Los enigmas de Santa Ana

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Los enigmas de Santa Ana
Fotografías: Gabriela Torregrosa.
El autor esSonsoles Sánchez-Reyes Peñamaria
Sonsoles Sánchez-Reyes Peñamaria
Lectura estimada: 8 min.

Una extendida tradición sostiene que fueron San Joaquín y Santa Ana los padres de la Virgen. Lo que ya no es igual de conocido es que durante más de 1.400 años en círculos cristianos se trasmitió la creencia de que Santa Ana se había casado tres veces y la Virgen María tenía dos hermanastras, madres de algunos discípulos de Cristo, que de este modo serían sus primos; entre ellos Santiago, el apóstol tan vinculado a nuestro país.

Los padres de la Virgen, San Joaquín y Santa Ana, no se mencionan en la Biblia. Las principales fuentes sobre ellos son dos evangelios apócrifos: el Protoevangelio de Santiago, escrito mucho después de la muerte de sus protagonistas, probablemente alrededor del año 150 d. C., y que narra el milagroso nacimiento de María de sus progenitores estériles; y el del pseudo-Mateo, que describe a Joaquín como hombre virtuoso y muy rico del linaje de David, que dividía cuanto ganaba en tres partes, destinadas respectivamente a su hogar, al templo y a los desfavorecidos.

Los cruzados difundieron estas historias y hacia el año 550 el emperador Justiniano dedicaba a Santa Ana una basílica en Constantinopla, en la Iglesia Oriental. Pero en Occidente, la devoción a la santa se desarrolló más tardíamente: en Roma, unos cien años después, se construía la iglesia de Santa María la Antigua en la que se veneraban las que se afirmaba eran las reliquias de la abuela del Señor. En Jerusalén, aún hoy, existe la Basílica de Santa Ana, construida sobre la que se considera su casa, el lugar de nacimiento de la Virgen.

Esto no se compadece con la versión que sostiene que, temiendo la profanación del cuerpo de Santa Ana durante la expansión musulmana, sus devotos lo habrían llevado a la catedral francesa de Apt, en la Provenza, y habría sido redescubierto 530 años después, durante una estancia del emperador Carlomagno en la ciudad, apareciendo un sarcófago con una placa de plata que rezaba en lengua griega: 'calavera de Santa Ana, la madre de la madre de Dios'. Pero los restos acabaron repartidos como reliquias entre nobles y religiosos.

La fuente textual por excelencia sobre la figura de Santa Ana, cuyo nombre proviene del hebreo Hannah, que significa gracia, es la conocida como Leyenda Dorada, cuyo autor, Jacobo de la Voragine, dominico y arzobispo de Génova, recopiló a mediados del siglo XIII las vidas de dos centenares de santos y mártires. La antología, denominada Legenda Sanctorum, fue profusamente copiada, superando el millar de incunables.

El capítulo dedicado a Santa Ana recoge la tradición del 'trinubio', que se aviene mal con la afirmación de su esterilidad antes de concebir a María: según esa línea argumental, Ana habría tenido sucesivamente tres maridos, llamados Joaquín, Cleofás y Salomé. Del primero, Joaquín, engendró a María, madre de Jesús. Muerto Joaquín, Ana contrajo matrimonio con Cleofás, hermano de Joaquín, del que gestó otra hija a la que denominó también María. María Cleofás o Jacobé se casó con Alfeo, naciendo cuatro hijos: Santiago el Menor, José el Justo (conocido como Barsabás), Simón y Judas Tadeo. Muerto Cleofás, se produjo el enlace de Ana con Salomé o Solás y con éste alumbró una hija a la que puso el mismo nombre que a las demás, María. María Salomé tomó por esposo a Zebedeo y tuvo dos hijos, Santiago el Mayor y San Juan Evangelista.

Probablemente, las tres mujeres que, aparte de la Virgen María, estuvieron presentes durante la crucifixión de Cristo fueron, según el evangelio de San Juan, María Magdalena, María Cleofás y Salomé.

