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La convocatoría partió de la Plaza Mayor hasta la factoría de Lactalis, con menos gente que en otras ocasiones y con un sentimiento generalizado de impotencia por no poder cambiar el empecinamiento de la multinacional.
Los ciudadanos de Valladolid se han vuelto a reunir este sábado 24 de septiembre para reivindicar una vez más la situación de los 85 trabajadores de la planta de Lauki. Y esta podría ser la última ya que el día 30 de este mes Lactalis, la multinacional detrás de la marca, ha decretado el paro definitivo y el cierre de la factoría.
Mediante el acuerdo social alcanzado con los representantes de los trabajadores, por el que se han estudiado las jubilaciones y la redistribución de empleados en otros puntos de España, el día 10 de octubre algunos de los asalariados están convocados en los puestos de trabajo para los que, si nadie lo remedia, están asignados dentro de Lactalis.
Por ello en la concentración de hoy el sentimiento colectivo era de impotencia. Faltaba gente y, aunque los que estaban mantenían la protesta, se despredía que será difícil conseguir una solución. Lo anunciaron los sindicatos, también los políticos, y la sensación es la misma entre los trabajadores: Lactalis no quiere vender.
JORGE IGLESIAS
"Queremos tener esperanza pero Lactalis está bloqueando desde el principio, quieren cerrar. Nos sentimos con una impotencia tremenda" explica uno de los trabajadores de la factoría que se dio cita en la manifestación. Impotencia porque la empresa era rentable y aún así los dirigentes quieren cerrar. "Llevamos seis años sin inversones y somos rentables. Éramos más de 200 y ahora 85 trabajadores, y somos rentables. En diciembre nos dieron la enhorabuena y tres meses más tarde dicen que quieren cerrar a pesar de reconocer que somos productivos".
"El cierre se entiende si hubiese pérdidas, pero ahora no entendemos la política de la empresa" sentencia el trabajador. Una visión que comparte su compañera, una de las pocas mujeres trabajadora en la factoría: "La esperanza es lo último que se pierde pero la sensación de impotencia es grande, creemos que nos han vendido la moto con que iba a haber una venta".
Y esa misma sensación es la que compartían todos en la manifestación. "Esperamos que haya una solución pero sinceramente... mi marido tiene la carta de que el día 10 se incorpora en Lugo y lo estamos preparando todo". Es el testimonio de una mujer que ejemplifica bien la sensación colectiva, firme en la protesta pero lista para afrontar el futuro que espera a los empleados.
"Nos parece mentira que esté ocurriendo esto. Nuestra hija se queda aquí, tenemos dos casas abiertas con lo que conlleva. Parece que estamos en un sueño yque no está ocurriendo. Pero se acerca el día y ves que no hay marcha atrás. Al principio teníamos esperanza pero está visto que no quieren vender. Creo que ni han dejado entrar a ver la fábrica a posibles compradores", comenta, resignada. El mismo testimonio de cerca de 85 familias (no todas serán trasladadas, algunos asalariados se jubilan y otros han renunciado) que se van a ver obligados a cambiar de ciudad sin comprender cómo ni por qué.
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