Cervantes y Shakespeare en Valladolid
La literatura posee la capacidad de trascender el tiempo y el espacio, configurando encuentros imaginarios que enlazan épocas, culturas y geografías. Entre los mitos más sugestivos de la tradición española se encuentra la conjetura de un encuentro entre Miguel de Cervantes y William Shakespeare en Valladolid en 1605. Aunque la historia carece de pruebas documentales que lo confirmen, la coincidencia temporal ha dado lugar a recreaciones literarias y teatrales que enriquecen la memoria cultural de la ciudad y ofrecen una vía de reflexión sobre la función del mito en la construcción de identidades urbanas.
El mito se sostiene en indicios históricos. Cervantes residió en Valladolid entre 1604 y 1606 y, en la casa conservada en la calle del Rastro, escribió parte del Quijote y varias Novelas ejemplares. Ese espacio doméstico, hoy convertido en museo, constituye un testimonio tangible de la creación literaria y lo vincula al entramado urbano de la ciudad. Por otro lado, en 1605 una delegación inglesa de entre seiscientas y setecientas personas visitó Valladolid con motivo de la firma de un tratado entre España e Inglaterra. Entre sus miembros -pues había sido designado en su país- podría haberse encontrado William Shakespeare, aunque no exista prueba documental de su viaje. El contraste resulta revelador: Cervantes, que residía entonces en la ciudad, no fue convocado por las autoridades para participar en las ceremonias oficiales, pese a que uno de los motivos de su traslado a Valladolid había sido precisamente la cercanía de la corte. Antonio Muñoz Molina ha insistido en cómo esta coincidencia histórica permite entrelazar lo local con lo universal y proporciona material para la imaginación literaria.
Más allá de su veracidad, lo que confiere fuerza al mito es su capacidad simbólica. Se trata de un "mito literario" en el sentido cultural del término: un relato que, aun sin fundamento empírico, genera sentido compartido. La evocación de un encuentro inexistente convierte a Valladolid en escenario de un cosmopolitismo periférico, demostrando que las ciudades intermedias pueden participar de dinámicas culturales de alcance universal. La ficción, en este caso, no distorsiona la historia, sino que la prolonga al mostrar cómo lo local puede entrelazarse con lo universal.
Este mito cumple, además, una función pedagógica y cultural. La sola posibilidad de imaginar a Cervantes y Shakespeare cruzando palabra o mirada en Valladolid invita a reconsiderar los vínculos entre el Siglo de Oro español y la Inglaterra isabelina, entre dos tradiciones canónicas que rara vez se piensan en diálogo. No es casual que compañías locales como Azar Teatro hayan convertido esa conjetura en materia escénica, situando la ciudad como espacio donde la literatura se experimenta en vivo y conecta el pasado con la contemporaneidad.
La dimensión simbólica del mito dialoga, asimismo, con la vocación histórica y contemporánea de Valladolid. La ciudad fue sede de la corte de Felipe III, lo que la convirtió en lugar de intercambios políticos y culturales de alcance internacional. Ese legado se reactualizó en 1995, cuando Valladolid se convirtió en la primera "Ciudad refugio" de España para escritores perseguidos, gracias a la iniciativa del Parlamento Internacional de Escritores, presidido por Salman Rushdie e impulsada por Christian Salmon junto con quien firma este texto. Con la participación de figuras como Derrida, Morrison, Habermas, Pinter, Sábato o Saramago, la ciudad se inscribió en un mapa internacional de defensa de la palabra y de la diversidad cultural.
El vínculo entre historia, mito y compromiso contemporáneo refuerza la idea de que las ciudades intermedias no son simples escenarios secundarios, sino espacios capaces de generar significados culturales globales. La memoria de Cervantes escribiendo en Valladolid y la evocación de un hipotético encuentro con Shakespeare se entrelazan con la vocación moderna de acoger a escritores exiliados, proyectando una continuidad que trasciende los siglos.
La literatura, en este sentido, actúa como catalizador de interculturalidad. El valor del mito no radica en su autenticidad documental, sino en su capacidad de abrir un espacio simbólico de encuentro entre lenguas, tradiciones y tiempos. Así, Valladolid encarna una forma de cosmopolitismo que no depende de la escala metropolitana, sino de la capacidad de imaginar y acoger. La ciudad enseña que el patrimonio literario no consiste únicamente en preservar museos ni en conmemorar figuras, sino en mantener vivo un horizonte de diálogo, hospitalidad y creación.
En definitiva, aunque Cervantes y Shakespeare probablemente nunca se cruzaran, lo hacen de manera persistente en Valladolid: en la imaginación compartida, en la memoria cultural y en la proyección cosmopolita de una ciudad que convierte la literatura en territorio de encuentro. Ese gesto simbólico muestra que las ciudades intermedias poseen una función decisiva en la cultura mundial y que todo cosmopolitismo requiere también infraestructuras capaces de sostenerlo en el presente. Y, quizá, también recuerde que el cosmopolitismo no se limita a la literatura: basta contemplar el aeropuerto de Villanubla, hoy huérfano de viajes internacionales, para comprender hasta qué punto Valladolid necesita reabrir sus conexiones con el mundo.