El hallazgo, junto a una basílica paleocristiana, se convierte en uno de los más septentrionales de la Península Ibérica
El fantasma de la Ópera
El poder de la ópera es el poder de persuadir. Nadie duda de que El fantasma de la ópera, a priori, es una gran ópera. Pero tengo la sensación de que el elenco que lo interpreta, empezando por Daniel Diges (El fantasma) y siguiendo por Ana San Martín (Christine) y continuando por Guido Balzaretti (Vizconde Raoul) no está a la altura, para no andarme con rodeos. Y esto, como comprenderán mis lectores, empaña por completo la obra.
El resto del grupo es competente, sin más. Aunque alguna de las coreografías me resultaron anodinas, pedestres y aparatosas. Si a eso lo unimos unos efectos especiales "que perturban" al público, resulta que el tiempo pesa como una losa y aquello se hace más largo que "un día sin pan". Tengo la sensación de que no acaba de funcionar, que la mecha no prende y el globo no despega.
Hubo, no cabe duda, momentos disfrutables, como no podía ser de otro modo con gente con talento en el escenario, pero me resultó tan decepcionante, con lo contento que yo venía, después de dejar el coche en el Paseo Filipinos y sortear a las peñas de las fiestas que habían tomado la ciudad a costa del presupuesto del contribuyente. De repente, aquello parecía el infierno. En el Campo grande, todos y todas con camisetas chorreadas de clarete, con pistolas de agua, o de lo que fuera, enchufándose a diestro y siniestro. ¡Increíble, mi ciudad convertida en un pueblo, apaletado y sucio hasta la saciedad! Verlo para creerlo.
Por eso cuando llegué al Teatro Calderón, tomé posesión de mi asiento y comenzó la representación, respiré. Pero habían pasado quince minutos y allí no pasaba nada de lo que yo creía que tenía que pasar. Pensaba que iba a ser una sacudida emocional y psicológica que me iba a exigir una lucidez y una concentración especial y resulta que la belleza, esa experiencia lisérgica que busca uno cuando entra en el teatro se había esfumado.
La música, la enlatada, más me pareció de estar en una discoteca al aire libre que en un teatro. Las canciones del directo pues como las que se oye en el supermercado cuando haces la compra, parecido. No dan cuenta de nada, no se refieren a nada, es plana. ¡Bajen un poco el volumen, por favor! La coreografía, parece que lleva la firma Giorgio Aresu en vez de Gillian Bruce. Y los efectos especiales de Parque de atracciones de segunda categoría.
El término "máscara" hace referencia al fantasma, a la apariencia externa, pero la máscara que lleva Daniel Diges no oculta su identidad, de manera que la máscara no le da ni personalidad ni aparece en ninguna escena como lo que tiene que ser, un fantasma.
Y cuando eso no se logra, nada de lo que pasa en escena tiene valor. La vuelta a casa se la ahorro a mis lectores... aunque me dice un amigo que posiblemente el próximo año suelten una vaquilla por la Calle Santiago...
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