Para capa, capa, la del cura
Curiosa anécdota del 'Capador de Bercero'
Había en Bercero un señor, virtuoso de la dulzaina y propagador incansable de corridos, jotas y entradillas, que se llamó Jesús García al que todos conocían, conocimos, con el sobrenombre "el capador de Bercero" por su actividad profesional que le enseñó un aragonés, herrador del ejército que se llamaba Tomás.
El hombre castró todo lo castrable: Caballos para amansarlos, cerdos para cebarlos, perros, machos mulares que si cogían enteros a una yegua la desgraciaba para los restos, novillos... Pues bien este capador al que llegué a conocer bien es verdad que en menos ocasiones que las que hubiera deseado, trajo hasta Tordesillas sus pipas de dulzaina y una peña creo recordar que de allá por 1974 me regaló una de ellas que aún tengo, mientras tocaba la charambita en la plaza junto a mi amigo Ramón Muelas que me acompañaba con el tamboril y nuestros amigos, chicos y chicas, bailaban la raspa, la conga y lo que se terciara.
Yo nunca supe si aquel regalo fue para tocar mejor la chufla o por tocarla de día y de noche hasta casi desinflar los pulmones. Pero lo que sí recuerdo es que decía el de Bercero que los gatos no debían castrarse porque perdían el sentido de la regulación y captura de ratones. En una palabra que se amariconaban.
Y enseguida vino el chascarrillo de aportar para la capa del cura, poniéndose los primeros quienes no querían saber nada de iglesia cuando lo que se pedía era para comprar la capa (pluvial) y no para la otra. ¡Qué tiempos!.
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