
La difícil coyuntura de VOX
Con la política de vacaciones, los ecos del 23J sombrean en este caluroso verano que ha dejado una resaca para analizar en Castilla y León. El pacto entre PP y VOX, pionero en su momento, le concedió la presidencia de la Junta a Fernández Mañueco. Por entonces, todas las miradas se centraron en la osadía regional que suponía aquella alianza; hoy se puede resumir que no fue más que una punta de lanza para asentar lo que el paso del tiempo ha consolidado como una unión de fuerzas de derechas, tan natural como las que plantean los partidos de izquierdas.
Además, el transcurrir de la gestión política ha suavizado considerablemente los impulsos iniciales de VOX, pasando del simil del elefante en una cacharrería a un llevadero compañero de viaje que suele mostrar la patita en asuntos más visuales que otra cosa, aderezados por alguna declaración pública sonora, por aquello de demostrar que siguen estando ahí. Porque la realidad es que siguen estando, aunque su protagonismo ha venido decreciendo con el transcurrir de un tiempo que ya es tan benévolo con ellos como hace un año.
Una de las pruebas es la vuelta de tuerca al Diálogo Social que el consejero Veganzones se quería cargar y ahora parece recomponerse. Pueden buscarse muchas razones para explicar los cambios que experimenta VOX con respecto a sus planteamientos iniciales, pero el más evidente es toparse con la realidad de que seguir dando la espalda a determinados aspectos impregnados en la sociedad no le lleva por el camino adecuado. Porque no es una cuestión de todos contra VOX, como se afanaba en recalcar Santiago Abascal la noche del fracaso electoral del pasado 23 de julio. Quizá la reflexión debería partir de cómo se está comportando VOX en las instituciones donde ha entrado a gobernar en coalición o cómo ha planteado las negociaciones para formar parte de gobiernos necesitados de pactos. Confundir las reivindicaciones políticas con las intransigencias políticas ha tenido fatales consecuencias para un partido cuyo futuro empieza a teñirse de naranja.
A VOX le puede pasar factura esa pérdida de protagonismo. En Castilla y León se ha quedado con un único diputado y su poder territorial se desvanece, aunque haya sido clave para cambiar de siglas políticas un Ayuntamiento deseado como el de Valladolid donde muestra una cara más amable y menos rígida representada en su teniente de alcalde, Irene Carvajal. El papel de VOX en la Junta es ahora una incógnita porque es una formación que funciona a golpes de impulsos de moral y, precisamente ahora, no está en su mejor momento.
El partido que quería señalar a la derechita cobarde está ahora en una complicada coyuntura en la que se juega buena parte de su existencia. Dejarse 19 diputados en unas elecciones es todo un aviso que deberán gestionar unos dirigentes a los que, todavía, no les hemos escuchado ni una sola autocrítica. Y no, en esto no solo tiene la culpa el empedrado.