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Valladolid, un 'salvavidas' para hacer frente a las constantes amenazas de una organización criminal
Una joven hondureña tuvo que huir de su país tras escuchar los gritos de una persona que estaban torturando cerca de su peluquería
Vives en Honduras, estás cortando el pelo en tu negocio, que no hace mucho que has abierto con toda la ilusión del mundo, y escuchas cómo torturan a una persona cerca de tu local. ¿Te lo imaginas? Solo de pensarlo es aterrador. Es francamente imposible que uno, leyendo la siguiente historia, no se ponga en el lugar de la protagonista.
Ella se llama Laura, que es el nombre ficticio que ha elegido para no desvelar su verdadera identidad. Nació en Honduras, en un contexto aparentemente conflictivo, pese a que no vivía en una zona peligrosa. Es más, estaba lejos de los puntos estratégicos donde uno tenía que estar con los ojos bien abiertos por lo que podría pasar.
Es la hermana mediana de 11 hijos que tuvieron sus padres en un pequeño pueblo hondureño. A pesar de las dificultades tanto económicas como familiares, Laura salió hacia adelante sacando "buenas notas" en el colegio, donde 'Lengua' era, de hecho, su "asignatura favorita".
Sin embargo, no es oro todo lo que reluce, ya que tuvo que cuidar a sus hermanos mientras su madre trabajaba. "Lo dábamos todo, pero no era suficiente", añade la joven en declaraciones a TRIBUNA. Estas circunstancias la obligaron a trabajar "cuidando a niños y limpiando" sin poder estudiar lo que la gustaba. Con el paso de los años, fue madurando y tiró de valentía para sacar "el curso de peluquería", algo que, sin saberlo, fue un antes y un después en su vida.
Afortunadamente, encontró trabajo en una peluquería y, con sus pequeños ahorros, abrió su negocio en un pequeño local del pueblo. Tenía 19 años y, a pesar de la poca experiencia que impone la lógica, fue una etapa enriquecedora para ella atendiendo a sus propios clientes. Estuvo, aproximadamente, "seis años" de peluquera hasta que "un asesinato", que se produjo a escasos metros de la zona, la obligó a huir del país.
De hecho, como escuchó "los gritos de una persona" que estaban torturando, recibió numerosas amenazas "a diario" procedentes de la propia organización criminal. A partir de ese momento, no hubo ningún solo día que no estuviera tranquila. "Me dejaban notas en la peluquería porque si decía algo, me iban a cortar la lengua. Cada vez que pasaba una persona, pensaba que me iba a decir algo. Sonaba el teléfono y pensaba que eran ellos", explica.
Ella prefirió no decirles nada a sus padres "para no involucrarles". Tanto fue así que no supieron la verdad hasta que no vieron cómo su pequeña Laura se iba a España tras una recomendación de una amiga que, en ese momento, ejerció de 'salvavidas' para la joven hondureña. "Mis padres se dieron cuenta de lo que había sucedido cuando les dije que me iba a España. Estuve meses y meses sin decir nada, pero realmente no lo soportaba. Vivíamos en un pequeño pueblo que era tranquilo hasta que llegó esa organización criminal. Lo pasé muy mal. Cuando estás cerca de un suceso de este tipo, o te matan o te matan, no cabe otra posibilidad", apunta.
BARCELONA - GIRONA - VALLADOLID
Laura aterrizó en Barcelona. Esa fue su primera parada tras huir de su país. La persona que la recomendó ir a España la puso en contacto con otra amiga con la que convivió en la ciudad condal. De ahí, se fue a Girona, donde estuvo tres meses hasta que en el Centro Social 'La Sopa' la trasladaron que su vía de escape era Cruz Roja y, posteriormente, Accem Valladolid, el colectivo que le ha brindado una segunda oportunidad que tanto merecía.
A pesar del miedo que tenía de contar lo sucedido, Laura tiró, de nuevo, de valentía y a los responsables del colectivo les contó lo que había pasado en ese pequeño pueblo hondureño. A Valladolid llegó en pleno invierno, en el mes de enero, algo que la sorprendió por las bajas temperaturas que reflejaban los termómetros pucelanos: "Me costó adaptarme. No tenía nada, vine con una mano delante y otra detrás, y Accem me abrió sus puertas".
Los primeros seis meses, hasta que consiguió la correspondiente autorización para trabajar, los pasó en el barrio de La Rondilla. De ahí, se fue a Montemayor de Pililla, donde cuidó a personas dependientes en una vivienda en la que dormía, al ser una interna. No pagar las pernoctaciones y la comida la permitió ahorrar dinero porque lo único que buscaba es que sus tres hijas estuvieran con ella en España. A ellas, de hecho, nunca no las dijo la verdad porque cuando se fue de Honduras, sus criaturas tenían 3, 5 y 7 años, respectivamente.
Tras varios intentos, y mucho dinero ahorrado, consiguió en 2024 que las tres aterrizaran en Madrid, acompañadas de su abuela, la madre de nuestra Laura. Accem estuvo asesorando a la joven desde entonces para que tuviera todos los trámites en regla, algo que la costó obtener porque la pedían diferentes datos para que volviese a ver a sus hijas. Es más, cuando lo tenía todo atado, apareció la pandemia, algo que modificó todos los planes que tenía de vida con sus tres pequeñas.
Afortunadamente, ya vive con las tres, que tienen 10, 12 y 14 años, respectivamente, en el barrio vallisoletano de La Victoria. Mientras su mamá limpia oficinas, las menores van al colegio y, en alguna que otra ocasión, tienen que ir solas a casa porque Laura no tiene tiempo para ir a recogerlas. "Son muy buenas y sacan buenas notas", dice la joven que, al menos, ha recuperado la sonrisa.
Eso sí, descarta volver a Honduras por el miedo que tiene de encontrarse por la calle a la organización criminal que ha supuesto para ella un duro revés en su vida, a la que ha tenido que adaptarse sobre la marcha y, sobre todo, desde el corazón, que no la cabe en el pecho.
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