Yo soy gamer
Desde las antiguas recreativas de los extintos Picadilly y España 82 hasta las consolas de última generación, los videojuegos han sido una constante en mi vida. No solo como una fuente inagotable de entretenimiento, sino también como una herramienta de aprendizaje.
Al igual que los libros de fantasía y ciencia ficción, los juegos han sido una manera de explorar nuevas ideas, restricciones y problemas que han expandido mi mente y han influido directamente en mi vida profesional.
Al revisar mi infancia, me doy cuenta de que muchos de mis intereses en historia, sociedad, marketing o estrategia provienen de los incontables títulos a los que he jugado. Los juegos de estrategia en tiempo real me enseñaron a gestionar recursos y tomar decisiones bajo presión. Simuladores de civilizaciones me mostraron el impacto de las políticas económicas y sociales en el desarrollo de un pueblo. Los juegos de rol me llevaron a mundos donde la toma de decisiones y la planificación a largo plazo eran esenciales para progresar.
Ahora soy padre y, claro, la vida cambia. Instalar juegos me parece un sacrilegio. No por elitismo, sino porque jugar al Final Fantasy mientras alguien te interrumpe cada 45 segundos con "Papáaaa" es un drama que ni The Last of Us ha sabido retratar.
Y ojo, no estoy solo. Hay toda una generación de SEOs, marketers y techies que aprendieron más de estrategia en Starcraft que en los PowerPoints de sus jefes. Gente que sabe que la vida es como un videojuego o que al menos puedes aprender algo de ello. Además, muchos profesionales invierten horas de formación con videojuegos; pilotos con Flight Simulator, cirujanos con simuladores de operaciones, militares con juegos de estrategia, etc.
Así que, la próxima vez que veas a alguien jugando, no pienses "vaya friki", piensa "ahí va un estratega en formación". Porque los videojuegos no solo entretienen, también educan, desafían y, con suerte, nos convierten en ciudadanos un poco más preparados... para lo que sea que el destino nos tenga preparado la próxima semana.
Ahora, si me disculpáis, tengo un imperio que salvar.