Se puede visitar en el Pasillo Interactivo del Centro Cultural Miguel Delibes (CCMD) hasta el 25 de agosto
Llamadme Roberto
Palabras contra el olvido 563
Hay varias formas de afrontar un concierto: la primera es dejarse llevar y disfrutarlo sin más; la segunda es mirar con lupa cada movimiento del director, cada mirada, cada salto, como le sienta la ropa que lleva, si le brillan los zapatos, como saluda y cuantas veces mira a la partitura, si procede. Y más.
Llegó el maravilloso violinista y pluriempleado director Roberto González-Monjas a la Sala de Cámara Jesús López Cobos del Centro Cultural Miguel Delibes para dirigir a la OSCyL y el público le recibió con una gran ovación. Una ovación solo reservada a un hijo, a un nieto, a un hermano. Sonaban los aplausos a reconocimiento; nadie niega la valía del talentoso Roberto González- Monjas.
Comenzó el Programa 7 de la temporada con Le fontane di Roma (Las fuentes de Roma) de Ottorino Respighi que me recordó mucho a una cuñada mía cuando en el Corte Inglés, mi hermana se probó un vestido precioso y al preguntarle que qué le parecía, respondió: "Pues hija es que a mí no me dice nada". Pues eso.
Luego llegó Mozart con su Concierto para violín y orquesta nº 4 y, umm, me pareció que la fidelidad a la partitura y al pensamiento del genio brilló por su ausencia. Me resultó imposible -uno tiene sus días- saborear el silencio de después de cada nota, su expresión y la intención que lleva implícita la partitura. Puede que el paso del tiempo en Roberto González-Monjas dote de más sustancia su próximo Mozart.
Descanso. Y llegó Ralph Waughan Williams con La alondra ascendiendo y aquello fue el arrebato. Lo que nos ofreció Roberto fue verdaderamente impresionante. Tiró de chaquetilla, se rompió la camisa y a pecho descubierto, olvidándose de todos y de todo, ¡por fin!, nos regaló una versión de La alondra ascendiendo, inolvidable. Tocando el violín demostró su madurez, su fino criterio, su tensión dramática; todo en una baldosa, como hacen los buenos toreros, médicos, futbolistas, cocineros, actores y artistas en general.
Porque cuando Roberto se queda quieto se te encoge el corazón. Supo dotar a la imponente música de WW una tensión amarga nunca vista ni oída en esta sala sinfónica. Su transcripción vital de la partitura nos tocó la fibra y en eso reside la genialidad de Roberto.
La música decía Leibniz es una ecuación inconsciente del alma. Los grandes violinistas, esta noche estamos escuchando a uno, saben llegar a ciertas verdades y son capaces de espolvorear la dosis exacta para que el misterio y la ternura hagan acto de presencia y se perpetúen el resto de la noche en ti.
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