Enrique IV mecido en un caparazón de tortuga

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Enrique IV mecido en un caparazón de tortuga
Sonsoles Sánchez-Reyes Peñamaria
Sonsoles Sánchez-Reyes Peñamaria
Lectura estimada: 4 min.

Pau, capital del Bearne francés al pie de los Pirineos, gusta de enorgullecerse de su hijo más ilustre, el rey Enrique IV de Francia, primer Borbón en ceñir la corona francesa, que nació en 1553 en el castillo medieval de Pau, entonces residencia oficial de la corte real de Navarra.

En 1572, a la muerte de su madre, la reina Juana III de Navarra, se convirtió en rey de Navarra, bajo el nombre de Enrique III. Fue así el primer Borbón que reinó en territorios que hoy son España.

Pero su vida da un vuelco cuando en 1589 muere su primo Enrique III de Francia, el último rey de la dinastía Valois, y al no tener descendencia, el trono francés pasa a Enrique de Navarra y al linaje Borbón, convirtiéndose en ese momento en Enrique IV, un rey emblemático apodado Enrique el Grande o el Buen Rey por impulsar mejoras en las condiciones de vida de sus súbditos. Tras la Revolución Francesa sería el monarca que conservaría mejor reputación en el imaginario francés.

El halo de popularidad del rey se reflejó en la fama que adquirió su castillo natal en Pau, en especial desde el siglo XIX, en el que ya recibió miles de visitantes. Y el elemento más venerado allí fue la legendaria cuna de Enrique IV.

La singularidad de esa cuna es que se trata de un caparazón de tortuga marina verde adulta de grandes dimensiones, Chelonia mydas, que según se decía conferiría al niño fuerza y longevidad y le permitiría mecerse solo. Un tipo de tortuga que se encuentra en todas las aguas subtropicales de los océanos e incluso en el Mediterráneo, por lo que no es posible determinar su procedencia geográfica exacta. Los elementos del armazón interior del caparazón fueron cuidadosamente cortados, despejando una cavidad sin asperezas y perforando dos agujeros laterales.

El caparazón-cuna se invistió de un simbolismo tal, que el propio rey Luis Felipe de Orleáns en el siglo XIX ideó en torno a él las restauraciones del castillo, después convertido en Museo Nacional en 1927. Pero, ¿qué hay de realidad en la afirmación de que ésta fue la peculiar cuna de Enrique IV?

Ya hacia 1561-1562 se documenta la presencia de un caparazón de tortuga en el castillo de Pau, es decir, durante el período de infancia del rey. Dos siglos después, en 1776, un libro menciona por primera vez su cualidad de cuna del futuro Enrique IV. El 14 de julio de 1790, el caparazón-cuna ocupó un lugar destacado durante las celebraciones revolucionarias, abandonando el castillo y estando muy cerca de ser destruido.

Se cuenta que en 1793, durante el llamado Reinado del Terror, el caparazón se decidió quemar en un lugar público como forma de manifestar el repudio a la monarquía, pero el original fue hábilmente escondido por sus custodios, que entregaron a los revolucionarios en su lugar una concha de una colección local.

En 1814, el caparazón-cuna, trabajosamente conservado a salvo durante todo el período Revolución-Imperio, fue entregado al duque de Angulema, que lo devolvió a su ubicación original. La restitución al trono de los borbones ese año había elevado el valor representativo de este objeto relacionado con el fundador de su estirpe.

En agosto de 1822 se le dotó de una decoración simbólica de lanzas y banderas. La iniciativa fue del guardián del castillo de Pau desde 1816 hasta 1830, Alexandre Bossu. En 1821, convenció a Thierry de Ville d'Avray, intendente del Guardamuebles de la Corona, de crear para el caparazón-cuna una decoración digna de un "monumento tan precioso para todos los buenos franceses". Él mismo había pagado en el pasado una decoración que se había deteriorado y necesitaba ser reemplazada. El caparazón de tortuga se llevaba en desfile por las calles de Pau cada 25 de agosto, día de San Luis.

Su decoración imponente asentó el objeto ya para siempre en el castillo, del que sólo salió una última vez, en junio de 1825, en procesión por las calles de Pau con motivo de las ceremonias de coronación del rey Carlos X. Entre 1845 y 1847 se recreó en el segundo piso del palacio la "cámara donde nació Enrique IV", donde la concha encontró su lugar definitivo, aunque el rey de Francia y Navarra parece haber nacido en realidad en el primer piso.

El caparazón-cuna se ubica sobre una mesa cubierta de terciopelo azul profundo salpicado de flores de lis y con una H (de Henri, Enrique en francés) rodeada de una corona de laureles, todo bordado con hilos de oro. En la parte superior, la decoración está compuesta por un racimo de seis lanzas de madera dorada adornadas con banderas con las armas de Francia y Navarra, rematadas por un casco con veintidós plumas de avestruz rodeadas por una corona de laureles y un pañuelo de seda blanca.

Considerado objeto de culto monárquico desde el siglo XVIII, muchos peregrinos arrancaban regularmente pequeños fragmentos para hacer reliquias votivas, provocando fisuras y desprendimientos de la capa de escamas. Por eso fue necesario acometer una restauración en octubre de 2021, la primera de su historia. La operación fue realizada in situ durante quince días por la restauradora Astrid Gonnon, que limpió el objeto y reforzó los elementos debilitados. La decoración fue también restaurada en el primer trimestre de 2022.

Hoy, se estima que el castillo de Pau recibe unos 100.000 visitantes anualmente.

Del 30 de septiembre al 6 de noviembre de 1868, la reina Isabel II de España, derrocada tras la Revolución Gloriosa, inicia su exilio francés junto con su familia y se aloja en el castillo de Pau. Aunque lo describiría como un lugar inhóspito y frio, sin comodidades, que al final acabaría abandonando en dirección a Paris, siempre tendría a mano allí el caparazón de tortuga para reflexionar que de ubicaciones incómodas podrían desprenderse finales felices. Que se lo digan a su hijo de entonces 10 años, el futuro Alfonso XII de España.

 

Fotografías: Gabriela Torregrosa

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1 comentario

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usuario anonimo 7/8/2023 - 12:40:38 PM
Gracias Sonsoles por esta aportación tan interesante.!
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