Migración en voz alta

Migración en voz alta

Por Gretell Leyva Salazar

Españoles sin papeles. El regreso imposible de una española por derecho, discriminada por el sistema


La historia de Andrea no comenzó cuando su avión aterrizó en Barajas hace más de dos meses. Ni siquiera cuando nació entre las montañas de Quito. No, su travesía migrante empezó mucho antes, cuando su abuelo Manuel Horra despidió a sus amigos desde la apretada barriga de un buque en La Coruña para salvarse de la dictadura. Su destino final era Argentina, pero tras más de cuatro semanas de travesía decidió echar anclas en la primera tierra donde tocaron puerto: Guayaquil.

No fue el único. Entre finales del siglo XIX y comienzos del XX, millones de españoles emigraron hacia América Latina escapando de la pobreza, la guerra y el hambre. Más de dos millones de españoles se establecieron en Argentina, y miles más en Cuba, México, Uruguay, Venezuela y Ecuador. Galicia fue una de las regiones que más diáspora generó: la tierra no alcanzaba, el pan era escaso y las oportunidades, nulas.

Como suele pasar los tiempos y los países cambian. Las recientes y no tan nuevas crisis estructurales, económicas y sociales en las tierras de nuestra América que antes fueron receptores de migrantes, ahora los generan. Muchos de ellos son hijos, nietos y bisnietos de esos emigrantes españoles. Sin embargo, al llegar a España enfrentan dificultades para trámites tan esenciales como empadronarse, alquilar una vivienda u obtener su primer DNI. El sistema les excluye como si fueran indocumentados ¿Cómo puede ser que una ciudadana española llegue a su tierra y sea tratada como extranjera? Prestar vuestros ojos al testimonio de Andrea y lo descubriréis.

¿Qué lugar ocupaba España en tu historia familiar antes de decidir venir?

La idea de volver a España siempre estuvo en la familia. Mis bisabuelos salieron de la zona de Castilla León a La Coruña; ellos migraron a Coruña. Manuel Horra nació allí en el año 1922. Mi abuelo emigró huyendo de la guerra civil. Él pensó en llegar a Argentina, pero apenas tocaron puerto en Guayaquil, Ecuador, decidió quedarse allí. Viajó solo sin familiares. Pero nosotros, sus descendientes, crecimos con ese vínculo. En nuestra casa nunca faltaba el aceite de oliva, el jamón ibérico y el vino. Algunos de mis tíos y primos ya habían emigrado hacia España desde hace años. Yo y mi esposo habíamos vivido en Holanda y sentíamos que era el momento de asentarnos, de formar un hogar. España era ese lugar, no solo por mi nacionalidad y la de mi hija, sino porque necesitaba volver a mis raíces, a mi idioma. Creíamos que al ser españolas yo y nuestra hija aquí sería más fácil realizar los trámites burocráticos para asentarnos y trabajar.

¿Cómo relatarías tu travesía migratoria hasta llegar aquí?

Por herencia de mi abuelo, migrar ha sido algo natural en mi familia. Yo nací en Quito, Ecuador, y a los 8 años migré a la costa de Portoviejo, Manabí, porque mi padre es médico y tenía que hacer la rural, que es un requisito que tienen los médicos cuando se gradúan de la carrera y que implica prestar servicio en comunidades rurales durante 12 meses, para contribuir a la sociedad. Como le fue bien en la provincia, nos quedamos allí durante 20 años. Mi esposo es de Portoviejo. Antes de venir a España he vivido en Estados Unidos y en Holanda ejerciendo mi nacionalidad española.

¿Por qué decidiste venir justo ahora?

