16/08/2025
Katy
Lectura estimada: 4 min.
Era costumbre empezar a abrir los regalos por orden de edad de mayor a menor.
Cuando la hija segunda este año anunció que la primera era la abuela, ella con los ojos vidriosos y la voz tomada señaló que cómo a los reyes no les habían dicho aún nada por si ya tenían encargado el regalo del abuelo, aunque ya no estaba, había puesto las zapatillas de él debajo del árbol por si le traían todavía algo...
- Vamos Nicolás, abre tú lo que le han traído al abuelo y se lo colocamos en la buhardilla con las otras cosas.
Nico, que con once años fue siempre de los siete nietos su preferido, ya que le acompañó los últimos años a todas las vendimias, a las carreras de galgo y a todo lo que el abuelo le propusiera, se arrodilló y abrió sin orden alguno el paquete que contenía un marco gigante de fotos, la última foto de todos juntos tomada en el ochenta y un cumpleaños del abuelo. Los hijos, nueras, nietos y hermanos componían la alineación que tras una gran tarta con el ocho y el uno iluminaban el cobertizo de la casa del pueblo.
Yo creo que al enseñar Nico el regalo a todos, lloraron hasta los pastorcillos que junto al río de papel plateado cuidaban de las ovejas que compartían caminos de tierra y brezo con pajes, mujeres que lavaban ropa, artesanos y camellos que se dirigían de camino al pesebre que justo a dos metros del árbol componían el belén.
Ninguno dejó que el recuerdo empañara ni quitará la más mínima alegría y emoción a los más pequeños.
Fueron abriendo bolsas y paquetes que contenían guantes, pijamas, batas para estar en casa, libros, estuches, colonias, una funda para el móvil, una paellera gigante, un estuche con tres botellas de vino, unas gafas para esquiar...
Pero a la princesa de la casa la estaba dando todo igual... tenía fija la mirada en los zapatos de sevillana rojos con pintas blancas que había puesto la noche anterior al lado de los playeros de Nicolás debajo del árbol y estaba deseando de que acabaran todos para abrir lo suyo, lo que de verdad había escrito, pedido y soñado.
- Queridos Reyes Magos...
"Ahora no me acuerdo del nombre de la muñeca, pero de camino a casa siempre la veo en una tienda que es verde y está apoyada al lado de una granja muy pequeña, tiene el pelo negro y un gorro blanco, dice mi madre que es la muñeca más bonita del mundo y si me la traen ya sé que nombre la voy a poner y la haré una cama a mi lado y la abuelita me ha dicho que si me la traen me hará vestidos...".
En el inicio había dicho que era buena, que su hermano quería unas botas de campo, su padre una raqueta de padel y su madre una paellera gigante para el verano. Había escrito sobre cuadrícula que a sus primos les trajeran los libros de los cinco y que si no podían traerla todo, que había niños más pobres, que solo la trajeran la muñeca.
Y firmó con un beso a los tres.
Llegó su turno y los ojos de todos estaban fijos sobre las manos inocentes y nerviosas de la princesa que habría primero una diadema y un coletero, luego un pijama rosa, según todos precioso, más tarde una cocinita con piezas minúsculas de barro, eso dijo alguien muy claramente, "de la casa de los tíos"... pero la princesa cuantas más cosas abría más nerviosa e impaciente se mostraba por no ver que recibía lo más soñado, lo más querido.
Al abrir el último paquete el más grande, el mejor envuelto, el más costoso de descubrir, ya no se pudo aguantar y al ver el regalo se puso delante de todos a llorar.
Una batidora de juguete que hacía batidos de chocolate era el último regalo que quedaba por abrir bajo el árbol.
Se abrazó a su madre sin consuelo y solo dijo dos veces: "No me la han traído, no me la han traído...".
No sé si alguna vez se habrán visto lágrimas más sinceras, más sufridas y reales. Ella que al verla en el escaparate todas las mañanas de regreso al cole, se la imaginaba haciéndola comiditas, poniéndola vestidos y diademas y llevándola en un cochecito al parque.
La madre disfrutaba de ese abrazo como nunca lo hizo de ningún otro y alzo la mirada con un gesto inequívoco al hermano y este a los cinco segundos y desde la buhardilla gritó...
-Laura, corre sube que se les ha debido de caer un regalo tuyo aquí al lado de la ventana...
La madre la cogió en brazos y subieron lo más rápido que dejaban las zapatillas de estar en casa
-Mira lo que pone en la tarjeta 'Una amiga para Laura'.
No se puede abrir más rápido un paquete, no se puede rasgar en más trozos un papel de envolver, ni iluminar una cara de esa manera ni con mil bombillas.
Allí estaba ella, con sus botas blancas, su pelo negro ensortijado, su gorro de lana blanco y sus pómulos rosas...
Ahora las lágrimas sinceras habían cambiado de rostro, salían de otros ojos, igual de sufridas y reales. El abuelo, con un andar fatigoso y pocas fuerzas, la había querido acompañar el último jueves de diciembre a comprar la muñeca para la princesa.
La princesa miró a su madre y solo dijo: "Ya no llores, que me la han traído, me han traído a Katy...".
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