Rodada en blanco y negro, la cinta rinde tributo al cine de los años 30, con claras referencias a las películas noir y al melodrama
'Vivir la tierra', de Huo Meng, retrata en Seminci la situación de un mundo rural que se desvanece en China
Con tomas largas y una cámara que observa desde la distancia, el director acompaña a cuatro generaciones a lo largo de un año
Una muerte abre Vivir la tierra, el segundo largometraje del realizador chino Huo Meng, que ha desembarcado este jueves en la competición oficial de la 70ª Semana Internacional de Cine de Valladolid (Seminci) tras conquistar el premio al mejor director en el Festival de Berlín. Fiel a su título, la película habla de la vida en la tierra, pero sobre todo de la muerte de esa vida ligada al campo, a las raíces y a las tradiciones milenarias que se desmoronaron con la industrialización del país en los años noventa.
El cineasta sitúa su relato en ese momento de transformación drástica, evocando la vida rural de su infancia en Taikang, hoy prácticamente desaparecida. Lo hace a través de una historia sencilla y profundamente simbólica: la muerte de una anciana que lleva a su familia a desenterrar los restos del marido fallecido para enterrarlos juntos. Con las manos, los familiares recuperan los huesos, los disponen en un ataúd y dan comienzo a un rito ancestral que contrasta con la estridencia de petardos, música y lamentos que llenan la aldea.
En primavera, cuando los campos mandan sobre el calendario y el ciclo vital del pueblo, la película se sumerge en un paisaje en el que cada gesto está marcado por la relación con la tierra. Vivir la tierra se convierte así en una reflexión sobre las raíces y la pérdida, sobre la fragilidad de un modo de vida que desaparece ante el avance de la modernidad.
El hilo conductor es la familia de Chuang, un niño de diez años que se queda en el pueblo mientras sus padres emigran a la ciudad, intentando esquivar las sanciones derivadas de la política del hijo único. "Somos la familia más pobre del pueblo más pobre", dice el pequeño en uno de los momentos más conmovedores del film, mientras comparte un polo helado como si celebrara la vida antes de que se apague.
En palabras del propio Huo Meng, que no ha podido acudir a Valladolid, la película "explora el profundo impacto que ese momento histórico tuvo en las tradiciones, emociones y relaciones del pueblo chino. Como un viento incontenible, esos cambios barrieron con cada aspecto rutinario de sus vidas".
Con tomas largas y una cámara que observa desde la distancia, el director acompaña a cuatro generaciones a lo largo de un año, siguiendo el ritmo de las estaciones y la cadencia de la vida campesina. En ese retrato pausado y poético emerge un testimonio de supervivencia, resiliencia y dignidad, de una sociedad que cultivaba su comida, construía sus casas y vestía con los tejidos nacidos de su propia tierra.
Con tomas largas y una cámara que observa desde la distancia, el director acompaña a cuatro generaciones a lo largo de un año
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