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El futuro del pasado de la música
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Lo que oímos esta tarde friolera en la Sala Sinfónica Jesús López Cobos del CCMD está condicionado por el sonido y por lo que otras tardes hemos escuchado en esta sala. Cuando suenan las primeras notas del Concierto Nocturno de Marcos Fernández-Barrero (1984) Obra ganadora del IX Premio de Composición AEOS-Fundación BBVA el problema fundamental que plantea al oyente es identificarse con ella. ¿Cómo? He ahí la cuestión, querido Watson.
Cuando alguien identifica y nombra una obra o un compositor lo hace en base a las veces que ha oído esas músicas. En base a su experiencia musical. Me temo que esta noche la sorpresa ha sido tan mayúscula escuchando el Concierto Nocturno de Fernández-Barrero que no sabe uno que pensar. Esta música "nueva" necesitará del oyente que su oído trabaje y se adapte a sus escalas, temperamento y timbres. Demasiada complejidad para sacar conclusiones. Todavía estamos esperando respuesta del nervio auditivo (octavo par craneal) para saber de qué va esa música.
Luego llegó el Concierto para violonchelo y orquesta de William Walton (1902-1983) y apareció Gautier Capuçon y allí la imaginación campó a sus anchas. El sonido que salía del violonchelo entroncaba con recuerdos y sensibilidades pasadas y futuras sin necesidad de interferencias del intelecto.
Las emociones son literalmente viscerales. Las emociones se producen por un cambio en el ambiente. Fue aparecer Capuçon y de repente las caras del público cambiaron y su estado de ánimo también. Estoy seguro que intervino la memoria. Recordamos a Savall que había estado el otro día por aquí y nos dejó un muy buen sabor de boca y un recuerdo agradabilísimo. Porque la memoria siempre interviene en las experiencias parecidas. Y sí, me emocioné escuchando a Walton de manera automática porque originó un estímulo que cambió el ritmo de la tarde, mi pensamiento y hasta mi forma de mirar a la OSCyL. Memorable resultó la propina que regalaron al público Capuçon y el arpa de Marianne ten Voorde con la ejecución de El Cisne de Camille Saint-Saëns.
La Sinfonía nº 3 de Sibelius (1866-1957) upuso el descubrimiento del director Jaume Santonja que dirige esta noche a la OSCyL. Desde la primera nota estaba claro que allí había un director con mucho nivel. Un director sin altibajos, inalterable desde el atril, con máxima concentración y con un dominio incontestable con una mano izquierda que dialoga y se integra entre los músicos y se funde con ellos completando una sinfonía de Sibelius superlativa. En la mano derecha, la batuta tiene y retiene todo el entusiasmo y las ganas que un director tiene que tener para comerse el mundo. Y Jaume Santonja tiene mucha hambre.
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