Saint-Exupéry y El Principito otean el horizonte desde el cielo de Lyon
Aunque le encantase volar, Antoine de Saint-Exupéry, autor de la maravillosa obra El principito publicada hace ahora justo 80 años, nunca pudo vislumbrar, ni siquiera desde lo más alto, el éxito arrollador y permanente que obtendría su encantadora criatura de ficción. Su trayectoria quedó truncada cuando el avión que pilotaba se perdió durante una misión, antes de haber podido disfrutar del reconocimiento internacional unánime que le aguardaba para la posteridad.
Si uno se representa mentalmente a Saint-Exupéry, fácilmente es así: acompañado del Principito, vestido de aviador, en su atalaya de las alturas. Por eso, su ciudad natal, Lyon, decidió inmortalizarlo para siempre precisamente de esta guisa, coincidiendo con el centenario de su nacimiento.
Antoine Jean Baptiste Marie Roger de Saint-Exupéry nació en la localidad francesa de Lyon el 29 de junio de 1900, en el número 8 de la Rue du Peyrat, junto a la Place de Bellecour, epicentro de la ciudad. La fachada del edificio luce orgullosa una placa con la efemérides. Era un tiempo y lugar de pioneros: cuando Saint-Exupéry vino al mundo, hacía solo 5 años que en su misma ciudad de Lyon los hermanos Lumiére habían filmado los primeros 46 segundos de película de la historia, naciendo el género cinematográfico.
Antoine fue el tercero de los cinco hijos del conde Jean de Saint-Exupéry y Marie Boyer de Fonscolombe. Huérfanos de padre muy pronto, la viuda y los niños fueron acogidos por una tía materna, la condesa de Tricaud, en su castillo del siglo XVIII en Saint-Maurice-de-Rémens (Ain), a pocos kilómetros de Lyon, en el campo, propiedad que heredaría la madre al fallecer la tía. Ese se convertiría en el lugar soñado entre los recuerdos infantiles del autor: "¿De dónde soy? soy de mi niñez como de un país. Había, en algún lugar, un parque cargado de abetos negros y tilos, y una casa antigua que amaba" (escribió en Terre des Hommes en 1939).
Su niñez ya sería para siempre su refugio. "No estoy muy seguro de haber vivido después de la infancia", confesaría Saint-Exupéry a su madre en una carta de 1930. Sin embargo, vivió, vaya que lo hizo: tuvo una existencia azarosa, propia de una novela o película.
Al no lograr ingresar en la Escuela de Aviación entró en la Aeropostale, la principal compañía del incipiente correo aéreo. En 1929 inauguró la comunicación aérea entre la Patagonia y Buenos Aires. En atención a este hecho, desde 1952, un pico en la Patagonia argentina se ha bautizado en su honor como 'Aguja de Saint-Exupéry'. En Argentina en 1931 conoció a quien se convertiría en su esposa, Consuelo Suncín-Sandoval Zeceña, la inspiración para la rosa de El Principito.
En 1938 sufrió un accidente aéreo en Guatemala, del que para el resto de su vida le quedarían secuelas de pérdida de movilidad en el brazo izquierdo. Una curiosa similitud con Cervantes; ambos escribirían obras literarias llamadas a perpetuarse, después de sufrir una lesión que guarda ciertas semejanzas.
Tras la ocupación nazi de Francia se trasladó a Estados Unidos. Fue allí donde redactó El Prinicipito, mientras el mundo se estaba desgarrando en la Segunda Guerra Mundial. Pero cuando los aliados establecieron su base en Argel, Saint-Exupéry insistió en participar en misiones aéreas de reconocimiento. Tenía 44 años y no se permitía volar con más de 32, pero el general Charles de Gaulle aceptó su ofrecimiento porque era un piloto icónico.
El 31 de julio de 1944, con buen tiempo pero en malas condiciones de salud, despegó desde Córcega en su caza Lockheed P-38F-5B Lightning para efectuar una misión de reconocimiento fotográfico con destino a Grenoble y preparar el terreno a los aliados. Nunca más regresó; su avión desapareció para siempre.
