Siendo un crío ya escuchaba la expresión referida al complot judeo-masónico. No tenía ni idea de lo que significaba, pero me sonaba a asunto turbio, de malotes. Pasan las décadas y ahora oigo constantes referencias al complot organizado de la derecha y la ultraderecha. Me pregunto si entonces y en el presente se trata de enemigos reales o de fantasmas que le crecen al poder establecido.

Era Franco quien creía en una combinación de judios y masones como los conspiradores en la sombra que osaban acabar con la paz y el progreso de su régimen dictatorial. Actualmente, es Pedro Sánchez y afines quienes consideran que existe una oscura organización de intereses, formaciones políticas y empresariales, jueces varios, medios de comunicación, fondos económicos procedentes de mentes reaccionarias, hackers y hasta ladrones de cable de cobre que maquinan contra su Gobierno y, lo que es peor, contra él mismo.

Al presidente se le multiplican los líos en el juzgado, que si Ábalos, Koldo y Aldama, que si Begoña y el hermanísimo, que si el fiscal general del Estado y las filtraciones, que si Cerdán, etc. El coro de la defensa pública es que todo consiste en una persecución judicial instrumentalizada por los fachas con fines políticos (lawfare). Si los periodistas hacemos crítica de la gestión gubernamental, es que somos una especie de secta confabulada para jorobar al líder. Que hay un apagón eléctrico, ciberataque. Que se paran los trenes AVE, robo de cable con extraños fines. Que Israel recibe en Eurovisión demasiado voto telemático desde España, manipulación dirigida...

Son tantas las conspiraciones contra el poder establecido que empiezo a imaginar algún secreto sótano repleto de políticos, jueces, periodistas, empresarios y otros delincuentes tecnológicos y digitales. Se reúnen dos veces por semana y elaboran un compendio de denuncias, acusaciones, insultos, difamaciones, boicots y robos con los que machacar al bueno de Sánchez y a quienes le sujetan el sillón. Menuda tropa de maleantes unidos con el fin de vilipendiar al inquilino de La Moncloa y a su cohorte de socios.

La historia nos cuenta que en el siglo XVIII ya hubo un complot de ilustres ocultos que deseaban acabar con las monarquías absolutas y con la preponderancia de la Iglesia en los asuntos de Estado. Los reyes y obispos sintieron entonces una confabulación en su contra, amparada en gentes que tenían dinero en unos casos y conocimientos, que sabían leer y escribir, en otros. La represión no se hizo esperar, aunque con escaso resultado, al margen de la tortura y muerte de un montón de víctimas.

En el siglo XX se habló hasta la saciedad primero de la conspiración judeo-bolchevique y después de la conspiración judeo-masónica-comunista. Ha habido unas cuantas más. Al parecer, los judíos están en casi todos los frentes. Lo curioso es que unas confabulaciones las denunciaba la izquierda y otras la derecha. Mismos perros con distintos collares, que recoge el refranero popular.

El ego y las obsesiones están perfectamente descritas en los dirigentes políticos a lo largo de los tiempos. Si no hay adversarios, se buscan, si no están dentro, están en el exterior, si no son los de siempre, los inventamos. Así funcionan las neuronas de determinados gobernantes. A veces hay enemigos de verdad y en ocasiones son simples fantasmas producto de la sobredosis de moqueta y despacho oficial que padecen muchos de quienes se dedican a la vida pública. Son gajes del oficio. También hay quien considera que la polarización es la mejor estrategia para su propio futuro político, que no para el conjunto del país.

Al recientemente fallecido Mariano Ozores, director de casi cien películas en las décadas de los sesenta, setenta y ochenta, seguramente se le ocurriría un excelente guion, en tono humorístico, que podría llevar por título 'Complot Universal en la España 5.0'. O algo así.