Ahorita la situación social en Ecuador no es buena porque estamos atravesando un narcoestado. Por nuestra hija decidimos que salir de allí, era necesario. A nosotros nos asaltaron con pistola en mano. Nos apuntaron y con suerte salimos ilesos, pero quedamos traumados. Creo que ese fue el día en que dijimos: tenemos la nacionalidad española, este es el momento de irnos y aprovechar que existe el Plan Retorno y nos permitirá integrarnos en la sociedad sin limitantes. Porque a la final, uno necesita trabajar para poder vivir. Antes las leyes no le permitían a mi esposo trabajar acá de inmediato y eso complicaba la opción de migrar. Entonces mi esposo, que siempre tuvo deseo de estudiar un doctorado, aplicó a la Universidad de Cartagena y le aceptaron. Esa fue la razón final para tomar la decisión de venirnos.

¿Qué fue lo primero que te impidió avanzar en tu integración al llegar?

El empadronamiento. Tenía un contrato de alquiler por días, mis documentos en regla, pero me dijeron que no servía. Que necesitaba un contrato de al menos seis meses. Fui a una agencia y me pidieron una nómina y un DNI. Pero acababa de llegar, no podía tener un DNI hasta que no me empadronara, y hasta que no tuviera DNI no podía trabajar. Les presenté certificados bancarios, cuentas en el Banco Pichincha, que tiene sede aquí, y me respondieron que eso no valía. Que solo la nómina local contaba. No entendían, o no querían entender, que yo era ciudadana española con medios propios. Que no estaba pidiendo ayuda, sino ejerciendo mis derechos.

Finalmente, gracias a la buena voluntad de una señora que nos alquiló directamente porque creyó en nosotros conseguimos un contrato de alquiler. Mi primo tuvo que ser garante. Aun así, cuando fuimos a empadronarnos el Ayuntamiento tardó más de un mes en inscribirnos y expedir el certificado. Durante todo ese tiempo, mi hija continuaba sin poder matricularse en la escuela ni acceder a servicios sanitarios básicos. Y en medio de todo, yo sin poder trabajar, sin poder contribuir. Simplemente esperando un papel.

 

¿Qué pasó el día que fuiste a comisaría por tu DNI?

No me expidieron el DNI. Primero me dijeron que necesitaba solicitar la cita con mi DNI o DNI electrónico, cuando acababa de llegar, que si no tenía pidiera el favor a un amigo con DNI. Cuando por fin conseguí la cita para la pasada semana. Acudí con todos mis documentos en regla: el certificado literal para primera expedición del DNI, mi pasaporte en vigor, la baja consular, la foto, el empadronamiento. Y no me expidieron el DNI. A mi hija sí. Pero a mi, me dijeron que tenían que enviar a Madrid mis documentos para esperar que le confirmaran. Que volviera en veinte días y tendría mi documento. Incluso un funcionario llegó a decirme que yo no era española, que estaba reclamando una nacionalidad que no me pertenecía. Cuando les cuestioné, les molestó. De repente me rodearon cinco funcionaros distintos. Mi hija estaba conmigo, comenzó a llorar, estaba asustada.

¿Sentiste que fue un caso de discriminación?

Totalmente. No por error, sino por una estructura que excluye. Porque no tengo acento español, porque mi piel no es blanca, porque nací fuera. Me decían cosas como ‘aquí es así, si no le gusta, vuelva a su país’. ¿A cuál? ¿A este, que es el mío? ¿Al que me niega un contrato, un DNI, la sanidad para mi hija? Sentí que mi nacionalidad no era suficiente. Que mi existencia misma les molestaba.

No solo en comisaría cuando fui a solicitar mi DNI, sino también cuando me dilataron tanto el proceso de empadronamiento, y un poco antes, en los días de más desesperación cuando nos íbamos a quedar en la calle. Fui al ayuntamiento, a servicios sociales, a extranjería. Le decía a los funcionarios: Yo y mi hija somos españolas, ¿díganme cómo supero estos límites? Y me contestaban: ‘Señora, esto es migración voluntaria’. Como si por haber venido por voluntad propia, no mereciera apoyo.

