El espacio expositivo dedicado a Miguel Delibes, ubicado en el Palacio Licenciado Butrón, registra una media de cien visitantes diarios
Runa de Lali Ayguadé
Cuerpos y movimientos que captan momentos de imperfección instantánea que se fijan en la retina del público y se convierten en eternos en el LAVA
La obra Runa que estamos viendo esta noche en la Sala Concha Velasco en el LAVA dura exactamente 50 minutos. Lo bueno si breve, dos veces bueno. Lisard Tranis y Lali Ayguadé consigue deslumbrar y conmover al público desde el minuto uno. Con muy pocos elementos, los justos, un sofá, un frigorífico, una silla y una música compuesta por Miguel Marín que rozaba la evanescencia construyeron una obra de arte.
¿Qué cuenta Runa? Pues… Decía Cunningham que hablar de danza es como clavar gelatina en la pared: un acto vano. El pulimento de las coreografías tiene una precisión de reloj suizo. Si una sinfonía de Beethoven tiene más de 30.000 notas, Runa de Ayguadé tiene más de 40.000 movimientos, como poco.
Llevan esos 40.000 movimientos limpieza técnica, arrojo, valentía y filigrana. La dulzura que derrocharon Lisard Tranis y Lali Ayguadé en la Sala Concha Velasco entraba por los ojos de los espectadores de manera involuntaria. "No se ve sino lo que se tiene dentro del ojo. Se ve bien teniendo el ojo lleno de lo que se mira. Es bastante sencillo, todo se reduce a aprender a preguntar" (Eduardo Chillida)
Runa permite recrear la desnudez y la verdad vetada en la vida real. Es capaz de despertar el deseo y los sentimientos más sublimes de los espectadores atenazados en sus asientos. Hay momentos bellísimos que arrastran al espectador a mundos desconocidos, imperfectos que no dejan escapatoria.

Cuerpos y movimientos que captan momentos de imperfección instantánea que se fijan en la retina del público y se convierten en eternos. En esa aventura hacía lo desconocido aparecen como por arte de magia sentimientos que solo el lenguaje corporal posee y pone de manifiesto y que el espectador tiene que atrapar.
Runa es un viaje apasionante y sorpresivo hacia el interior de nosotros mismos, adentrándose en los recuerdos, en lo que sin ser conscientes nos han trasmitido.
Sorprende la fuerza y la madurez de Tranis y Ayguadé. El progresivo vínculo que se va tejiendo entre ellos hay veces que corta el aliento. El puente que construyen te deja en la otra orilla, desde allí puedes contemplar el poder de Runa.
La comunicación con el público resultó ideal. Si los artistas se emocionan, al público no le queda otra que emocionarse también. Las emociones en el LAVA mejoran sin son reincidentes.
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