La Iglesia, comunión de los santos

La carta pastoral, correspondiente a la primera quincena del mes de noviembre, escrita por el arzobispo de Valladolid, monseñor Luis Argüello

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La Iglesia, comunión de los santos
Luis Argüello, durante el acto. Agencia Ical.
El autor esMonseñor Luis Argüello García
Monseñor Luis Argüello García
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El obispo, sucesor de los Apóstoles en una diócesis, forma parte del colegio de los Doce. Por tanto, tiene una pertenencia a la Iglesia particular y también a la Iglesia universal, a la Iglesia toda, plena, extendida por toda la Tierra.

En esta última semana he podido vivir esta doble condición, esta doble pertenencia. Un viaje a Bogotá me ha permitido estrechar lazos con la Iglesia que peregrina en Colombia, especialmente en la Diócesis de Bogotá y en una de sus diócesis vecinas, Zapaquirá. Hemos podido compartir nuestra misma fe, celebrar la misma liturgia y sentir el mismo deseo de anunciar el Evangelio en circunstancias diversas, las propias. En este caso, de una megalópolis como Bogotá, de una nación como Colombia en plena tensión por crecer en su desarrollo y con las problemáticas propias de Iberoamérica. Me ha llamado especialmente la atención el cuidado de la liturgia en las parroquias que hemos podido visitar, la devoción singular de los fieles participantes en la Misa cotidiana, la participación de diversos ministerios en el canto, en el servicio al altar, en la proclamación de las lecturas, en la acogida y la organización de la asamblea; también la dedicación de los presbíteros en la Eucaristía, en el Sacramento del Perdón, en el acompañamiento de la vida formativa de las comunidades. Ha sido una experiencia de sentirnos en casa a 8.000 kilómetros de distancia de nuestra sede habitual.

A la vuelta del viaje, la participación en la gran celebración realizada en nuestra Catedral para conmemorar los 75 años de la proclamación del Dogma de la Asunción de Nuestra Madre Santa María a los Cielos nos ha permitido vivir una experiencia de devoción popular. Una vez más, al igual que ocurre con los grandes dogmas marianos de la Inmaculada y de la Asunción, el pueblo de Dios va por delante, invitándonos a los pastores a reconocer y en este caso a celebrar desde una intuición llevada en el corazón. Somos peregrinos hacia el Cielo, viviendo en una ciudad o en otra, en un continente o en otro. Tenemos una patria común, el Cielo, y queremos expresar esta ciudadanía nueva y singular en la vivencia de nuestra vida ordinaria.

Ese mismo día, además de esta expresión de religiosidad popular con diversas advocaciones marianas reunidas para celebrar la Eucaristía con la pretensión de procesionar por las calles y plazas de nuestra ciudad, se celebraba, casi a la misma hora, un concierto de Hakuna. También podríamos decir una expresión de la religiosidad popular en esta hora de cultura pop, que se hace música, que se hace asamblea, que canta y danza, queriendo también así manifestar un sentimiento religioso con las formas de la música contemporánea.

En uno y otro lado del charco, de una u otra manera de expresar la devoción popular, late un mismo corazón y un mismo deseo, el deseo de la santidad. Nuestro viaje a Colombia, a Bogotá, tuvo que ver con la celebración de un Congreso sobre Isabel la Católica, las repercusiones de la evangelización en América y los frutos no solo eclesiales, sino también culturales, educativos, sanitarios, urbanísticos que ha tenido que ver con esta misión unida a la conquista, al encuentro de culturas, el descubrimiento de América. Así, la santidad que nosotros pretendemos sea reconocida de una mujer nos permite también valorar los frutos de la santidad. Como también la santidad de los que viven a la puerta de al lado, de estos hombres y mujeres que en Colombia o en España, celebran la fe, expresan su sentimiento religioso y lo muestran en el ejercicio de la caridad en las pequeñas cosas de cada día.

Nos une una singular comunión, la comunión de los santos. Y en esta comunión podemos decirnos unos a otros, como dice el lema del Día de la Iglesia Diocesana de este año en España: "Tú también puedes ser santo". Esta propuesta de santidad que está en el corazón mismo de la vida cristiana quiere ser para nosotros en este curso pastoral un acento importante. Por eso también, y volvemos a Iberoamérica, Santo Toribio de Mogrovejo es un estímulo de celo apostólico, de reorganización de la vida de la Iglesia, todo ello para hacer posible que Jesucristo sea conocido y que, participando de su misma vida, recibiendo su mismo Espíritu, podamos ser santos.

Sí, tú también puedes ser santo.

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