Cuando pienso en esto me provoca un dolor inmenso. Ver a mi hija sin acceso a servicios básicos, depender de favores, de la buena voluntad de una señora que nos alquiló porque creyó en nosotros. Y en medio de todo, yo sin poder trabajar, sin poder contribuir. Simplemente esperando un papel. Nunca pensé que en mi propio país viviría esa forma de violencia burocrática. Ver a mi hija llorando asustada, rodeada de aquellos oficiales de policía.

¿Cómo está Milú ahora? ¿Cómo ha vivido este cambio?

Milú tiene 10 años (recién cumplidos el 28 de julio). Ha sido fuerte para ella tener que dejar a sus familiares y amiguitos del cole. Allá teníamos una buena vida con comodidades. Yo trabajaba full time en el mismo colegio al que ella asistía y eso nos permitía vernos mucho. Mi esposo era autónomo y le iba bien. Además, vivíamos cerca de mi madre y padre y de mis hermanas. Esto le permitía a Milú disfrutar de la compañía de sus abuelos y primos. Acá está 'sola' con sus padres. Durante el último mes en Ecuador nos dijo que odiaba la idea de migrar a España, que ella no quería irse y que tomamos esta decisión sin preguntarle. Sentía que no era justo. Pero ahora que estamos acá, está de mejor ánimo. La ciudad es muy bonita y el barrio muy amigable. Podemos caminar mucho alrededor y eso nos encanta. Compartimos mucho tiempo juntos porque a la final, yo no estoy trabajando y todo mi tiempo lo dedico a ella. Eso le gusta mucho. Además, nos sentimos seguros, sin miedo a salir a la calle y que nos asalten. Por lo demás, la situación es buena y sé que los retos que enfrentamos los superaremos juntos.

¿Qué consejo le darías a otras familias descendientes de españoles que están pensando en retornar desde América Latina?

Que se informen bien, que no idealicen el retorno, y sobre todo, que busquen comunidad. Yo sobreviví gracias a eso: mi familia, una venezolana en mi misma situación, profesionales como tú, son las personas que me sostuvieron cuando el sistema me negó. Es importante saber que no estás sola, que no es culpa tuya, que esto le pasa a más gente. Que esto tiene nombre: discriminación.

¿Qué mensaje te gustaría transmitir a quienes nacieron aquí y nunca han tenido que migrar?

Que abran los ojos. Que entiendan que tener derechos en el papel no significa que te los respeten. Que muchas veces, lo que necesitamos no es caridad, sino humanidad y respeto. El funcionario que decide si te empadrona o no tiene en sus manos más que un trámite. Tiene la vida de una familia. La posibilidad de que una niña tenga médico, o no. De que una madre trabaje, o no. Y eso es lo que debería prevalecer.

Hasta aquí la historia de Andrea, una ciudadana española que hoy sigue esperando su DNI. Aún no puede trabajar, ni acceder a la sanidad pública, ni vivir con la tranquilidad de quien tiene sus papeles en regla. En Cartagena, la ciudad donde Andrea vive ahora, Ecuador será el país homenajeado en el festival 'La Mar de Músicas' en 2026. Ironías de la vida: se celebra la migración desde la cultura, lo que la burocracia obstaculiza.

Como jurista migrante, no puedo dejar de ver en este relato una clara discriminación por la circunstancia de haber nacido fuera. Contraria al principio constitucional de igualdad ante la ley de todos los españoles. Que chirría además con el Estatuto de la ciudadanía española en el exterior que obliga a facilitar la integración social y laboral de los españoles que retornen se realice en las condiciones más favorables.

Su historia es un llamado a la humanidad y la empatía hacia los migrantes de cualquier rincón del mundo. Porque en cualquier momento cualquiera de nuestras vidas o nuestras familias se pueden ver marcadas por el fenómeno de la migración. Y que sin importar nuestro lugar de nacimiento todos somos iguales, ciudadanos del mismo planeta.

"Si tú no emigraste, emigró tu padre, y si tu padre no tuvo que moverse fue porque tu abuelo tuvo que irse… el que antes fue despreciado, despreciará" José Saramago