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Los lunes al sol
Ya no hay tiempo para lo superfluo. Para lo innecesario. Para lo ya visto cien veces. ¿Qué historia está ahí escondida que merece la pena ver? ¿Es necesario ir al Teatro Calderón para ver Los lunes al sol? Sí, es necesario ir el teatro para reír, llorar, enfadarte y si fuera necesario aplaudir. Y aplausos hubo, vamos que, si hubo, para regalar.
Tener la oportunidad de ver actuar a César Sánchez (Amador) es comprobar que estás viendo a un actor auténtico. Sale a escena y ya no le quito ojo. Esa fuerza actoral que derrocha, como se agradece. Esa mirada interior de actor con tablas, maduro y generoso a partes iguales convierte a su personaje en un torrente que ya es imposible de olvidar.
Una hora y cuarenta minutos donde actores y actrices (no es necesario poner sus nombres) polinizaron el patio de butacas contándonos cada uno su vida, sus líos, sus historias y nosotros, los espectadores, intentando entenderles, intentando muchas veces compadecerles.
Los mejores momentos siempre provenían del silencio. El silencio es el soporte de las palabras y a la vez su frontera. El comienzo posiblemente sea lo mejor de Los lunes al sol. Dejan de ser una cosa para convertirse en personajes kafkianos, personajes de Arthur Miller, Chejov, de Pessoa...
El teatro bueno, este de esta noche tiene momentos muy buenos, (de los otros hoy no toca escribir), siempre es una ventana a la vida, al cosmos entero. Hubo chispazos, escenas que alcanzaron el corazón del público que llenaba el teatro.
El diseño, la escenografía y la música parecen pensadas para que prime la palabra y el movimiento de los actores y actrices buscando la funcionalidad y la atmósfera que tiene una gran potencia narrativa.
Me viene ahora, en avalancha, la descomunal actuación de Cesar Sánchez y disfruto ya en casa de todos sus matices, como borda su personaje desesperado, parece un personaje de Charles Bukowski con ese lenguaje agresivo, violento, sin esperanza.
Los lunes al sol es una obra de teatro que apela a los impulsos dormidos de los espectadores. Apela en definitiva a ponerse en la piel del otro, entenderle y si me apuran a compadecerle. Sí, Los lunes al sol invita a actores y espectadores a una metamorfosis, a enfrentarse al sufrimiento, al desamor, a la precariedad.
Compartir esta experiencia en tiempo real con otras personas se convierte en definitiva en un acto espiritual.
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