Adventus

Carta pastoral de monseñor Luis Argüello, arzobispo de Valladolid, correspondiente a la primera quincena del mes de diciembre

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Adventus
Luis Argüello, arzobispo de Valladolid y presidente de la Conferencia Episcopal Española. (Foto: EFE/Raúl Sanchirdrián)
El autor esMonseñor Luis Argüello García
Monseñor Luis Argüello García
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Esperanza es una palabra que nos ha acompañado a lo largo de todo este año 2025, una esperanza fundada porque Jesucristo ha entrado en la historia y en la carne. El Año Jubilar nos ha ayudado a poder caer en la cuenta de que la vida de la Iglesia está marcadaa por la esperanza, marcada por el deseo de poner la mirada en el que viene. ¡Adventus, Adviento, viene!, diremos ya, ahora, en el comienzo del año litúrgico.

Este inicio del nuevo paso del Señor por el tiempo está marcado por la esperanza y, desde el origen del año litúrgico, todo él es la oportunidad de dirigirnos al que viene y, al encontrarnos con Él, ver que nuestra esperanza está fundada. Adventus, venida, dirigir la mirada al que viene para poder encontrarnos con él.

La Iglesia siempre ha vivido estas semanas del año litúrgico haciendo un ejercicio de una triple mirada que le ayuda a situarse bien en el significado del tiempo. Por una parte, mira al que viene y vendrá. Jesucristo, Rey del Universo y Señor de la Historia vendrá en la parusía, en la plenitud del tiempo para establecer definitivamente su Reinado. Y así, en nuestra peregrinación, clavamos los ojos en este Señor que vendrá, que está viniendo a nosotros.

La Iglesia, además de mirar al futuro, a la plenitud, en Adviento también mira al pasado, en el que reconoce el paso del Señor por el tiempo en la historia: en su encarnación, en su nacimiento, en su vida oculta en Nazaret, en su vida pública, en sus palabras, en sus gestos, en el lavatorio de los pies, en la cruz, en el sepulcro, en la resurrección. Es el paso del Señor.

Por eso, el Adviento, disponiéndonos a celebrar el nacimiento de Jesús en el seno de María en Belén de Judá, nos ayuda también a descubrir que para encontrarnos con el Señor hemos de mirar sus huellas, sus palabras, sus gestos, contemplarle y encontrarnos con Él a lo largo del año litúrgico en la celebración de sus misterios.

Si Adventus, Adviento, mira a la plenitud del tiempo, al futuro; si mira también al pasado, como un acontecimiento que vuelve a surgir en la historia para darnos la oportunidad de reavivar nuestro encuentro con Jesús en sus misterios, sitúa así a la Iglesia entre su fundamento y su horizonte de plenitud. El Adviento nos invita, en el presente, a mirar a nuestro alrededor y a descubrir el paso del Señor y la posibilidad de un encuentro con Él en cada hermano y en cada acontecimiento.

El presente queda verdaderamente transformado, transfigurado cuando la Iglesia, en cada uno de nosotros, se sitúa bien en el tiempo y descubre que en la historia hay un nuevo ritmo, el ritmo de la gracia, el ritmo de la historia de salvación, que comienza con la encarnación de Jesucristo, que se realiza la salvación en su Pascua, que abre definitivamente el tiempo y la historia y que nos dispone a acoger de nuevo la promesa del Señor de recapitularlo todo en Él.

¡Volveré, reinaré!, en una vuelta del Señor y en un reinado que germina ya en el presente. Por eso la Iglesia, desde Adviento, vive todo el año litúrgico, toda su peregrinación como lo que siempre es: una peregrinación de esperanza. Caminando juntos, como pueblo del Señor, anunciamos la victoria del Señor, su muerte y resurrección hasta que Él vuelva de manera definitiva. Y dejamos que, de nuestro propio corazón, pero también desde lo que descubrimos alrededor, aparezca un gemido, el gemido de los pobres de Yahvé, de los anawin: ¡Maranatha! ¡Señor, ya estás, ven pronto! Señor, ven y realiza definitivamente tu justicia. Maranatha, ayúdanos a descubrirte en cada persona que está a nuestro alrededor y a través de la cual nos llamas a la conversión, al perdón, a la reconciliación, a la amistad, al empeño por el bien común, y en cada acontecimiento en el que, entre las luces y las sombras de la historia, descubrimos tu paso, tu providencia que va acompañando el caminar de los hombres en una peregrinación de esperanza hasta que definitivamente vuelvas, vuelvas como Rey y Señor. Pero ahora queremos acogerte como niño en la próxima Navidad y queremos reconocerte en cada persona, en cada hecho de los que ocurren a nuestro alrededor.

Desde esta completa perspectiva del tiempo -el porvenir, el presente, la memoria fundante del acontecimiento originario- mantenemos nuestro canto: ¡Maranatha!

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