ramas desordenadas y se esparce con mucha facilidad arrasando los cultivos, salvaje, difícil de desbrozar a machete. ¿Y qué hemos hecho los cubanos con el marabú? Carbón vegetal para exportación y hasta muebles. Así somos.

En Santiago de Cuba

Fuimos directos al humilde pueblito donde se encuentra la Basílica Menor del Santuario Nacional de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, más conocida como Santuario de la Caridad del Cobre. Allí me di cuenta de que a pesar de que mi promesa había sido el motivo del viaje lo importante era todo lo demás. Volver a reconectar con mi tierra. Y sobre todo hacer esa peregrinación con mi hijo, mi marido, mi madre y hasta mi tía, que lloraba emocionada porque ni en sus sueños más locos había imaginado poder ir al Cobre.

Cuando salí de la basílica encontré a mi hijo subido a un burro.

- Mi otro burro me lo robaron y se lo comieron. Este lo compré después para seguir luchando la vida -me contó su dueño- tengo 87 años. No veo de un ojo y me dan muchos dolores por aquí atrás.

Le dejé todas las medicinas que teníamos, algo de dinero y un paquete de galletas oreo que creo que fue lo que más ilusión le hizo.

- Soy Onelio, Onelio el del burro, no te olvides de mi cara -me dijo al despedirnos-. 

Santiago nos recibió limpiecita y pintada. Con su gente amable y ese cante especial que caracteriza a los santiagueros. Nos quedamos en un hotel que no ocupaba ni el cinco por ciento de las 300 habitaciones que tenía disponibles. Esta decadencia se notaba en todo: en los sillones desgastados y paredes despintadas; en el escaso desayuno; en las cafeterías y restaurantes que directamente te indicaban que en una había pollo y pizza, en la otra cerveza y empanadas. Todo el tiempo daba la impresión de que había más personas trabajando que huéspedes.

En el hotel solo se podía pagar con tarjeta o en efectivo 'con discreción'. Ahora bien, imagínate pagar con discreción quince mil pesos por una comida con billetes de cien. Al cambio son unos treinta y siete euros. Pero el salario de un médico cubano oscila entre los cinco mil a siete mil pesos al mes. Los cubanos le llamamos la pirámide invertida. En Cuba un taxista, un fontanero, un mecánico, un albañil cobra según la oferta, la demanda y lo cara que estén las cosas. Es decir, lo que le dé la gana. Pero un médico, un abogado, un ingeniero y cualquier funcionario que trabaje para el estado, que son la mayoría, cobra lo establecido y presupuestado, que suele estar bastante por debajo del coste real de la vida. Además, en moneda nacional, con lo que no pueden acceder a nada de lo que hay en las tiendas en divisas que van brotando a lo largo de toda la isla, en la que encuentras productos de Alteza y otras marcas blancas españolas, canadienses, mexicanas, vietnamitas, chinas, árabes. En fin, esa lógica de lo ilógico, esa pirámide invertida es una de las grandes causas del éxodo de profesionales de la isla.

Como soy muy martiana, no podíamos dejar de visitar el cementerio de Santa Ifigenia, un museo al aire libre donde se encuentran los restos de célebres cubanos de todas las etapas: Carlos Manuel de Céspedes (el Padre de la Patria), Mariana Grajales (la Madre de la Patria), Emilio Bacardí, Compay Segundo, Frank País, Fidel. Pero sobre todo nuestro querido José Martí. El más universal de los cubanos, apóstol de la independencia cubana. Este hijo de españoles fue uno de los grandes pensadores del proyecto aun inconcluso de nación cubana. Su cuerpo descansa en un mausoleo de columnas altas, construido de la forma precisa para que a todas horas día el sol ilumine el pentágono donde se encuentran sus restos. El féretro siempre abrigado por una bandera cubana y perfumado de mariposas frescas. Se encuentra custodiado por dos guardias de honor que rotan que cada treinta minutos y por la antorcha de llama eterna siempre vibrante frente al mausoleo. Frente a su tumba pedí luz para su alma y sabiduría para que los cubanos de todas partes podamos reconstruir juntos una patria libre y democrática.  

El atardecer lo fuimos a buscar al paseo de la alameda en el puerto. Junto al cartel con isla en mayúsculas que ilustra estas líneas había un grupo de jóvenes reunidos.  Algunos hablaban, reían, montaban patinete, otros miraban al mar. El taxista que nos llevó de vuelta al hotel pasó por la plaza de la revolución en Santiago.

- Son plazas para hablar al pueblo, porque desde la plaza nadie puede hablar. Preguntas cuando viene el pollo y te llevan preso -nos dijo.

Nos despedimos de Santiago desde el solitario Bello bar que estaba en la última planta del hotel. Solo estábamos la camarera y nosotros. Dentro unas luces de colores se desplazaban por una discoteca vacía, sin música. No había yerba buena, ni limón para mojitos. Tomamos dos cubalibres en la terraza desde donde se veía una ciudad a punto de apagarse.

De cómo fue el viaje de vuelta a La Habana y de cómo vivimos mi Habana. Os contaré en la siguiente entrada.

Continuará…

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