El actor, también recordado por su papel de Bernadette en 'Priscila, reina del desierto', deja una trayectoria marcada por el cine, el teatro y la literatura
Chicos Mambo
La concepción que tiene el coreógrafo Philippe Lafeuille del ritmo y del humor es muy particular. Viendo Tutú la otra noche en el LAVA está claro el asunto: si no te sumas "a lo mío" no me interesas. Supongo que la felicidad para Philippe es que todos piensen como piensa él. ¡Peligro, alto voltaje!
Los primeros veinte minutos de Tutú resultaron emocionantes, luego ya llegaron las risas y aquello resultó un incordió. En esos minutos "fue Mahoma el que fue a la montaña", después la montaña se puso imposible y hubo que volver al campamento base. Que estos bailarines son unos monstruos, nadie lo duda, pero no hay que abusar.
En esos primeros minutos, Tutú perturba, trastoca, te hace pensar. Me gustó. Al final esa es la función de cualquier espectáculo, que te haga sentir vivo, que haya merecido la pena salir de casa y "juntarte con otros", que en estos tiempos hay que ser un héroe para eso.
La gran Pina Bauch era famosa por hurgar el alma de sus bailarines. Era capaz de extraer toda su autenticidad y humanidad en cada uno de sus espectáculos. ¿Hace lo mismo Philippe Lafeuille con los suyos? Me temo que no. Y creo que no porque fundamentalmente mezcla "churras con merinas". Y ahí pierde la batalla. Porque el estremecimiento en Tutú surge cuando cada bailarín es capaz de trasmitir toda la fuerza interior, esa fuerza que se ve en los primeros veinte minutos, esa fuerza que emana de la tierra y deja al público sin palabras.
Pero el destino ha sido piadoso con Philippe Lafeuille. Porque tiene un elenco de bailarines que se dejan el alma en el escenario. Y tienen una facilidad "para contagiar" al público que asombra. Tienen toda una vis cómica que combina muy bien con el humor ácido y la pantomima clásica. Y todo con una puesta en escena estupenda y con un trabajo de luces y música engrasado.
Pero que alguien decida lo que a ti te tiene que gustar... no. Hubo un tiempo en que esto era anatema. Decía Magritte que "uno no debe hablar acerca del misterio, sino que debe ser cautivado por él". Philippe Lafeuille tiene que estar orgulloso de convertir el LAVA en un inmenso plató y conectar con el público de esa manera tan sorprendente. Por momentos pensé que se había convertido en "Mahatma Lafeuille", que todos nos íbamos a rapar el pelo y que allí se podría practicar el amor libre... ¡Alabare, alabare, a mi señor!
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