La derrota del Real Valladolid frente al FC Andorra en el José Zorrilla dejó un sabor amargo en el vestuario blanquivioleta y un análisis contundente por parte de su entrenador, Guillermo Almada, que no ocultó su decepción por el rendimiento del equipo, especialmente tras el descanso.

El técnico uruguayo reconoció que el conjunto local firmó "un segundo tiempo muy alejado de su nivel habitual". Según explicó, el principal problema fue la incapacidad para dar continuidad al juego y mantener el control del balón frente a un rival que se sintió cómodo con la posesión. Esa falta de fluidez colectiva, señaló, provocó que el equipo perdiera protagonismo y se alejara de la identidad mostrada durante buena parte de la temporada.

Almada insistió en que lo más preocupante fue precisamente ese desdibujamiento del equipo en la segunda mitad, algo que, a su juicio, no había sido una constante en jornadas anteriores. "No fuimos reconocibles", admitió, subrayando que el problema fue general y no atribuible a futbolistas concretos.

En relación con las decisiones tomadas tras el descanso, explicó que el cambio de Ponceau respondió a una cuestión táctica y disciplinaria, ya que el jugador estaba condicionado por una tarjeta amarilla y existía el riesgo de una expulsión. La intención era ganar intensidad en la presión, aunque reconoció que el plan no dio el resultado esperado.

El entrenador también defendió a los jugadores que salieron desde el banquillo y descartó señalar a nadie en particular. Para Almada, el fallo fue colectivo y se tradujo en una falta de precisión generalizada que acabó costando el partido en el tiempo añadido.

Pese al golpe, el técnico quiso enviar un mensaje de confianza y paciencia. Recordó que el proyecto está en construcción, que la temporada aún tiene recorrido y que estas situaciones deben servir como aprendizaje. "Creo plenamente en este grupo y en el trabajo diario", afirmó, convencido de que el equipo recuperará su mejor versión en lo que resta de curso.