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La lección de vida de Ana, una vallisoletana que padeció cáncer de ovarios: "Cabrearte no tiene razón de ser"
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La pandemia había acabado, pero para Ana Teresa de Santiago empezaba una etapa llena de incertidumbre y obstáculos que lidiar. Apareció en su vida, con 47 años, el cáncer de ovarios, o como define al mismo nuestra protagonista, "el asesino silencioso". Afortunadamente, y toquemos madera, la enfermedad afectó de una manera más liviana de lo habitual a su cuerpo, pese a que su vida, sea uno u otro caso, cambió por completo.
De hecho, ella vivía en Madrid, pasó una revisión tras la pandemia, y en la misma la detectaron un quiste de unos siete centímetros que el especialista en cuestión no le dio la importancia que merecía. La joven, que no cejó en su empeñó, empezó a notar que el tumor, con el paso de las semanas, iba creciendo. Es más, en menos de un mes, pasó de medir 10 centímetros a 30, razón suficiente para que Ana pasara por quirófano después de que un segundo diagnóstico motivara su desplazamiento hasta la capital del Pisuerga.
"Me dijeron, al principio, que no era nada, pero llegó un momento que me dobló. Es decir, ni podía andar ni podía moverme. El segundo especialista, que me miró, me explicó que no era normal que me comentaran que no era importante porque en pandemia, con un quiste de siete centímetros, operaban a las personas de urgencia", añadió. A partir de ese momento, contactó con un especialista de confianza y depositó la misma en el Hospital Campo Grande, donde, finalmente, la operaron. Es más, Ana deja claro que si no hubiese pasado por el quirófano, no estaría aquí para contarlo. "Si un médico dice que te esperes, y otro te dice lo contrario, te das cuenta de que uno de los dos está mintiendo", reiteró.
En cualquier caso, es consciente de que "lo importante" era sentirse "bien" consigo misma porque pasó al "modo supervivencia". Esa es justo la etapa, según Ana, en la que se paró su reloj. Es decir, afrontó seis sesiones preventivas de quimio con un ritmo de vida diferente al que pueda tener otra persona. "El tratamiento lo tienes que asumir, no te queda otra. Te afecta psicológicamente, y te sientes muy vulnerable, pero no puedes pensar en eso. En tu cabeza solo tiene que estar: hacer ejercicio, comer, ir al médico, pasar por la quimio...", apunta.
Al hilo del deporte, Ana se refugió en el rugby, en este caso, en el VRAC, para sentirse útil y cumplir una serie de objetivos como el de medirse a gente de su edad con sus mismas características. "Estuve conociendo mis límites. Reconozco que estaba en baja forma, pero no me vi mal. Me tengo que adaptar a esta situación porque todo lo que nos rodea en la vida son sensaciones. En el gimnasio, por ejemplo, he llorado porque hago la mitad de las cosas que hacía", asegura.
Mientras tanto, la Asociación contra el Cáncer en Valladolid ha jugado un papel clave en su vida. De hecho, recomienda a las personas que padecen cáncer que se informen en su sede, desde la cual ofrecen todo tipo de ayuda, incluida la psicológica. "Me he encontrado con gente que me ha dado lecciones de vida porque me vi en fotos y no me reconocía", confiesa.
Por esa razón, piensa que cabrearse no es una opción porque "no tiene razón de ser". "Creo que pueden pasarte siempre cosas peores de las que te pasan. Cuando una persona me dice que tiene cáncer, me quedo sin palabras... Lo importante es escuchar", reflexiona una Ana que, a pesar de todo, mantiene su sonrisa, que cada día brilla con más fuerza. "Cuando me levanto, agradezco a la vida que pueda abrir los ojos", sentencia.
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