Este amplio grupo familiar compone lo que se ha venido denominando la 'Santa Parentela' o 'Sagrada Parentela', en ocasiones incrementada con los padres de Santa Ana, llamados San Hortolano y Santa Emerenciana (por tanto, bisabuelos de Cristo), y su hermana Esmeria, madre de Santa Isabel, la prima de María a quien ésta visita en el evangelio, con su hijo San Juan Bautista. Las representaciones de este árbol genealógico podían llegar a constar de una veintena de personajes, presididos por el Niño Jesús, ubicado entre su madre y su abuela.

Los únicos evangelistas que hacen referencia a la prosapia de Cristo son Mateo y Lucas, que afirman que proviene del linaje de David a través de José, ya que la costumbre judaica era determinar la estirpe por la figura paterna. Sin embargo, la tradición introducida por Vorágine mantiene que la Virgen también procedía de la tribu de Judá y, por tanto, del rey David.

A comienzos del siglo XV, la religiosa terciaria franciscana y restauradora de las clarisas, Coleta de Corbie, abadesa del convento de la localidad belga de Gante, afirmó haber tenido una visión de Santa Ana con sus tres hijas y los descendientes de estas, lo que popularizó enormemente el tema de la Santa Parentela en el grabado, la pintura, la tapicería y la escultura de los Países Bajos, Alemania y norte de Francia, que alcanzó su cenit a finales del siglo XV y primera mitad del XVI, con numerosos relieves escultóricos anónimos abundando en ello.

Mientras, en España el culto a Santa Ana se materializó en el arte en el grupo compuesto por Santa Ana, la Virgen y el Niño, llamado 'Santa Ana Triple', que de acuerdo a la creencia sería anacrónico, pues Santa Ana habría fallecido antes del nacimiento de Cristo.

El tema iconográfico de la Santa Parentela fue desterrado por inapropiado, como otros que se prestaban a confusión o a falsa doctrina, en aplicación del decreto del Concilio de Trento de 1563, relativo a las imágenes. Por ello, acabó desapareciendo, rechazado por la autoridad eclesiástica, ya que podía comprometer la memoria de Santa Ana, a quien se declaraba sin mácula, como la Virgen.

En el Liber infantia Salvatoris, también llamado Evangelio de la Natividad de María, aparece el episodio en el que Joaquín, tras llevar veinte años desposado con Ana sin haber logrado descendencia, es expulsado del templo de Jerusalén y rechazada su ofrenda por el sacerdote Isachar, debido al oprobio que se consideraba la infertilidad, como signo tangible de castigo divino. Joaquín, profundamente abatido, se retira en soledad y recibe la visita de un ángel que, posteriormente, se aparecerá también a Ana, para comunicarles que serán bendecidos con una hija a la que llamarán María y concebirá al Salvador. Ambos cónyuges se encuentran y abrazan en la Puerta Dorada del Templo de Jerusalén, motivo reflejado en el arte.

En 1481, el papa Sixto IV introdujo la fiesta canónica de Santa Ana el 26 de julio, día de su muerte, según la tradición; en 1510, otro pontífice, Julio II, insertaba en el calendario litúrgico la memoria de San Joaquín el 20 de marzo; y en 1969, después del Concilio Vaticano II, los padres de María fueron reunidos en una sola celebración, el 26 de julio, fecha en la que actualmente se celebra el Día de los Abuelos.

La única aparición de Santa Ana aprobada por la Iglesia Católica habría tenido lugar en el siglo XVII en una pequeña población de la Bretaña francesa, donde se erige el célebre santuario de Sainte-Anne d’Auray, punto de partida del Camino de Santiago, visitado anualmente por entre 300.000 y 400.000 peregrinos. Este año 2025 se celebra el jubileo por conmemorarse el 400 aniversario de la fundación del espacio religioso.

La primera manifestación de la santa, al piadoso granjero Yvon Nicolazic, se habría producido en agosto de 1623, en el pueblo donde él residía junto a su esposa Guillemette, llamado Keranna, que significa 'el pueblo de Ana', situado en la parroquia de Plumeret. Los habitantes se encomendaban a esta santa desde tiempo inmemorial, desconociendo el origen de la veneración.

