Más allá de los grandes conciertos de la Plaza Mayor, son muchas las opciones para escuchar buena música de todos los estilos en distintas zonas de la ciudad
La pasión por Beethoven
Palabras contra el Olvido
El valor eterno de Beethoven (1770-1827) radica en el hecho de que sus obras tienen una determinada duración y cuando finalizan, el sonido desparece y no perdura en nuestro mundo. Esta música que estamos escuchando esta noche en la Sala de Cámara del CCMD nunca la volveremos a escuchar de esta manera, será, eso sí, el mismo río, pero con un agua a diferente temperatura. Eso es lo que da a la música de Beethoven su carácter eterno.
El Ensemble de miembros de la Orquesta Filarmónica de Vinea y de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León nos ofrecieron un Septeto en Mi bemol mayor, op.20 de Ludwig van Beethoven memorable. Las maneras de la clarinetista de la Filarmónica de Viena Andrea Götsch, José Miguel Asensi, trompa de la OSCyL, Sophie Dervaux fagot de la Filarmónica de Viena, Maxim Brilinski violín de la Filarmónica de Viena, Marc Charpentier, viola de la OSCyL y Marius Díaz violonchelo de la OSCyL de dar forma física a los sonidos, es decir, moldearlos en el engranaje coherente de la sonoridad, el ritmo, la inflexión y el fraseo resultó exquisito para el oído del oyente.
Esto que estáis escuchando es lo que tenía en mente cuando escribió Beethoven esta partitura. Porque el Septeto en Mi bemol mayor del genio de Bonn resultó ser una música emotiva, espléndida, inteligente, absorbente y para remate: equilibrada. No sobra una nota. Esta música tiene la peculiaridad de que se entiende. Y por momentos es juego y entretenimiento, pero también reflexión y aventura, conocimiento y búsqueda.
El Ciclo de Recitales y Música de Cámara que ha programado el CCMD ha comenzado con muy buen pie. Claro que si juntas el talento de la Filarmónica de Viena y el talento de la OSCyL pues el resultado es que la música es cultura que une a los pueblos, espíritu y por qué no, también entretenimiento.
Fueron capaces estos músicos de extraer de la partitura matices exquisitos, de colores bellísimos en esta tarde fría de febrero y sobre todo esa capacidad que solo tienen los buenos intérpretes de sumergirse en la partitura y absorber con pasmosa facilidad la esencia de la música de Beethoven. La partitura nunca es la verdad. La partitura no es la obra. La obra existe cuando los músicos la transforman en sonido.
Por último, del estreno absoluto de la obra encargada a Manuel Martínez Burgos (1970) por el CCMD y la OSCyL, que lleva por nombre Liminalis que hablen los críticos musicales una vez que pasen doscientos años.
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