El estreno, donde no faltarán versiones corales de Raphael, Camilo Sesto o Manolo Escobar, será en el Miguel Delibes el próximo 15 de noviembre en dos sesiones (18:00 y 20:30 h)
Paraíso de los negros
El poder de la danza es el poder de persuadir. La danza se ejerce bailando. La presencia de María Pagés esta noche en el Teatro Calderón de Valladolid es deslumbrante. Hace vibrar al público que abarrota el teatro desde el inicio. Las Tribulaciones de María (Charles Faucauld) abre el espectáculo y la reacción del público es de asombro.
María Pagés cumple a la perfección esa ley no escrita que afirma que la danza es, al fin y al cabo, una expresión del alma, incluso en su caso se podría añadir que es una manifestación física. Sus gestos imperiales y a la vez delicados acompañan la extraordinaria música creando la atmósfera necesaria para que el público quedará embrujado desde el minuto uno.
Su exquisito movimiento de brazos abarcaba el escenario igual que un ave fénix dejándose llevar por la intuición, por el instinto para atrapar cada nota de la guitarra, cada zapateo, cada respiración. Su respiración se oía por todos los rincones del teatro. Esta artista se deja la piel y el alma en cada actuación.
Que María Pagés se ha convertido en un ejemplo de trabajo, talento y dedicación para futuras generaciones nadie lo pone en duda. Premio Princesa de Asturias de las Artes de 2022, el jurado destacó que es parte de la genealogía del flamenco contemporáneo reivindicándolo como uno de los géneros musicales más sugerentes de nuestro tiempo.

Me encantó la dramaturgia de El Arbi El Harti y la soberbia guitarra de Rubén Levaniegos, acompañado a la percusión por Txema Uriarte, Sergio Menen, Chelo y Graci Del San al violín. La iluminación de Víctor Cuenca precisa y muy narrativa, sorprendente, en una palabra.
Paraíso de los negros es una tragedia moderna. Cuando ves bailar a María Pagés te surgen numerosas preguntas porque su baile nos cuenta tragedias y penurias de los seres humanos y nos obliga a hacernos preguntas de nuestra identidad natural de manera muy especial. Su espectáculo te sitúa en un lugar desde el que asomarse a las grietas del alma y nunca acabas de ver el final.
Ebria de sudor, exhausta, transfigurada, María Pagés llegaba al vestuario como si viniera de una experiencia lisérgica. Había navegado durante más de una hora y media por las aguas imperiosas del flamenco, delimitando la claridad de la niebla y expuesta al oleaje de los sonidos ancestrales del baile y cante flamencos.
Por derecho propio quedará en los corazones del público para siempre.










