carta del director

Del presi a la vice. Escenificación de algo más que un acuerdo a las puertas de la investidura

La memoria no existe en política. Y si existe, es tan volátil que apenas dura un suspiro. Los resultados del 23J rompieron demasiados moldes. Primero los demoscópicos, para reventar todos los pronósticos de las empresas de encuestas. Ganó Feijóo, pero la capacidad de Pedro Sánchez para no hundirse le va a convertir de nuevo en Presidente del Gobierno. La memoria es frágil porque los votantes han interpretado que las teóricas mentiras de Sánchez se transformaron en cambios de opinión adaptados a la medida de lo que demandaba cada situación. Y eso le ha servido. Ahora estamos en otros tiempos, a las puertas de una investidura manejada desde una presidencia de las Cortes Generales al servicio del partido que nombró a Francina Armengol. Sin disimulo, se manejan los tiempos orientados a que las negociaciones de Pedro Sánchez vayan cuajando mientras el Congreso apenas tiene actividad a pesar de estar plenamente constituido.

PSOE y Sumar ya han anunciado las bases de su acuerdo de Gobierno. Yolanda Díaz exhibió su amor político incondicional al presi y ambos volvieron a golpear directamente al empresario con imposiciones como la reducción de la jornada laboral. En España nadie habla de productividad ni de los costes laborales que supone una contratación convencional. Los últimos datos reflejados en la EPA dicen que el sector privado crea más empleo que el público, pero empresas y empresarios están maniatados por una exigente normativa que desincentiva por completo los objetivos de crecimiento de proyectos o mayor contratación. Como casi siempre con este Gobierno todavía en funciones, la invitación no corre por su cuenta. Hay avisos considerables, como el gigante Repsol dispuesto a considerar sus inversiones en España si se mantienen detalles importantes como el impuesto a las energéticas o la falta de estabilidad fiscal que reclama la compañía para desarrollar sus planes nacionales.

El teatro de Yolanda y Pedro ha sido una auténtica tomadura de pelo. Primero porque su puesta en escena fue en un Museo y no en una sede política o institucional. Segundo, porque siempre han ido de la mano y no había necesidad alguna de marear con hipotéticas diferencias que nunca existieron. En realidad, hasta hicieron la campaña electoral de manera paralela presentándose en los debates como una alternativa de suma de fuerzas conjuntas. Tercero, porque ambas formaciones políticas coinciden en lo más escabroso de esta alianza: no les importa el camino común con los independentistas ni el precio a pagar por ese apoyo.

Esta es otra de las cuestiones más peligrosas de un pacto con catalanistas y herederos políticos de ETA. Pedro Sánchez se ha sentado sin complejos con Bildu y ultima los flecos que le quedan con Puigdemont. Ni siquiera la pseudoconsulta de Junts a sus bases con una negativa al pacto cercana al 75% parece un obstáculo a tener en cuenta. El prófugo Puigdemont sabe que es su momento y está dispuesto a sacar el máximo rédito posible no solo con la Amnistía, sino también con esa devolución inmediata de los siete millones que tuvieron que depositar los suyos en concepto de fianzas por todo el proceso del primero de octubre. Y de fondo, claro, la consulta vinculante sobre la independencia a la que no quiere renunciar consciente del valor incalculable que tienen sus siete diputados en el Congreso.

En esta ecuación faltan los votos de Unidas Podemos. Cinco en total que también tienen su peaje. Sería curioso que la cantada investidura corriera peligro porque el partido de Pablo Iglesias se quedase parado. Pero la amenaza de convertir en peso sus cinco escaños se puede traducir en mantener el ministerio de Irene Montero. Para Pedro Sánchez eso serían las migajas de un acuerdo después de tener que afrontar las exigentes peticiones de vascos y catalanes.

Mientras, España sigue caminando entre la incertidumbre de dos guerras en Europa, una política de migración más que discutible, un aumento del paro y la expectativa de una investidura convertida en mercadillo donde se regatea hasta la dignidad.