Festivales, cursos, nuevas ediciones y debates académicos conmemoran en España el aniversario de una de las escritoras más influyentes de la literatura universal
Flamenco en el LAVA
"Este querer tuyo mío, era en el mundo envidiable, tan feliz me considero, que cuentas no le doy yo a nadie con la pasión que te quiero..." canta Enrique El Extremeño en las XX Jornadas Flamencas que se celebran en el LAVA. Hay canciones que justifican un concierto.
Hubo ratos en la Sala Concha Velasco escuchando a Enrique El Extremeño que se hizo presente el aroma, la esencia y el clasicismo, las formas flamencas. El cante es un don y Enrique lo tiene. Cuando canta despacio, aparece y llega al público el buen gusto que tiene este cantaor.
Nos cantó unas bulerías y sobre todo cuando lo hizo por tarantos, "su especialidad" ahí demostró de sobra su poderío de cantaor grande, con hondura. Tiene la voz de Enrique, cuando se atempera, cuando se templa, una prestancia y una vibración que cautiva.
Porque la naturalidad es lo más grande que hay en el flamenco. Hay veces que le falta la conjunción, la seguridad y la serenidad que otorga el cantar muchas más noches al año, pero tiene un derroche flamenco para regalar. Lo mejor de la noche llegó cuando se olvidó del micrófono y cantó a pecho descubierto. El micrófono es un incordio porque los oídos sufren y parece que está uno oyendo a AC/DC y no a un flamenco.
Sin micro, Enrique El Extremeño, como los buenos toreros que torean sin toro, nos dejó destellos de su inspiración, de su verdad y de su profesionalidad. Incansable e incombustible toda la velada encadenó un concierto sincero y muchas veces espontáneo que permitió al público arrancarse por palmas y disfrutar de él.
Y luego llegó el homenaje a Bambino... Yo no puedo comprender cómo se pueden querer dos mujeres a la vez y no estar loco... Existe un flamenco verdadero, el que emociona y arrebata y en ocho o diez minutos que puede durar una bulería se puede explicar toda la emoción de la alegría y toda la emoción de la tristeza. No se puede explicar: hay que escucharlo y sentirlo. Porque el flamenco que a mí me gusta tiene que ver con la personalidad, con esa mezcla de sentimientos que exige que el cielo y la tierra se pongan de acuerdo para que sea posible la obra de arte. Y cuando eso sucede, como sucedió en algún momento la otra noche escuchando a Enrique El Extremeño en el LAVA el espectador siente algo parecido a eso que llaman felicidad.
Para Tana.
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