Cristo Rey, tú eres nuestra esperanza

Carta Pastoral del arzobispo de Valladolid, monseñor Luis Argüello, correspondiente a la segunda quincena del mes de noviembre

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Cristo Rey, tú eres nuestra esperanza
Argüello, bajando las escaleras. Agencia Ical.
El autor esMonseñor Luis Argüello García
Monseñor Luis Argüello García
Lectura estimada: 4 min.

La fiesta de Cristo Rey, culminación del año litúrgico, es también un recordatorio anual, una parábola, de la plenitud del tiempo cuando éste se abre plenamente a la eternidad que Jesucristo nos ofrece permitiendo que entre en la historia y germine en nuestros corazones y en la vida social.

Hace 100 años el Papa Pío XI, a través de la encíclica 'Quas primas' instituyó la celebración de esta fiesta de Cristo Rey. Las circunstancias eran las de un mundo que acababa de vivir una guerra mundial, una situación en la que la industrialización, por una parte, la llamada crisis modernista, por otra, suponían un grave reto para los católicos de aquel tiempo, sobre su presencia en la vida social y pública. Hace 100 años también se celebraba un año santo, un jubileo, recordando, celebrando la encarnación del Hijo de Dios. También el propio Papa, en su encíclica, hace referencia al aniversario del Concilio de Nicea --entonces serán 1600 años-. 

El Papa instaura esta fiesta y propone que se celebre en el último domingo de octubre, en el previo a la fiesta de Todos los Santos, como queriendo decir: el Reinado de Jesucristo ha de acontecer en la historia mientras vamos haciendo nuestra senda, nuestra peregrinación. La reforma litúrgica del Concilio Vaticano II, con la consiguiente reforma del calendario, hizo que se trasladase la celebración de esta fiesta al último domingo del año litúrgico. Quizás, podemos correr un riesgo al situar la fiesta de Cristo Rey en la dimensión de lo eterno, de la plenitud del tiempo, pensando que este Reinado no tiene que ver con la historia de la que estamos participando. En realidad, esta tensión entre las dos fiestas habla también de la tensión que se produce en nosotros. Por una parte, estamos llamados a entrar en la historia, a trabajar y luchar en ella; y, por otra, sabemos que el Reino de Jesucristo no es plenamente de este mundo, que, sólo vencida la muerte con su segunda venida, el Reino de verdad, de justicia y de paz, de amor y de vida, resplandecerá por los siglos.

Antes de la celebración del Domingo de Cristo Rey, la Iglesia celebra la Jornada Mundial de los Pobres. Este año su lema es 'Tú, Señor, eres mi esperanza'. Tú eres nuestra esperanza. Fácilmente, podemos unir las dos fiestas y decir: Cristo Rey, tú eres nuestra esperanza. Porque en la medida en que el Señor reina en los corazones de las personas, en nuestras relaciones y en las instituciones de las que formamos parte y vamos ensanchando, proclamando, edificando este Reinado, la esperanza de los empobrecidos tiene fundamento. 

En todo caso, el saber que Jesucristo vendrá, que Jesucristo reinará plenamente, que verdaderamente es el Señor de la Historia, el Rey del Universo, funda la esperanza de que merece la pena seguir en las búsquedas y luchas por la verdad, la justicia y la paz, porque el Señor está del lado de quienes quieren identificarse con esta causa en la que el Reino de Dios se expresa. 

Acabamos también de recibir el informe de Cáritas, el Informe FOESSA sobre la situación de nuestra vida económica y social. Se pone de manifiesto una sorprendente y muy preocupante desigualdad en el seno de la sociedad española, un modelo de desarrollo social, de convivencia social, en la que las clases medias disminuyen y en la que especialmente los niños y jóvenes se ven amenazados, desplazados y, quizás, debilitados en su esperanza. ¿Cómo no unir estas diversas referencias que he tratado de recordar en esta carta? La situación de los que sufren aquí o allá, por guerras y conflictos, por persecuciones o por las consecuencias de los sistemas económicos o de las políticas de los gobiernos.

Son para nosotros una fuerte llamada para comprometernos en la edificación del Reino de Dios, pero poco podríamos hacer desde nuestras solas fuerzas si no creyéramos en lo que decimos cada día al rezar el Padre Nuestro. ¡Venga tu reino! ¡Maranata! Sí, un Reino que ya germina entre nosotros desde que Jesucristo regó con su sangre esta tierra y nuestros corazones. Un Reino que tiene en la Iglesia un sacramento y, al mismo tiempo, un instrumento para que el Reino sea anunciado y pueda ensanchar su reinado de verdad, de justicia, de paz, de amor y de vida, como nos recuerda el prefacio de la liturgia del día de Cristo Rey. Estamos llamados así, amigos, a vivir esta caridad social en medio del mundo, que haga verdad nuestro '¡Venga tu reino!'. 

El Papa, en la encíclica 'Quas primas', vincula la fiesta de Cristo Rey con el corazón de Cristo. Más aún, anima a que el día de Cristo Rey las personas y las comunidades se consagren al Corazón de Jesús en una consagración que supone expresar públicamente lo que el Bautismo significa, vincular nuestra propia existencia con esta vocación de discípulos misioneros del Reino de Dios. En Valladolid, esta vinculación entre Jesucristo Rey y el Corazón de Jesús es marcadamente explícita. El corazón de Jesús se manifiesta al beato Bernardo Francisco de Hoyos y le dice 'Reinaré'. Sostenidos por esta palabra del propio Jesús, 'Reinaré', se acrecienta nuestra esperanza y así puede también avivarse nuestro compromiso mirando al Corazón de Cristo, que derrama sobre nosotros su misericordia y mirando a las miserias que las injusticias provocan en tantos de nuestros hermanos. Esta doble mirada moviliza nuestros corazones y nuestras manos para, diciendo con los labios: Cristo Rey, tú eres nuestra esperanza. 

Poder decir con las manos, con nuestro compromiso de vida: vamos a ensanchar el Reino de Dios, para que su reino de verdad, de justicia y de paz, comience por aquellos que más lo necesitan. Feliz día de Cristo Rey. Consagremos nuestras vidas al Corazón de Cristo y digamos: Corazón de Jesús, Cristo Rey, ¡tú eres nuestra esperanza!

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