Existe un resorte en el corazón que se rebela ante la idea de representarse a Saint-Exupéry derrotado, abatido o desplomado; que lo indulta una y otra vez, sin fin. Quizá porque los ojos residen en el corazón y lo esencial queda hurtado a la vista, el autor ha seguido desde entonces elevándose hacia las nubes en el imaginario popular, de la mano de un pequeño príncipe que sabe llegar hasta los planetas.
Y por eso, a los 100 años justos de su nacimiento, el 29 de junio de 2000 Lyon inauguró una escultura de la lionesa Christiane Guillaubey en un lateral de la Plaza Bellecour, muy cerca de la casa natal de 'Saint-Ex', apodo con el que la ciudad le denomina, con la familiaridad que brota del afecto. Saint-Exupéry está sentado sobre una imponente columna de mármol blanco, de más de 5 metros de altura y con un peso de 7 toneladas. Detrás de él, el Principito posa una mano sobre su hombro, quizá a punto de hacerle una confidencia.
Tres emblemáticas frases extraídas de su obra están inscritas en la columna: "Pareceré estar muerto y no será verdad"; "Lucía una estrella y yo ya la contemplaba"; y "Sólo se puede ver bien con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos"; junto con este texto:
Antoine de Saint-Exupéry
Nacido en Lyon el 29 de junio de 1900
Muerto por Francia el 31 de julio de 1944
Y si uno se fija en el suelo, puede ver otra inscripción: "Realizado por iniciativa de Frank Béjat, este monumento fue donado a la ciudad de Lyon el 29 de junio de 2000 por el Comité Saint-Ex 2000".
Lyon también celebró el centenario rebautizando el aeropuerto de Satolas y la calle donde nació el escritor, que se llaman desde entonces Aeropuerto Saint-Exupéry de Lyon y Calle Antoine de Saint-Exupéry. Además, celebró un programa de actos y se anunció la creación de un museo en el castillo de Saint-Maurice, donde el autor se crió; pero en el casi cuarto de siglo transcurrido hasta hoy, el proyecto aún no ha podido materializarse, perdido entre demoras interminables y cambios de titularidad entre instituciones. La última previsión de apertura de la Maison du Petit Prince se ha agendado para 2024.
El Principito es la obra en francés más leída y traducida de todos los tiempos, con más de 500 traducciones oficiales. 80 años después de su primera publicación por la editorial neoyorquina Reynal & Hitchcock, el 6 de abril de 1943, en inglés, y 77 años después de su llegada a las prensas europeas en 1946, actualmente se venden cada año 5 millones de ejemplares en todo el mundo.
En las últimas décadas, en el Mediterráneo, cerca de las costas de Marsella, se han producido hallazgos de restos del avión de Saint-Exupéry y hasta de la pulsera de plata que él siempre llevaba, con su nombre y el de su mujer. Pero el antídoto a su muerte se revela infinitamente más poderoso que la fiabilidad de un laboratorio: cada lector que se acerca al inagotable atractivo de su texto lo hace inmortal, lo mantiene latiendo, le insufla un hálito de vida que lo preserva vivo y actual, como una esperanza deliciosamente irracional de que el autor pudiera aparecer en cualquier momento, exclamando mientras esboza una sonrisa: "
"¿Veis? Os lo dije. Pareceré estar muerto y no será verdad".
En cuanto llega el tiempo benigno, como si fuera un guiño a El Principito, las rosas florecen en los parques de Lyon y el firmamento oscurecido se clarea y se tachona de estrellas. Es entonces cuando el transeúnte curioso eleva la mirada a los cielos de la ciudad para encontrar allí, en un rincón de la Plaza Bellecour, a Antoine de Saint-Exupery junto a su inseparable Principito, oteando el horizonte con la lucidez que solo pueden conferir los ojos del corazón.
Fotografías: Gabriela Torregrosa