El jurado reconoce su poemario Wes Borland aprende a tocar de oído por su fuerza lírica, coherencia poética y una escritura que se escucha más que se lee
Romeo y Julieta
Una nueva entrega de la crónica cultural de Ágreda para TRIBUNA
Dos horas, o casi, de aburrimiento esto es lo que perdura en el recuerdo. Dos horas que comienzan con la salida al escenario de Ana Belén (Julieta) y la tristeza de ver a Jose Luis Gómez (Romeo) que está para retirarse definitivamente. Tristeza por verle así, hablar así y moverse así. Tristeza por verle interpretar no se sabe qué personaje, soltando frases y cosas que no había por donde cogerlas. La dirección de Rafael Sánchez es para hacérselo mirar. Pobre, pobrísima y la escenografía y vestuario de Ikerne Giménez de tienda china de todo a un euro. Pero lo peor de todo, lo peor y ya es decir es que tener que soportar al Padre Lorenzo/Piano: David San José, hay que tener morro para actuar así y cinismo raudales. Luego me enteró que es el hijo de Ana Belén. Ya soportamos hace poco al de Concha Velasco y ahora a este. ¡Los hijos de... madre del amor hermoso!
Resulta que Romeo y Julieta después de 50 años, que lo mismo da, ¡resucitan! en Ana Belén y José Luis Gómez. ¡Qué decepción Virgen Santa! Teatro Calderón lleno para ver otra vez esa funesta manía de coger a Shakespeare y hacerlo trizas. Como si original no estuviera ya todo esto que quieren contarnos esta noche. Claro que está, pero con la mirada sabia, equitativa, genial y bondadosa de su autor. Y con toda la alegría y belleza que requiere el teatro y los personajes.
Todo eso lo tiene prohibido este Romeo y Julieta que pienso olvidar para siempre una vez que lo envíe al periódico. Escuchar a Ana Belén tiene su miga, tengo la impresión de que te está echando la bronca siempre por algo. Ese tono que te llega al estómago y te le cierra y te tienes que ir a la cama sin cenar. El acto de escuchar la voz decía Barthes inaugura una relación con el otro: la voz que nos permite reconocer a los demás, nos indica su manera de ser, su alegría, o su sufrimiento, su estado. Será cosa mía; pediré hora para el especialista, pero no puedo con ella, como se dice ahora me supera.
Ser actor consiste en ir a un lugar donde consigues ser el otro y tú desapareces. Justo lo contrario que le pasa a José Luis Gómez que me resultó imposible "verle" como Romeo y sí como un actor caduco, fallón, tembloroso y que en algunos momentos sentir un poco de vergüenza por verle así, como un torero al que el público le pide que se corte la coleta.
Pero lo peor de la noche, ¡linotipista repítalo cien veces!, resultó ser David San José, verle y escucharle resultó un auténtico suplicio y lo peor de todo... no logro borrarle de mi cabeza. El estreno en Valladolid de Romeo y Julieta: fracaso absoluto.
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