Ese día, Nicolazic refirió haber visto a una misteriosa dama en la fuente de Keranna. Al informar de ello al rector de la parroquia, Sylvestre Rodoué, este le insistió en que, de volver a verla, le preguntase su identidad. Así hizo el granjero: el 25 de julio de 1624, ante una nueva aparición, le inquirió sobre ese extremo, obteniendo respuesta en bretón, único idioma que hablaba, en estos términos, según trasladó después al sacerdote: "Yo soy Ana, Madre de María. Decid a vuestro rector que en el terreno llamado Bocenno, antes incluso de que existiese ningún pueblo, había una capilla dedicada a mi nombre. Fue el primero en todo el país. Está en ruinas desde hace 924 años y 6 meses. Deseo que la reconstruyan lo más pronto posible y que la cuiden, porque Dios quiere que yo sea honrada allí".

Pero el clérigo no le dio crédito, exigiendo una señal para asumir sus afirmaciones, y amenazándole con que, mientras esta se producía, de persistir en su relato, le vetaría el acceso a la iglesia y a los sacramentos. Nicolazic, ante esta encrucijada, rogó a Santa Ana un milagro.

El 7 de marzo de 1625, alrededor de las 11 de la noche, la habitación de Nicolazic se iluminaba y oía a Santa Ana indicarle: "llama a tus vecinos; condúcelos adonde esta antorcha te lleve, y encontrarás la imagen que te protegerá del mundo, que finalmente conocerá la verdad de lo que te he prometido".

Nicolazic siguió la instrucción recibida y, junto con sus vecinos y su cuñado, se encaminaron hacia el campo de Bocenno, siguiendo la antorcha que los guiaba. Allí existía un lugar donde los bueyes no podían hacer avanzar el arado, que aparentemente tropezaba con unas profundas piedras, aunque los antiguos aseguraban que era el punto donde un día hubo una capilla. Al llegar a ese preciso emplazamiento, la antorcha se hundió en el suelo, y Nicolazic y sus compañeros descubrieron allí una vieja estatua de madera de olivo, que llevaba siglos bajo tierra.

La noticia del hallazgo se extendió por Bretaña y comenzaron a llegar muchos peregrinos al lugar. En 1628 se bendijo la primera capilla.

Yvon Nicolazic y su esposa llevaban casados ​​una década y no tenían hijos. Después de las apariciones, su deseo se cumplirá, llegando al mundo cuatro.

La reina Ana de Austria, del mismo modo, viendo la intercesión de su santa titular tras el anheladísimo nacimiento del futuro Luis XIV, ofrece como exvoto a Santa Ana en su rincón bretón una magnífica casulla bordada.

Nicolazic falleció el 12 de mayo de 1645, a los 54 años, respetándose su deseo de ser enterrado en el lugar donde había encontrado la estatua de Santa Ana. Su cuerpo fue depositado al pie del altar, en la capilla que él mismo había construido. Sin consagración oficial como tal, se venera como patrón de los agricultores de la Bretaña.

El flujo de visitantes se mantuvo en los siglos siguientes, hasta recibir en 1858 al propio emperador Napoleón III junto a su esposa, la española Eugenia de Montijo. Ese gesto atrajo a miles de devotos, que dejaron pequeña la capilla primitiva. Entre 1866 y 1872 se demolió y levantó encima un templo neogótico, obra del arquitecto Édouard Deperthes, al que se trasladaron los restos de Nicolazic. Pío IX elevó el edificio al rango de basílica menor en 1874, tras ordenar la coronación de la estatua de la santa en 1868, un privilegio habitualmente concedido sólo a la Virgen.

El 26 de julio de 1914, el papa San Pío X declaró oficialmente a Santa Ana patrona de Bretaña. En esa misma fecha en 1947 se produjo la visita del general Charles de Gaulle, en acción de gracias por la Liberación francesa tras la Segunda Guerra Mundial y para pedir la recuperación nacional. Dos años después, la fiesta de Santa Ana fue presidida allí por monseñor Roncalli, el futuro Juan XXIII. Y en 1996 Juan Pablo II acudió a orar a Sainte-Anne-d'Auray. Cada 26 de julio, el santuario acoge una multitud de peregrinos.

Santa Ana extiende su patronazgo a diferentes artes y oficios, por enseñar a María tareas domésticas. Es patrona de las abuelas, las madres, las embarazadas y las parturientas; de marineros y pescadores; y de la buena agonía, de lo que da fe el dicho popular: 'Santa Ana, dame buena muerte y poca cama'.

Fotografías: Gabriela Torregrosa

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